Aullidos entre las sombras



Prólogo

Estaba en su habitación, llorando. Hoy cumplía quince años y tenía el presentimiento de que todo iba a salir horriblemente mal.
La iban a prometer con un árabe cuarentón y rico. Vivía en Manhattan, pero su familia adoptiva era árabe y seguían la tradición: la iban a casar. La llevarían a un país oriental, un país lejano a su hogar, donde estuviese permitido el matrimonio de chicas jóvenes con hombres mucho más mayores.
¿Por qué sus padres la habían abandonado de tan chiquitita para darle una vida horrenda?
Lloraba en pensar sólo en su familia, aquella familia de verdad que la había abandonado a penas con seis meses de vida en la puerta de una casa al azar.
Cuando se fuera tendría que despedirse de sus amigas, empezar una vida nueva, si se le podía llamar así a estar esclavizada.
No podía llamar a las autoridades, sus padres adoptivos tenían amigos en la policía y se saldrían con la suya, por no mencionar su castigo.
¿Por qué era todo tan injusto?



Capítulo 1. Primera parte:





Llovía. Llovía y tronaba tras los cristales de la ventana.
Era verano, pleno verano pero el calor aún no había llegado. Al ser tan pronto, las luces de las casas vecinas aún no estaban encendidas y daban indicios de actividad.
Bajo la ventana, una silueta negra permanecía quieta y encogida en el rincón de la habitación. Esa sala estaba ubicada en el segundo piso de una casa en  la Avenida Madison, a una carrera de Central Park.
Esa silueta era Erika, una joven de quince años.
Erika era muy pálida, algo malo cuando eres muy tímida y te sonrojas fácilmente. Tenía unos pómulos muy definidos y unas suaves pecas los bañaban levemente bajo sus ojos, haciéndola parecer más niña de lo que era.
Su pelo era negro azabache, liso y a capas. El flequillo le caía por el lado derecho de la cara, en ocasiones obstaculizándole la vista.
Sus ojos eran azules, del azul del mar limpio cuando está verdaderamente transparente y en él se refleja el cielo despejado. Tenía unas pestañas muy oscuras, largas y abundantes, que se le rizaban haciendo que su mirada fuese profunda y cautivadora.
Los labios eran carnosos, el inferior un poco más grande que el superior, algo que le daba una chispa traviesa y coqueta. Estaba mordiéndoselo fuertemente por unos dientes blancos y quizás un poco afilados, por lo que fácilmente se hacía heridas, saboreando su sangre en la boca.
Erika era delgada, demasiado delgada según sus amigas. Casi no tenía pecho, al igual que caderas.
Llevaba puesto un vestido negro y morado, provisto de un corsé, mangas cortas a los lados del brazo dejando los hombros al aire y una falda abullonada, que casi caía hasta el suelo, rozando levemente sus descalzos y pálidos pies.
La joven miraba fijamente por la ventana, entreteniendo sus ojos en el bailar de las grandes gotas de lluvia que caían del cielo.
Hoy era su cumpleaños, su catorceavo cumpleaños y no estaba nada contenta.
Cuando era pequeña, sus padres la habían abandonado frente a una casa al azar. Para su mala suerte, esa casa era de unos árabes ricos, de los que se ciñen a la tradición.
No es que tuviese nada contra su religión, pero no soportaba ir totalmente tapada en verano, con las ropas cubriéndole la cara.
No recordaba a sus padres, tenía poco más de seis meses cuando la abandonaron a su suerte, y Erika se preguntaba si estarían muertos.
Si sus padres adoptivos la viesen con esas ropas la castigarían y en seguida tendría que ponerse la vestimenta que tanto odiaba a la fuerza.
Se levantó. Debía cambiarse, pero no tenía ánimo suficiente para hacerlo, así que simplemente se puso un mantón negro por encima del cuerpo y una capucha que le tapaba el pelo y gran parte del rostro, haciendo resaltar sus brillantes ojos azules.
Había derramado algunas lágrimas cuando se encontraba en el rincón. Fue al baño a lavarse la cara, no podía dejar que la viesen así. Se mojó la cara y se quedó, con los brazos sobre los bordes del lavabo, mirando fijamente el desagüe, con un par de gotas escurriéndole por la nariz.
En poco menos de tres horas, toda su familia estaría en el salón, celebrando su cumpleaños. El problema es que habría un invitado especial: un árabe rico cuarentón que la había requerido como esposa.
Estaban en Manhattan, pero conseguirían llevarla a otro país donde estuviera permitido casarla sin que nadie se diese cuenta.
Había pensado en llamar a las autoridades, pero la habrían pillado o habrían evitado cualquier castigo. Su familia tenía amigos en la policía.
Sabía que, por mucho que ella no quisiese contraer matrimonio, al final lo haría, por las buenas o por las malas. Personalmente, prefería por las buenas.
Entonces, escuchó ruidos en la planta baja. “Ya preparan la maldita fiesta”, pensó.
Se levantó de encima del lavabo y se acercó a la escalera, como si estuviese esperando a que subiese alguien.
Giró en redondo, suspirando fuertemente. ¿Por qué era todo tan injusto?
Fue hacia su cuarto, donde había estado antes. Su habitación era pequeña, pero suficiente para una sola persona con pocas pertenencias.
Empotrada contra la pared opuesta estaba su cama, con una colcha marrón bastante fea, y al lado, su mesilla de noche. Sobre esa mesilla únicamente había un despertador. La verdad es que casi no lo necesitaba. Nunca la dejaban ir al instituto, así que utilizaba el despertador para no quedarse dormida  si debía ir a algún sitio pronto.
Bajo su cama tenía bien escondido un gran baúl de cuero color cobre. Era viejo y se lo había encontrado en un descampado, lo había subido a su habitación y colocado ahí debajo. Dado que no la dejaban tener pertenencias, dentro guardaba varias cosas en secreto: el vestido que llevaba y un camisón que nunca la dejarían ponerse pero se divertía haciéndolo cuando estaba sola, un móvil apagado que solo encendía cuando salía de casa para hablar con amigas si se daba el caso y un monedero con bastante dinero. Todo eso lo conseguía trabajando a escondidas en un puesto de caramelos de Central Park por las mañanas, cuando decía que iba a pasear y a comprar el pan. Gracias a aquel trabajo había conseguido algunas amigas.
A su izquierda había un armario de roble empotrado, lleno de ropajes grandes y burkas oscuros.
Se tiró sobre su cama. La verdad es que era bastante incómoda, pero había estado llorando y ahora estaba cansada. Cerró los ojos. Entonces, en la oscuridad de sus párpados, vio unos ojos que la miraban cautivadoramente. Eran grises, como el humo en el cielo durante un incendio en un bosque, grises como el cielo durante una fuerte tormenta llena de rayos y truenos, haciendo salir corriendo a mujeres y hombres asustados por la fuerza de la naturaleza.
Bajo esa mirada desafiante y seductora, Erika se durmió, siendo sumida en un profundo y apacible sueño.



Capítulo 1. Segunda parte:

El ruido de la planta baja la despertó bruscamente. Miró el reloj. Las dos y media de la tarde, había estado durmiendo bastante tiempo.
Se levantó. No tardarían en llamarla para bajar. Cogió sus zapatos negros de cuña y descendió la escalera dando brincos. Estaba a pocos pasos de los que prometía ser el principio de una pesadilla interminable.
Se asomó disimuladamente por la puerta del salón. Allí estaba. Entre sus padres y hermanos adoptivos había un hombre con barba, grande y alto, ancho de hombros, que vestía un traje blanco. Llevaba un ramo de flores con su nombre. “Para Erika de Rajib.”Así que se llamaba Rajib.
Su padre la vio asomada y la llamó a la fiesta. Erika vaciló y, tristemente, se acercó al grupo. Rajib la tendió el ramo de flores sonriendo. Tenía muchas arrugas alrededor de los ojos y los labios.
- Para ti –le dijo con una voz fuerte y profunda.
Erika sonrió difícilmente, una perfecta sonrisa fingida. Erika mentía bastante bien.
- Gracias –dijo mordiéndose el labio.
Dejó el ramo sobre la mesa, junto a una tarta bastante mal hecha con trozos quemados. Su madre no sabía cocinar.
Una de sus hermanas se adelantó y la habló.
- Este es Rajib, Erika, tu futuro marido –dijo sonriente.
Esas palabras la punzaron en el corazón. Aunque ya lo sabía, que se lo recordasen la hacía mucho daño.
Por segunda vez, las lágrimas acudieron a sus ojos y obstaculizaron su vista. Retrocedió, pisando el mantón que llevaba y cayó al suelo. Su padre le tendió la mano.
- Cariño, ¿estás bien?
Erika rechazó su mano y se levantó de un ágil salto. Comenzó a llorar, sin poder apartar la vista de Rajib.
- Cariño, ¿qué te pasa? –le repetía su padre.
La chica salió corriendo por la puerta y subió a su cuarto pasando como una exhalación sobre la escalera.
Los presentes se extrañaron de su reacción. Rajib miraba fijamente a la madre adoptiva de Erika.
- Tranquilo, ha sido muy repentino, bajará dentro de un rato cuando se le pase. No lleva bien los cambios pero cuando se haga a la idea estará encantada de tener un marido tan bueno y generoso –decía mientras sostenía el reto de Rajib con su mirada.


* * *

Erika lloraba sobre su cama. No podía ser, no, rotundamente no. ¡¡Tenía catorce años, por el amor de Dios!!
Aún oía voces desde el salón, pero ella estaba centrada en sus pensamientos y su llanto.
En ello estaba cuando oyó unos golpecitos en la ventana. Se giró bruscamente, intentando enfocar su vista. En la ventana había un joven rubio, de ojos grises. “Los ojos de mi sueño…”, pensó Erika.
El chico llamaba a su ventana con suaves golpecitos. Erika vaciló, pero se levantó y abrió la ventana. Vio que el muchacho estaba sobre la rama del árbol que tenían en el jardín.
- ¿Quién… quién eres tú? –dijo Erika entre sollozos.
- Soy tu ángel de la guarda… -dijo el chico entre risas- Siempre quise decir eso. Me llamo Kyle, y tú te vienes conmigo.
- ¿Lo tienes muy claro, verdad? Pues lo siento, Kyle, pero no suelo irme con desconocidos que llaman a la ventana de mi cuarto en el segundo piso, subido sobre la rama del árbol de mi jardín –parecía que Erika había dejado de llorar. No soportaba que ese chico se las diese de listo con ella.
- He visto que llorabas… ¿por qué lo hacías? –la sonrisa se borró de su cara, convirtiéndose en una expresión de preocupación y tristeza.
- No es asunto tuyo, lárgate.
- Igual si compartes tus penas te sientas mejor. ¿Por qué llevas esas pintas? Pareces un saco negro de basura.
- ¿Me lo tengo que tomar como un cumplido?
- En realidad no, sólo soy sincero.
- Mis padres adoptivos son musulmanes, por eso tengo que llevar esta cosa. Y hoy es mi cumpleaños y me van a casar con un cuarentón, por eso lloro. Ya puedes irte.
El chico no pareció escuchar su última frase.
- Pareces realmente triste.
- Hombre, me van a llevar a oriente para casarme y ser esclavizada hasta mi muerte. Si te parece estoy contenta y sonriente.
- Vale, parece que eres de lo más sarcástica, incluso en momentos serios.
- No. Soy sarcástica con los chicos que me quieren sacar de mi casa por la ventana del segundo piso.
- A propósito… ¿cómo te llamas?
- Llevamos unos cinco minutos hablando y ahora me preguntas cómo me llamo, estupendo.
- No. En realidad llevo todo el día viéndote por esta ventana y no he encontrado nada que me revelase tu nombre, que es…
- ¿¡Todo el día!? ¡Eres un maldito acosador! ¡Baja del árbol o te tiro yo!
Erika hizo ademán de cerrar la ventana, pero Kyle la paró. El chico era muy fuerte, más de lo que aparentaba con ese pelo revuelto, esa camiseta negra de manga corta y esos vaqueros oscuros.
- ¿Qué haces? ¿Estás loca? ¡¡Es un segundo piso, atontada!!
- ¿¡Te crees que no lo sé!? ¡¡Vete de aquí y déjame cerrar la maldita ventana!!
- Ni hablar. Primero tu nombre.
- ¿Mi nombre? ¿Para qué quieres mi nombre?
- No todos los días se ve a una belleza llorando sola en su casa y se tiene la oportunidad de saber su nombre.
- Erika. Erika Jaliff. ¿Contento? Ahora es cuando te largas y me dejas seguir consumiéndome en mi tristeza hasta acabar muerta o casada con un árabe esclavizador de mujeres.
- Eso es muy tentador… pero no. He venido a sacarte de aquí, te vienes conmigo.
Erika estaba a punto de replicar cuando alguien llamó a su puerta. Entonces, su madre apareció por ella. Erika se giró para mirarla y luego miró a la ventana. Kyle había desaparecido.


Capítulo 1. Tercera parte:

Erika se quedó mirando a su madre fijamente. Aunque veía a su madre, su cabeza aún tenía grabada la cara de Kyle. La verdad es que el chico era realmente atractivo, pero irritante. ¿Cómo habría desaparecido tan de repente? ¿Se abría caído del árbol? Ojalá fuese así, pero en el suelo del jardín no había nada y ni siquiera oyó un grito ni un golpe.
-          Ma… mamá… ¿qué pasa?
-          No hija, qué te pasa a ti.
-          Nada… es que ha sido tan… repentino –mintió mientras se mordía el labio. Siempre que mentía, se lo mordía.
-          Lo sé, hija, pero ya verás cómo te adaptas. Rajib es un hombre bueno y generoso, tendrás todo lo que quieras y un marido que te mantenga.
“Sí, pero no te olvides de esclavitud y un puñado de hijos a los dieciséis”, pensó para sí. No podía decirle a su madre que no quería casarse con Rajib, al fin y al cabo, terminaría haciéndolo, y era mejor que el hombre pensase que estaba feliz así.
-          Tranquila mamá, sólo quiero estar sola para asimilarlo. En un rato bajo –dijo Erika, mordiéndose de nuevo el labio. No pensaba bajar ni a rastras.
-          Vale hija. Te guardaremos un trozo de tarta.
Su madre se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta. Erika corrió a poner el oído en ella, a tiempo de escuchar cómo su madre descendía por las escaleras y entraba en el salón.
-          Bueno, es bonito ver cómo una hija miente a su madre –dijo una voz.
Erika se giró bruscamente. Ahí estaba Kyle otra vez, sobre la rama del árbol.
-          Bueno, es decepcionante ver cómo no te has caído desde ahí –replicó Erika.
-          Vale, dejémoslo en empate, no vamos a conseguir nada atacándonos mutuamente con sarcasmo hirientes.
-          Oh, entonces te ha dolido. Me alegro –dijo Erika, tirándose a su cama.
-          ¿Vas a llorar otra vez?
-          Vete a la mierda.
Pareció que eso hirió verdaderamente al chico, que puso una mueca. Sus ojos estaban brillantes y su mirada era profunda.
Erika se olvidó de él. Quería estar sola y, puesto que Kyle no le iba a dejar, se aisló en su mente, en su burbuja independiente, como le gustaba llamarla ella.
Pensó en su mudanza. No podría llevarse nada puesto que se suponía que no tenía pertenencias. Tampoco podría despedirse de sus amigas. Sería como si Erika no hubiese existido, hubiese desaparecido sin dejar rastro, esfumado.
Una lágrima asomó por su retina y comenzó a caer, seguida por un montón de ellas más. Profirió un leve gemido, que luego se transformó en un llanto, mientras hundía su cara en las sábanas.
Kyle la vio llorar y se deslizó por la ventana, entrando en el cuarto. Se acercó silenciosamente a Erika y se sentó junto a ella. El joven estaba bastante serio y en sus ojos brillaba la tristeza.
Kyle posó una mano sobre el hombro de la chica y con el otro brazo la envolvió con su cuerpo delicadamente. Comenzó a susurrarle al oído cosas como “Tranquila, todo saldrá bien” y “No pasa nada, llora, desahógate”. La dulzura de sus palabras la consolaron, mientras Erika apoyaba la cabeza en el hombro de Kyle, llenando su camisa de lágrimas. Los brazos del chico eran cálidos y la abrazaban cariñosamente, dándola una sensación de tranquilidad y protección muy agradable. Era plácido tener ahí a Kyle, nunca había tenido a nadie que la consolase, aunque el chico fuese más bien un desconocido.
Erika levantó la vista topándose con la mirada del joven. Era una mirada firme y segura, parecía saber lo que decía. “Esos ojos… -pensaba la joven- esos ojos me suenan de algo…”.
-          Lamento haberte manchado la camisa, Kyle –dijo Erika, secándose las lágrimas entre sollozos.
-          No pasa nada, tranquila. Es normal, lo que pretenden hacerte es horrible.
El chico se levantó. Erika notó como si le arrebatasen algo.
Kyle se acercó a la ventana y sacó medio cuerpo fuera, apoyándose en la rama del árbol. Le tendió una mano mientras le decía que se viniese con él.
La chica vaciló. “¿Debería irse con un extraño?”. Aunque, en ese caso, Rajib también era un extraño. Kyle se había mostrado muy dulce con ella, y parecía digno de confianza.
Erika se quitó el mantón que llevaba encima de un tirón, mostrando su bello vestido negro. Cogió sus sandalias negras con tiras de bailarina y se las puso rápidamente. Mientras tanto, Kyle tenía la boca abierta de par en par. La chica estaba guapísima sin las ropas esas.
Erika se le acercó y aceptó su mano, pasando bajo el marco de la ventana. Su tacto era cálido y apacible.
El chico la ayudó a bajar por el árbol, llegando él primero al suelo.
-          Venga Erika, salta esta última rama.
-          ¿Estás majara? ¡¡Está muy alto!!
-          Que no tonta, yo te cojo.
Algo en su sonrisa impulsó a la chica a saltar. Cayó sobre los fuertes brazos de Kyle, que la sujetaron con firmeza.
-          Te dije que te cogía –dijo soltándola.
-          Gracias.
Erika se había puesto roja. Se tocó las mejillas, estaban calientes. Intentó esconder su rostro, no quería que Kyle la viera ponerse roja.
El joven tiró de ella hacia la calle y salieron corriendo por la Avenida Madison, de camino a Central Park, cogidos de la mano.



Capítulo 2. Primera parte:

Erika se sentía contenta al estar con Kyle, aunque no encontraba las razones. El chico era atractivo y fuerte, tenía las cosas claras e inspiraba confianza. Sí que tenía razones, pero ninguna iba con la forma de ser de Erika. Ella no se veía nada guapa, era indecisa y siempre había sido una incomprendida social, por culpa de tener que estar encerrada en casa y tener amigas en secreto.
Seguían corriendo. Entraron en Central Park, sin hablar si quiera.
-          Oye… ¿adónde se supone que vamos? –dijo por fin.
-          Pues vamos a…
Antes de que el chico pudiese terminar de hablar, un “¡Hola!” le interrumpió. Erika se giró bruscamente y vio, en un banco, a un grupo de chicas. Esas eran sus amigas, siempre iban en manada al parque y Erika no se había dado cuenta de que estaban allí.
-          ¡Hola chicas! –respondió con júbilo al verlas.
Erika se acercó a ellas seguida por Kyle. Las chicas se quedaron mirando al joven, como si fuese un ser desconocido, de otro planeta. La verdad es que la mayoría de chicos lo parecían.
Allí estaban sus trece amigas. Eran bastantes, pero una chica corriente podría llegar a tener cientos de mejores amigas y miles de amigas. Ella no, ella tenía trece. Siempre iban en manada, se llevaban muy bien entre ellas aunque de vez en cuando había disputas, como en todo grupo de amigas.
-          ¿Erika con un chico? ¡Esto sí que es raro! ¿De dónde lo has sacado? –dijo Ani, refiriéndose a Kyle.
Erika esbozó una sonrisa y se volvió hacia el chico.
-          Kyle, estas son: Ángela, Raquel, Breyo, Stella, Ainhoa, Lorena, Alejandra, Yolanda, María, Yessica, Alba, Alexia y Esther. Son mis amigas. Mis únicas amigas –dijo Erika señalando a cada una mientras las nombraba.
-          Encantado –Kyle les regaló una de sus bonitas y seductoras sonrisas.
-          Lo mismo digo, llámame Ale. Erika, ¿de dónde lo has sacado? –repitió Ale la pregunta de Ani.
-          Es una larga historia…
-          Bueno, yo me tengo que ir, vuelvo luego –dijo Kyle.
Erika le miró confusa. ¿Se iba?, ¿por qué?
Kyle pasó al lado de Erika y la susurró al oído. “Luego vendré a buscarte, ve a la entrada cuando acabes.”, dijo, y acto seguido la dio un beso en la mejilla. Erika se puso roja rápidamente mientras Kyle les guiñaba un ojo a sus amigas y se iba.
-          ¿Qué ha sido eso, Erika? –preguntó Stella cuando Kyle estuvo lo suficientemente lejos.
-          No… no lo sé, sinceramente –dijo Erika consternada-. No conozco muy bien a Kyle…
-          La verdad es que es muy mono –dijo Breyo con su preciosa sonrisa en la cara-. Buen ligue, Erika.
-          ¿Ligue?... ¡Ah! ¡No! Kyle no es mi novio ni nada por el estilo –protestó Erika.
-          Sí, bueno, pues bien roja que te has puesto cuando te ha dado el beso, chata –contestó Lore entre risas.
Erika sacó la lengua en una mueca cariñosa.
-          ¡Qué careto Erika! ¡Eres una payasa! –le decía Esther muy divertida.
-          Lo sabe y es feliz así –respondió Yessica por Erika, como leyéndole la mente.
-          ¡Exacto! –dijo Erika sonriendo ampliamente y torciendo la cabeza a la vez que cerraba los ojos.
-          Oh, me encanta cuando haces eso –alagó Alba.
Todas las amigas comenzaron a hablar de sus cosas, hasta que salió el tema de la familia de Erika. Siempre salía ese tema, y la chica se ponía nerviosa, aunque esta vez con razón. Kyle la había dicho que todo saldría bien pero sus padres pronto se darían cuenta de su ausencia e irían en su busca. Debía decirles a sus amigas lo que le esperaba.
-          Chicas… -llamó por lo bajo.
-          ¿Qué te pasa Erika? –preguntó Raquel-, parece que hayas visto un fantasma, te estás poniendo más blanca de lo normal, y eso es decir mucho.
-          Pues, mirad, va a pasar una cosa por la que no me vais a volver a ver en vuestra vida…
-          ¿¡Qué!? ¿¡Estás loca!? ¿¡Cómo no te vamos a ver!? –Alexia le alarmó.
-          Pues, como ya sabéis, mis padres son musulmanes y me van a llevar a oriente para casarme…
-          Estás de broma, simplemente estás de broma… -decía María- estás de broma y no tiene ni pizca de gracia.
-          Es que no tiene por qué tenerla, chicas… -comenzó Erika entre sollozos- a mí tampoco me gusta, pero es así… Kyle me ayudó a escapar para deciros que me voy… quería despedirme y…
Erika comenzó a llorar y sus amigas la cogieron en un abrazo entre todas.
-          Chicas… os quiero de veras, esto es tan difícil para mí… -decía.
-          Tranquila Erika, nosotras también te queremos –respondió Ainhoa.
-          Sí, aunque estés a miles de años luz, nos tendrás en tu corazón, al igual que nosotras a ti –le dijo Yoli.
-          Gracias, chicas, gracias, os quiero…
Erika se separó de ellas. Por turnos se dieron fuertes abrazos y besos, despidiéndola entre todas. Tras esto, se despidieron entre lágrimas y Erika salió hacia la entrada del parque, con la luz del crepúsculo de cara. En la puerta estaba Kyle.
-          Ha sido muy emotivo –le dijo este al salir, levantándose de la valla.
-          Vete a la mierda, Kyle. Me voy a casa, con suerte no se habrán percatado de mi ausencia.
-          Te dije que te venías conmigo, ¿ya te has olvidado?
-          No, no me he olvidado, pero me largo.
Cuando fue a darse la vuelta, Kyle la cogió del brazo, tirando de él.
-          ¡¡Suéltame!! –jadeó intentando soltarse- ¡¡Que me dejes!!
-          Erika, mírame a los ojos.
-          ¡¡NO!! ¡¡SUÉLTAME!! –dijo mientras se resistía y se doblaba el brazo sin querer en su fallido intento de soltarse.
-          Mírame a los ojos, Erika, hazlo.
Erika, muy a su pesar, acabó mirándole a los. Un error muy grave, pues se topó con esos ojos grises, profundos y firmes.
-          Ahora dime, sinceramente, ¿prefieres irte con ese tío o venirte conmigo? Erika, ¿confías en mí?
La joven vaciló, pero al final, tras mucho esfuerzo y torcerse varias veces la muñeca, optó por responderle. No podía resistirse a esos ojos.
-          Sí… no sé por qué, pero creo que puedo confiar en ti… confío en ti.
-          Me alegro –Kyle le dedicó una gran sonrisa.
Soltó su brazo y la cogió de la otra muñeca, tirando de ella suavemente hacia otra calle.
Anduvieron un rato hasta llegar a la calle Broadway, ya era de noche. Se detuvieron frente a una casa.
-          ¿Dónde estamos, Kyle?
-          En mi casa, bueno, la casa de mi hermana. Vivo con ella, tiene diecisiete años, es un año mayor que yo.
O sea que Kyle tenía dieciséis años, sólo uno más que ella.
El chico llamó a la puerta y una joven rubia de ojos marrones asomó por ella.
      -          ¿Esta es la chica? –dijo refiriéndose a Erika. Kyle asintió- vale, comencemos.


Capítulo 2. Segunda parte:

Kyle asintió mientras Erika ponía cara de confusión. ¿Comencemos? ¿Qué quería decir con eso?
La chica cogió a Erika de la mano y la hizo pasar delicadamente adentro, seguida por Kyle. Cerró la puerta tras ellos, echando la llave.
La casa era de dos pisos. En ese momento se encontraban en un pasillo iluminado con parquet. Las paredes eran amarillo suave con flores anaranjadas y una mesilla a la izquierda de la puerta sujetaba un teléfono fijo y una agenda de teléfonos. A la derecha había unas escaleras de roble con una barandilla brillante y estilizada que subía al segundo piso.
La hermana de Kyle se apoyó en la puerta. Bajo la luz parecía más joven, pero sus facciones firmes hacían pensar que era una chica madura y responsable. Sus ojos marrones tenían una chispa traviesa, juguetona y divertida.
-          Soy Juddy, encantada, Erika.
-          ¿¡Cómo, cómo sabes mi nombre!? –la chica se sobresaltó.
-          Es cierto eso de que eres muy guapa y graciosa, Erika –dijo Juddy.
-          ¿Quién te ha dicho eso? –le preguntó ella. Juddy le hizo un gesto con los ojos indicando a Kyle. Erika se puso roja, había dicho que era guapa.
-          Bueno Juddy, por favor, a lo que vamos, ¿vale? –dijo Kyle, sonrojándose él también.
-          De acuerdo –respondió su hermana y cogió a Erika del brazo, empujándola hacia las escaleras.
Entraron en una habitación pintada de morado a rayas lilas. En un extremo había una cama con una colcha beige, y en el otro un escritorio blanco con un ordenador. En frente había un tocador lleno de cosméticos, un secador y una plancha. Por el suelo había algunos cojines y peluches desperdigados, mientras que sobre la silla del escritorio descansaba una mochila amarillo canario. En las paredes había varios pósters de grupos de música como Tokio Hotel, Kudai, Death Cab For Cutie,  My Bloody Valentine, My Chemical Romance…
-          ¿Este es tu cuarto? –dijo Erika.
-          Efectivamente, pequeñaja, veo que eres observadora –respondió Juddy.
Erika esbozó una mueca. No la gustaba que la llamasen pequeñaja por mucho que Juddy fuese mayor.
-          Y bien… ¿qué queréis de mí? –dijo Erika.
-          Bien pues, me enteré de tu sufrimiento y decidí salvarte. Ya sé que soy una buenaza, no me des las gracias.
“Es exactamente como Kyle…”, pensaba Erika.
-          ¿Así? ¿Sin más? –preguntó.
-          Pues sí, así sin más… y porque esa marca tuya… la del interior de la muñeca… me suena mucho…
-          ¿Esta? –preguntó Erika señalando su marca.
Desde pequeña había tenido esa marca de nacimiento. Era como una gota pintada a tinta negra emborronada en la parte interior de su muñeca izquierda. Siempre pensó que sus padres biológicos eran unos depravados y que la habían tatuado aquello de bien pequeña.
-          Sí, eso… me es familiar… ya investigaré. Ahora, a lo nuestro, comencemos.
-          ¡¡Pero comenzar el qué!! –preguntó otra vez Erika, cansada de que no la respondiesen.
-          Tu cambio de imagen total y permanente, cariño. Para que tus padres no te encuentren necesitamos un cambio de look pronto y también tu nombre… ¿Erika Jaliff? ¡Buah! Demasiado aburrido. Ahora serás… Erika María Romero. Así aún podrán llamarte Erika, aunque lo de María sea tope cutre –dijo Juddy.
Erika estaba un poco confundida, pero lo aceptó. Se iba a salvar de ser casada, con eso ya era feliz.
-          ¿Erika María Romero? ¡Joder Juddy! ¡Eso suena a culebrón mexicano! Erika Sylvia Martínez –protesto Kyle.
-          Sí, y de paso la vestimos de sevillanas y la hacemos correr delante de un torito… ¿Estás loco? ¿A ti qué te gusta más, Erika? –preguntó Juddy.
-          Aitana Erika Montenegro… ese me gusta –respondió la joven.
-          Bueno… vale… -dijo Kyle.
-          Y ahora… -decía Juddy, cogiendo varias cosas del tocador- el cambio de look.
Se veía que Juddy estaba entusiasmada con aquello y Erika se dejó llevar.
Primero la cortó el pelo desde la mitad de la espalda hasta la altura de los hombros. Se lo tiñó de pelirrojo fuerte y se lo rizó. Después la puso colorete rosa pálido y sombra de ojos verde. Cogió ropa de una bolsa al lado del armario y se la pasó.
-          Mírate. Estás alucinante. En esa bolsa hay ropa que me queda pequeña. Coge un pijama y quédate lo demás. Dentro también hay zapatos. Instálate en la habitación vacía del fondo, al lado del baño. Si necesitas ayuda, no me despiertes, golpea la pared de la derecha, ese es el cuarto de Kyle.
Kyle esbozó una mueca y le sacó la lengua a su hermana con malicia.
-          Mañana te llevaremos a buscar trabajo –dijo Kyle.
Erika asintió y salió del cuarto, entrando en la habitación, al final del pasillo. Ese dormitorio era de color verde y el parquet estaba reluciente. Había una cama doble en el centro de la habitación con sábanas naranjas y una ventana que daba a la calle.
Dejó la bolsa en la silla del rincón del cuarto y rebuscó un pijama. Encontró un camisón azul, corto y suave al tacto. Se lo puso en el baño y se miró. Aquella ya no era Erika Jaliff, una huérfana adoptada por unos musulmanes, aquella era Aitana Erika Montenegro, una chica segura de sí misma, nueva en Manhattan.
Le dio las buenas noches a Juddy y se acercó a la puerta de Kyle.
-          Buenas noches, Kyle –dijo Erika.
El joven salió de su cuarto y se acercó a ella.
-          ¿Estás cómoda en tu habitación? –preguntó.
-          Sí, gracias –respondió Erika.
-          Bonito camisón. Te queda… guau… ya me entiendes…
-          Sí, tranquilo, sí te entiendo –dijo ella, sonriendo ampliamente.
-          Espera un segundo, te mostraré una cosa de tu cuarto.
Ambos fueron al dormitorio. Erika entró primero y, tras ella, entró Kyle que cerró con cerrojo.
-          ¿Qué haces? –preguntó confusa.
Kyle no respondió, se acercó a ella, la cogió de las muñecas y la besó. Erika no opuso resistencia, sólo se dejó llevar. Sus manos ascendieron a su pelo dorado y lo acariciaron suavemente mientras las manos de Kyle se entretenían en las curvas de la muchacha. 
Se separaron delicadamente y el chico la besó la mejilla, saliendo por la puerta.
-          Ahí tienes tu regalo de cumpleaños… felicidades –dijo antes de cerrarla.
Erika se quedó mirando la puerta, como si esperase que el muchacho volviese, con una mano puesta dulcemente en su mejilla, allá donde la había besado.


Capítulo 2. Tercera parte:


Rayos de sol se filtraban entre las cortinas de la ventana, acariciando suavemente cada uno de los detalles del rostro de Erika. Esta parpadeó, despertándose y enfocando la vista. Se desperezó bajo las sábanas y estiró los brazos. Había dormido bastante bien.
Se irguió y se sentó en la esquina de la cama. Se tocó el pelo y se sobresaltó. No se acordaba de que Juddy se lo había rizado y teñido. Sería algo temporal ya que a la joven le había gustado y le había dicho que a lo largo de su estancia la cambiaría varias veces de look. Después, recordó a Kyle y su “desliz” de la noche anterior. Era tarde y estaba cansado, ya no se acordaría de lo sucedido. Kyle tenía la pinta de ser el tipo de chico de “Si te he visto no me acuerdo”.
Se levantó y salió del cuarto para entrar en el baño. Las luces de todas las habitaciones estaban apagadas, quizás aún estuviesen durmiendo.
Fue a girar el picaporte del baño cuando, antes de tocarlo, se giró sólo y Kyle apareció, con una toalla en la cintura sujeta con una mano. El chico tenía el pelo mojado, se acababa de duchar, y le caía suavemente acariciando su cuello, con sus cabellos dorados bañados por la luz del sol. Sus ojos estaban iluminados y brillaban con luz propia.
Ambos se sonrojaron mirándose fijamente. Kyle la sonrió, la cedió el paso para que entrase al baño y se metió en su cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
Erika cerró también y se apoyó en la puerta cerrando los ojos intentando bajar su color y calmar los latidos acelerados de su corazón. Aún tenía en mente al chico, limpio y de piel blanquecina, sus músculos prominentes y definidos, los brazos fuertes y firmes, su dorso marcado y fornido… Si pretendía tranquilizarse, no lo estaba consiguiendo.
Tras un rato, se levantó, saliendo de su ensueño, y fue a lavarse la cara. Se dio una ducha caliente y rápida y luego se metió en su cuarto.
Rebuscó en la bolsa que Juddy le había dado la noche anterior. Encontró  unas converses amarillas de su talla, unos pitillos claros, un top blanco y una chaqueta de cuero falso amarilla que combinaban a la perfección. Le costó encontrar ese conjunto, pero cuando lo consiguió se sintió satisfecha. No solía poder elegir y no estaba acostumbrada a ello, pero la sensación de tener algo tuyo y ropas entre las que escoger le gustaba. Se lo puso rápidamente, le sentaba a la perfección. Nunca pensó que podría ponerse algo tan bonito, corto y colorido.
Bajó a la cocina. El suelo era de baldosas blancas y las paredes de azulejos beige. Había una mesa a la izquierda y el frigorífico y la cocina a la derecha.
En la mesa estaban Juddy y Kyle, desayunando. Juddy llevaba su pelo rubio recogido en una coleta alta, unos vaqueros lilas, un top azul, una chaquetilla morada y unas deportivas blancas. En cambio, Kyle llevaba unos vaqueros rectos oscuros, una camisa blanca de tirantes que marcaba más sus músculos, unas deportivas negras y su pelo alborotado y ya seco.
-          Bonito conjunto. Veo que encontraste las converses, tengo millones de ellas en esa bolsa, de distintos colores –comentó Juddy cuando la vio entrar.
-          Siéntate, hay tortitas también para ti –dijo Kyle-, ¿fresa o chocolate?
-          Chocolate definitivamente –contestó Erika riendo. Amaba el chocolate pero no la solían dejar comerlo.
La chica se sentó y cogió un par de tortitas del plato central, estaban calientes. Les echó un buen chorro de sirope, al igual que nata.
-          Una chica sin complejos que come sin miramientos –observó Kyle-, me gusta.
Erika le sonrió y siguió comiendo. Tenía hambre y luego irían a buscarla trabajo para conseguir dinero y encajar en su nueva vida. Ella tenía pensado darles parte del dinero por los gastos y como agradecimiento.


* * *

Más tarde, salieron de la casa Kyle y Erika. Juddy debía hacer cosas en casa.
Llegaron a la Avenida Ámsterdam, donde Juddy les había dicho que había un local que necesitaba ayuda laboral.
Pasaron delante de un puesto ambulante, un restaurante, una tienda de ropa…
-          Nada, fijo que me ha tomado el pelo, la muy… -se interrumpió Kyle al ver un cartel de “Se busca ayuda sin experiencia necesaria” en un Starbucks, frente a ellos- … inteligente y buena persona de mi hermana.
Entraron en el local. Como en todos los Starbucks, había una barra donde pedir con varios expositores, unas mesas rectangulares con sillones junto a las grandes cristaleras, varias mesas circulares y sillas desperdigadas por la sala, paredes con revestimiento de madera y suelos a conjuntos, que le daban un estilo clásico.
Kyle se acercó a la única dependienta que había tras la barra y apoyó un codo en esta. La chica era de pelo castaño y ojos chocolate. Iba vestida como las camareras antiguas: zapatos de charol negro, medias blanquecinas, vestido negro con un mantelillo blanco sujeto en la cintura con bordados, mangas cortas abullonadas, cuello amplio y semicircular con también bordados blancos en el borde de este y una diadema alta y blanca en la cabeza, sobre su pelo marrón y liso.
-          Hola –dijo sonriente-, hemos visto que necesitáis ayuda y ella está interesada.
-          Ah, bueno, pues toma este formulario –dijo la chica.
Kyle lo cogió y se lo pasó a Erika junto a un bolígrafo que había sobre la barra. Erika echó un vistazo superficial al papel. Luego, se apoyó encima de otra mesa y lo rellenó rápidamente. Al poco rato, se lo entregó a la dependienta, que lo ojeó durante un tiempo.
-          Bueno, Aitana, por lo que veo mañana empiezas –dijo la joven sonriendo.
-          ¿De veras? ¡Gracias! No pensé que fuese tan fácil –dijo sonriendo-. Puedes llamarme Erika, me gusta mucho más.
-          Vale Erika, yo soy Sussi –le respondió-, acompáñame un segundo.
Erika obedeció mientras Sussi le indicaba a Kyle que cuidase su puesto en su ausencia. Sussi quitó el cartel de la entrada y entró por una puerta, seguida por Erika.
La otra sala era corriente. Era blanca, con varias taquillas dispuestas a lo largo de una pared con el nombre de las empleadas. Sussi abrió una y sacó otro uniforme igual al suyo.
-          Toma, pruébatelo. Luego te lo quitas, lo guardas aquí y te aprendes la combinación. Mañana te doy la placa con tu nombre.
Erika asintió y Sussi desapareció por la puerta.
Se probó el uniforme, le sentaba como un guante. Dejó su ropa a un lado y salió por donde la otra dependienta había salido. Fuera se encontraban ella y Kyle, charlando. Sólo veía la cara de Sussi y era evidente que a la joven le gustaba Kyle. “La acaba de conocer, por Dios…”, pensaba ella mientras se acercaba a ellos.
Kyle se giró cuando advirtió el gesto de Sussi y se quedó con la boca abierta de par en par.
-          Estás… alucinante –decía Kyle-. Si no fuese porque Sussi está aquí delante créeme que saldrías de aquí con la ropa descolocada y el pelo revuelto. Ya me entiendes –Kyle la guiñó un ojo y Erika se puso roja.
La verdad es que Kyle era algo descarado, y le habría gustado reñirle, pero no podía contra esos ojos grises…
-          Gracias… creo… -dijo un tanto confundida.
-          Te queda muy bien. Mañana ven a las ocho, ¿vale? –preguntó Sussi.
Erika asintió y fue a cambiarse, sin poder quitarse el guiño de Kyle de la cabeza.




Capítulo 3. Primera parte:

Ya estaban comiendo en casa. Juddy no sabía cocinar, y si sabía, lo hacía desastrosamente mal según Kyle. Siempre pedían comida a un restaurante chino, un kebab o algo por el estilo. Esta vez tocaba pizza. Erika intuyó que serían personas de bastante comer ya que habían pedido dos barbacoas familiares para todos, en cambio, ella con cuatro trozos de aquella pizza estaba servida, y quizás sería demasiado.
Erika esperó tímidamente a que ellos cogiesen. Kyle tomó el cacho más grande y Juddy una porción llena de salsa. Erika cogió después un trozo, más bien mediano y se lo comió, dejando, como siempre que comía pizza con sus amigas, el borde de pan a un lado.
-          ¿No te gusta esa parte? –preguntó Kyle, haciendo ademán de cogerla.
-          Sírvete, no me lo suelo comer –respondió sonriendo y cediéndole el trozo.
Kyle le devolvió la sonrisa pícaramente, cogió el borde de Erika y se lo comió bastante rápido. Comieron sin casi hablar. Al poco rato, ya estaban llenos. Se levantaron y se fueron hacia el salón. Erika nunca había visto el salón de esa casa. Era grande y de estilo clásico, de color crema y con una cenefa con motivos arquitectónicos en la parte superior de la pared. A la izquierda había un sofá de tres piezas color ocre y pegado a la pared oeste otro sofá, pero de dos piezas. Frente a ellos, en la pared opuesta a la entrada, había una televisión de pantalla plana sobre una mesa con varios estantes, sobre los cuales había un DVD y otros aparatos llenos de polvo. Entre el televisor y el sofá había una mesita de café de roble con un mando sobre ella y un par de posavasos.
A su derecha había unas estanterías llenas de libros y un reproductor de música junto a una ventana con cortinas granates. El suelo de parquet relucía como un espejo. “Este salón no se parece ni de lejos al pasillo y los dormitorios…”, pensaba Erika.
-          Juddy… ¿este salón lo decoraste tú? –preguntó.
-          No… esta sala la decoró mi madre –respondió la chica.
-          Y… ¿dónde está ella? –dijo Erika, confusa.
Hubo un prolongado silencio en la sala.
-          Muerta –le respondió Kyle. La tensión era palpable en su voz-. Falleció al darme a luz.
-          Kyle… lo siento… -decía Erika.
-          Da igual, es normal que preguntases. Antes de que sigas te diré que mi padre sí está vivo. Vivíamos en Londres, pero un día nos tuvimos que mudar aquí por… trabajo. Ahora mi padre se encuentra allí, hemos tenido problemas con la venta de la propiedad.
-          Ah… siento haber preguntado… oye, nunca me has dicho tu apellido. Eres inglés, ¿no?
-          Sí. Me llamo Kyle Greymoon.
-          ¿Greymoon? Qué bonito.
-          Gracias… sentémonos.
De nuevo, Erika esperó a que ellos se sentasen. En la mayoría de las casas, los asientos estaban ya adjudicados. Y así era. Juddy se tumbó sobre el sofá de dos piezas y Kyle en el otro, dejando un pequeño sitio a su derecha.
-          Yo me suelo tumbar aquí y ocupar todo, pero siéntate si quieres… con una condición.
-          ¿Y qué condición es esa? –preguntó iracunda.
-          Pues tú siéntate… quien no arriesga, no gana –dijo con una amplia sonrisa pícara pintada en la cara.
Erika se encogió de hombros y se sentó en el hueco vacío. Kyle siguió sonriéndola, subió sus pies al lado opuesto del sofá y apoyó la cabeza en las piernas de la chica.
-          Buah… esto es mejor que los cojines deformes que tenía –dijo estirándose y clavando sus brillantes ojos grises en los ojos de Erika.
La chica rió y apoyó un codo sobre el brazo del sofá, sujetándose la cabeza con la mano. Kyle desvió la mirada hacia su hermana, que ya estaba repantigada en su sitio. Le hizo un gesto indicándole que encendiese la televisión. Juddy vaciló y se levantó perezosamente, cogió el mando de la mesa de café y la encendió.
Pasaron un par de horas, quizás más. Erika se había dormido pero, cuando su mano cedió, su cabeza cayó levemente despertándola.
Ya estaba anocheciendo. La joven pasó la vista por la sala. La televisión estaba apagada y Juddy no estaba ya tumbada en su lugar. Kyle aún estaba sobre las piernas de Erika y esta intentó no moverse por miedo a despertarle. El chico tenía una expresión angelical. Sus facciones blanquecinas eran resaltadas por sombras oscuras que se difuminaban y bajo la camiseta brillaba algo azul colgado del cuello… “¿Un collar con un zafiro?”, pensó Erika. Entonces, Kyle apretó los ojos y los abrió.
-          Buena siesta, bello durmiente –le vaciló Erika.
-          Sí, bastante buena. Hace muchísimo que no dormía casi –dijo sonriendo y desperezándose-. ¿Y mi hermana?
-          No lo sé, cuando me desperté ella ya no estaba.
Kyle se levantó rápidamente, pasó a la cocina y cogió su móvil.  Echó un vistazo a la pantalla de este y su expresión cambió bruscamente a una de horror y preocupación. Cogió su chaqueta y las llaves de la casa. Se encaminó hacia la puerta de la entrada bastante deprisa.
-          Hagas lo que hagas, no salgas de casa. Enciende todas las luces y mantente bajo ellas –le dijo a Erika seriamente.
-          ¿Qué? ¿Vas a salir?
-          Sí, ni se te ocurra seguirme y haz lo que te he dicho, ¿vale?
-          ¿Por qué debería hacerte caso?, ¿cómo puedes tener la certeza de que no te seguiré?
-          Porque es peligroso y pondrías en riesgo tu vida. Por eso te quedarás aquí.
-          Ni hablar, voy contigo.
-          ¡¡Erika!! ¡¡Obedece por una vez en tu vida!! –Kyle parecía enfadado.
Cuando la chica estuvo a punto de replicar, oyeron un gran estruendo, de cristal al romperse. Ambos giraron la cabeza instintivamente hacia la ventana del salón. El cristal estaba hecho añicos y esparcido por el suelo. Sobre este, una figura oscura y encorvada se erguía lentamente. Erika dio un grito ahogado y se echó para atrás, chocando contra la pared del pasillo. La figura se estilizó, mostrando unos largos y brillantes dientes blancos.
-          Dadme las enaid graig y tu hermana no sufrirá daños graves –dijo en un susurro.
Kyle se sorprendió tanto como la propia Erika.




Capítulo 3. Segunda parte:


Erika quería salir corriendo de allí, aquella figura de dientes puntiagudos le producía escalofríos por todo el cuerpo.
-          Dime dónde está y te permitiré seguir viviendo –respondió Kyle-… por ahora.
El extraño profirió una amarga carcajada.
-          ¿Vas a hacerlo delante de ella? –preguntó entre risas indicando con la cabeza a la joven.
Kyle murmuró alguna palabrota y miró a Erika, iracundo. El chico gruñó levemente e intentó encender el interruptor de la luz, pero sin éxito.
-          ¿Te crees que no me he cargado primero la red eléctrica de la casa, perro doméstico? –dijo burlonamente.
¿Perro doméstico?  ¿Qué pasaba allí? Era el peor insulto que había escuchado en su vida, pero pareció herir ligeramente a Kyle. Este estiró su brazo disimuladamente, intentando alcanzar algo sobre la mesa del pasillo. Una linterna. Cuando la cogió apuntó rápidamente al desconocido.
-          Ciao bambino –dijo burlándose y, a continuación, encendió la linterna.
La luz dio de lleno al extraño, haciéndole retroceder. Durante un segundo, Erika pudo vislumbrar algo de él. Era un chico, un chico de unos catorce años, quizás un poco más. Era pálido, como un cadáver. Tenía unos dientes largos y puntiagudos que le asomaban bajo el labio. Sus ojos eran oscuros y estaban medio hundidos. Llevaba ropas extrañas, parecían viejas y atrasadas a su época, pero no pudo ver más. El joven había saltado ágilmente por la ventana. Kyle se asomó rápido por ella articulando una palabrota, justo a tiempo de ver cómo salía corriendo por la calle, desapareciendo en la oscuridad entre quejas y gemidos.
Kyle tomó del brazo a Erika y tiró de ella, haciéndola salir de la casa. Corrieron, la chica sin saber aún por qué. Pronto, el joven le había sacado una gran distancia, corría tremendamente rápido. De vez en cuando aminoraba el paso para dejar que Erika le alcanzase. Mientras lo hacía, no dejaba de murmurar cosas como “Podría correr más rápido si…”, “Debería ponerla a salvo y luego…”, y otras palabras ininteligibles. Erika siempre había sido bastante rápida pero Kyle tenía una velocidad sobrehumana.
-          Siento ser tan lenta –dijo jadeando.
-          Siento ser tan rápido –respondió vacilando-. No pasa nada, pero date prisa.
-          ¿Has reconsiderado lo de dejarme en casa?
-          En estos momentos mi casa es más peligrosa que un bar de carretera lleno de borrachos hostiles.
Erika imaginó la grotesca situación y se estremeció. Tenía muchas preguntas pero le pareció que no era el mejor momento para hacer algunas de ellas.
-          Oye, Kyle… ¿qué era eso? –se decidió por esa cuestión.
-          Quién era eso. Era Dustin, un niñato de 341 años.
-          ¿¡Qué!? Kyle, no tiene gracia, me asusté de verdad.
-          No te estoy tomando el pelo, tonta. ¿Te crees que estoy de humor para bromear?
No, no lo estaba, se veía en sus ojos., en aquellos ojos que le eran curiosamente familiares. Pero, de todo modos… ¿¡341 años!? Tenía que estar bromeando, no hay humano que viva tanto… Humano. ¿Y si no era humano? Erika había visto películas en casa de sus amigas cuando decía que iba a comprar comida, el monstruo más parecido al tal Dustin era un… vampiro. “¡Pero no puede ser! ¡Los vampiros no existen!”, gritaba para sus adentros.
-          Sí, es un vampiro. Puede que no me creas o no me quieras creer, pero es cierto –dijo Kyle, como adivinando sus pensamientos.
Un vampiro… por eso se ahuyentó cuando le apuntó con la linterna. Erika intentaba asimilar la información, pero lo único que conseguía es que le surgiesen más preguntas.
Seguían corriendo pero la chica no sabía hacia dónde se dirigían.
-          Kyle, ¿adónde vamos?
-          A rescatar a mi hermana… pero primero a ponerte a salvo.
-          No, yo también quiero ir.
-          Erika…
-          ¡No, Kyle! ¿¡Después de lo que acabo de ver pretendes que me quede tan tranquila!? ¿¡Y dónde tienes pensado dejarme!?
El chico calló, bien por la impresión o por la duda. Erika esbozó una sonrisa. “Le he pillado”, pensó riendo. Hubo un prolongado silencio hasta que finalmente, Kyle respondió.
-          Vamos a un supermercado abandonado, los vampiros son muy cutres con lo de las guaridas secretas. Se supone que están en obras, pero es sólo una tapadera para que no les molesten.
-          Ah… ¿y cómo tienes pensado rescatarla?
-          Entrar, matar unos pocos chupasangres, coger hermana, matar otros pocos chupasangres, salir… ¿qué te parece?
-          Pues muy esquemático. Así dicho suena bastante fácil.
-          Sí, bueno… primero pararemos en una casa, tengo que hablar con alguien.
Durante el resto del camino no hablaron. Kyle seguía comentando por lo bajo y Erika se sentía un poco mal por no poder ir a su ritmo. Llegaron a un bloque de apartamentos bastante viejo. Tenía unos seis pisos y todas las ventanas estaban cerradas.
Kyle se acercó a la puerta corriendo y buscó un nombre en el telefonillo. Llamó al cuarto B y enseguida abrieron la puerta, sin necesidad de respuesta. Subieron las escaleras rápidamente. En el apartamento B, la entrada estaba abierta. Pasaron dentro y Kyle aporreó la puerta de una habitación.
-          ¡Eloy! ¡Soy Kyle, despierta y ven! –gritó- ¡Pero sal vestido! –agregó enseguida.
Se oyó un gruñido tras la pared y, poco después, apareció un chico de unos dieciséis años. Tenía el pelo a media melena negra y unos ojos verdes deslumbrantes. Era muy atractivo y tenía apariencia fuete, casi tanto como Kyle.
-          ¿¡Pero qué quieres ahora!? ¡Estaba dur…! –calló al ver a Erika- Hola… ¿quién eres?
-          Hola, soy Erika. He venido con Kyle.
-          ¿Desde cuándo tienes una novia tan guapa? Todas tus novias siempre han sido unas pavas estiradas –le dijo a Kyle mientras guiñaba un ojo a Erika y esta se ponía roja.
-          No es mi novio –dijo la chica bajando la cabeza para ocultar su sonrojo.
-          Y no eran pavas, sólo eran  unas descerebradas que me querían por el físico –espetó Kyle.
-          Ah, ¿y no es lo mismo? –respondió entre risas.
-          Bueno, luego podemos debatir eso, ahora necesito vuestra ayuda. Mi hermana ha sido raptada por vampiros.
¿Vuestra ayuda? ¿Es que había alguien más en la casa?
En ese momento, Eloy se puso blanco y corrió hacia su cuarto. Al poco rato salió peinado aunque con el pelo aún alborotado y vestido con unos vaqueros desgastados de color claro, una camiseta negra de tirantes y unas deportivas blancas. Cogió la chaqueta que tenía en el perchero del pasillo e hizo alguna llamada por el móvil.
-          Ya está. Ahora me lo explicas detenidamente… -se detuvo al ver a Erika- ¿Ella también viene? –Kyle asintió- Pero es sólo una chica, es preciosa y tal pero eso a los vampiros les da igual.
Erika se volvió a poner roja. Tenía que reconocer que el chico tenía labia y sabía cómo tratar a una chica.
-          Vale, Casanova, luego si quieres le sigues tirando los tejos pero ahora te recuerdo que mi hermana ha sido secuestrada. Erika viene porque Dustin la ha visto e irían a por ella si no estuviese con nosotros. Además, Juddy tiene sus razones para quererla a nuestro lado, está investigando lo de su marca… -respondió señalando la gota emborronada que tenía Erika pintada en la parte interior de la muñeca.
Eloy se acercó a la chica y la tomó la mano, dándola la vuelta delicadamente. Pasó su mano suavemente por la marca y luego la soltó, mirando fijamente a los ojos a Erika.
-          Interesante… quizás por eso Juddy fue a ver a los vampiros. Ya sabes, hay familias vampíricas con marcas de gotas de sangre, igual pensó que esta chica pudiera ser su descendiente, aunque esta es azul. Luego, ellos pasarían de Juddy, ella se cabrearía y acabaría a zarpazos con ellos, ya la conoces…
Kyle le dirigió una mirada furtiva y Eloy captó la advertencia de que callase. “¿Qué ha dicho de malo?”, pensó Erika. Entonces, los chicos salieron de la casa hablando, seguidos por Erika. La chica sólo pudo captar fragmentos de su conversación, pero era evidente que hablaban de ella. De vez en cuando, uno de ellos se giraba y ella se hacía la distraída. Una vez en la calle, Kyle se dirigió a Eloy en voz alta.
-          ¿Dónde están todos? –dijo medio enfurruñado.
-          Deberían estar al caer.
Una vez dicho eso, un montón de hombres y mujeres de todas las edades se empezaron a acercar a ellos desde la oscuridad de la calle.

-                      --          Ya están aquí –dijo Eloy saludándoles.




Capítulo 3. Tercera parte:

Era un gran conjunto de personas, la mayoría joven. Serían alrededor de treinta. Todos se acercaban a ellos.
-          ¿Quiénes son? –preguntó Erika.
-          Tan inocente como guapa –sonrió Eloy mientras Kyle le dirigía una mirada recelosa.
-          Son… amigos. Vienen a ayudarnos a rescatar a Juddy –respondió Kyle.
Una vez estuvieron lo suficientemente cerca, Kyle les explicó a gritos la situación. Erika temía que los vecinos se despertasen pero los demás edificios parecían deshabitados o, en esos momentos, vacíos. ¿Era posible que aquella masa de gente fuesen los vecinos?
Entonces, Kyle llamó a Erika mientras ya los demás marchaban. El chico se acercó a ella en un ademán de correr a su lado, pero Eloy se adelantó, cogiéndola de la muñeca y tirando suavemente de ella, haciéndola seguir al grupo de personas. El chico la dedicó una pícara sonrisa de dientes blancos mientras Kyle gruñía y les seguía, finalmente poniéndose en cabeza.
Tardaron poco en llegar a su destino: un supermercado medio derruido. Erika se estremeció al verlo.
-          ¿Por dónde entramos? –dijo Eloy soltando la muñeca de la joven.
-          Pues por donde siempre, por la puerta trasera. Es tan evidente que no lo esperarán –respondió Kyle riendo.
Rodearon el edificio sigilosamente, dividiéndose en grupos. Algunos entraron por la salida de emergencia y otros por la propia entrada. Erika, Eloy y Kyle se quedaron fuera. Desde allí, la chica empezó a escuchar gritos, golpes de algo caído al suelo, cristales al romperse y… ¿Aullidos? ¿Por qué oía aullidos? “Me estoy volviendo loca”, pensó Erika.
-          Kyle, quédate aquí con la chica, voy a entrar a ayudar –dijo Eloy encaminándose hacia la puerta.
-          Sí hombre, ¿Y perderme toda la diversión? Además, mi hermana está ahí dentro –protestó Kyle.
-          Y la mía. Además, Erika es tu responsabilidad. Aunque, si quieres, puede ser la mía, pero no te prometo portarme como un hombre maduro ni mucho menos… -respondió Eloy pícaramente.
-          No es por nada, pero sigo aquí –espetó Erika interrumpiendo, para su alivio, la futura contestación de Kyle, que no prometía ser muy educada.
Ambos chicos la miraron fijamente. Erika se sobresaltó. Así de frente, pudo compararlos. Kyle tenía apariencia angelical aunque también tuviese sus momentos de impotencia. Por otro lado, Eloy era más el tipo de chico con las ideas claras que no se acobardaba al decir lo que pensaba, sin meditarlo antes.
-          Pues que entre –dijo Eloy finalmente, encogiéndose de hombros.
-          ¿¡Qué!? ¿¡Estás loco!? ¿¡Quieres que la vacíen como a una botella de sangre!? ¡Ni hablar! ¡Ella no entra! –respondió Kyle a gritos.
-          Nuevamente os comunico de mi presencia entre vosotros –comentó Eria.
-          ¡Y también sarcástica! Esto mejora por momentos –dijo Eloy guiñándola un ojo.
Erika se puso roja. Kyle pareció enfurecerse pero logró que su voz pareciese calmada.
-          Mira, cuando esto acabe puedes tirarle los tejos y acostarte con ella si quieres. Ahora tenemos que decidir qué hacer. Ahí dentro están luchando y nosotros estamos aquí parados –argumentó Kyle mientras Erika le propinaba un buen codazo-. ¡Ay! ¡No seas bruta!
La chica le dirigió una mirada asesina y luego habló:
-          Si soy tanto un estorbo, me voy a casa a que me castiguen y luego me casen y me esclavicen, ¿vale?
Ambos chicos callaron de repente y la miraron.
-          Erika, lo siento, no quería… -se disculpó Kyle.
-          Bueno, pues lo has hecho –espetó la joven.
-          Luego lo arregláis, pareja. ¿Entramos o dejamos que terminen con la fiesta ellos solos? –preguntó Eloy a la vez que oían un estruendo desde dentro- La están armando buena.
-          Vale… Erika, no te apartes de mí, ¿vale? Si me pierdes o voy a ayudar a alguien, permanece en la esquina, quieta y en silencia, ¿está bien? –preguntó Kyle. Erika sintió- De acuerdo, entremos.
Eloy abrió las puertas de un empujón. La primera planta estaba enteramente destrozada y… vacía. Allí no había nadie, ni un alma. Carros hechos pedazos, cristales rotos y esparcidos por el suelo, mostradores tumbados y hechos trizas y… sangre. Sangre por el suelo y las paredes, negra y roja. Kyle sacó una linterna y la encendió. El chico se aproximó a la sangre y se agachó sobre ella.
-          Buah, está seca. Deben haber bajado al sótano, donde están los demás vampiros –dijo al levantarse-. Abajo tienen algunas ventanas por las que se cuela un poco de luz para poder ver.
-          Pues creo que han hecho un buen barrido aquí arriba –comentó Eloy, señalando una esquina con cosas amontonadas.
Se acercaron y Erika pudo contemplar con horror que aquellas cosas en realidad eran los cuerpos inertes de vampiros. La imagen era realmente grotesca. Podía ver los pálidos rostros de aquellos que antes vivían llenos de expresiones de sorpresa y dolor.
-          Erika, no mires –dijo Kyle acompañándola hacia otro lado donde su vista no llegase a ver aquello-. Eloy, vámonos.
Se encaminaron hacia unas escaleras mecánicas paradas y oxidadas. Desde allí comenzaban a oír golpes y ruidos indescriptibles. Bajaron deprisa y llegaron a una sala totalmente oscura. Kyle sacó la linterna de nuevo y buscó la puerta.
-          Kyle, la entrada está aquí –dijo Erika al lado de ella.
-          ¿Ves? –dijo girándose y acercándose- No eres un estorbo –puso la mano sobre el picaporte-. Está cerrada, ¿por qué la cierran si han entrado a pegarse? ¿Y si quieren huir? ¿Cómo saldrán?
-          Creo que lo que querían era precisamente que lo vampiros no huyeran, pero tú a tu ritmo –respondió Eloy.
Kyle le dedicó una cruel sonrisa y después indicó a Erika que se apartase. Una vez la chica se puso a un lado, Kyle arremetió la puerta con el hombro. Necesitó dos sacudidas para abrirla. Eloy y Erika se acercaron.
Aquello estaba lleno de lobos y vampiros, saltando, corriendo y dándose golpes mutuamente. El suelo estaba bañado en sangre.
-          Ay madre la que han montado, ¡sólo había que sacar de aquí a mi hermana, no masacrarlos! –espetó Kyle.
-          Bueno, pues yo me uno a la fiesta –dijo Eloy y acto seguido desapareció entre el barullo.
Kyle se dispuso a entrar pero se paró viendo que Erika no se movía.
-          ¿Qué te ocurre? –preguntó.
-          Toda la gente de antes… ¿eran hombres-lobo?
-          ¡Anda, si lo has pillado sin necesidad de explicación! –vaciló Kyle- Claro, por eso cogieron a Juddy, los vampiros y los licántropos se odian.
-          O sea que Juddy es… una mujer-lobo.
-          Afirmativo, querida, lo vas entendiendo. Es raro que nos veas, la verdad. Para los humanos, los vampiros y los licántropos son cuentos, simples inventos para asustar a los niños. Sólo los podrías ver si ellos quisieran, y los vampiros no suelen querer, sinceramente. Esa es otra de las cosas que me atraen de ti, eres tan misteriosa y escondes tantos secretos… -Kyle se acercó más a ella.
Desde esa distancia, Erika pudo sentir su respiración más fuerte que la de ella. Quería borrar esos centímetros que los separaban escasamente, fundirse con él y sentir su esencia. Kyle alzó su mano y la colocó en la nuca de la joven, levantando su cabeza. Poco a poco, el chico comenzó a bajar la suya mientras se arrimaba más a ella. Sus labios estaban a milímetros de los de ella, y Erika deseaba más que nunca eliminarlos. Ambos habían cerrado los ojos cuando oyeron una voz.
-          ¡¡Kyle!! ¿¡Quieres venir de una vez a ayudarnos!? –era la voz de Eloy, que gritaba desde el interior de la sala.
Los dos se separaron inmediatamente, como si les hubieran pillado haciendo algo malo. Erika sintió que le habían arrebatado algo suyo, una parte de ella muy importante. “Estábamos tan cerca, tan cerca…”, pensaba la chica mientras se mordía el labio inferior.




Capítulo 4. Primera parte:

Kyle la miró con cara de lástima. Entonces, una figura oscura salió de la sala. Era un chico joven, de pelo castaño, pálido, con dientes puntiagudos y algunas marcas de quemaduras en la cara y los brazos. Dustin.
-          Anda, si el perro doméstico se ha dignado a aparecer por aquí ¡Y me ha traído comida! –dijo mirando a Erika.
-          Comida vas a ser tú como le toques un solo pelo –le respondió Kyle enfurecido.
-          ¿Y si lo hago? Venga, ¿de veras te importa una humana? Tú que has matado demonios a mordiscos, vampiros con un solo zarpazo… -decía Dustin.
-          ¡Cállate de una vez! Esto lo arreglamos en el campo de lucha, ¿o te doy miedo y por eso me atacas verbalmente? –respondió orgullosamente Kyle.
Dustin gruñó y después asintió, entrando de nuevo en la sala. Kyle miró otra vez a Erika.
-          Por favor, escóndete bien, ¿vale? Si te ataca un chupasangre le apuntas con la linterna, se asustará o se convertirá en ceniza al contacto con la luz –dijo tendiéndosela. Erika la cogió-. No tardaré –y a continuación le dio un beso en la mejilla, para luego desaparecer entre todo el barullo.
Erika se colocó en una esquina, encogida con la linterna apagada y bien agarrada. Desde ahí podía ver muchas atrocidades y salvajadas. Vio un lobo sobre un vampiro arrancándole el cuello a mordiscos, un vampiro cabalgando a un lobo mientras le mordía donde debía de estar la clavícula, mucha sangre y borrones de peleas al fondo y en el medio de la sala.
Entonces, mientras se centraba en borrar de su cabeza aquellas imágenes, un vampiro se acercó sigilosamente a ella. Erika lo vio y le apuntó con la linterna. El vampiro se sorprendió y la chica pulsó el botón del aparato. La luz no salió. La joven zarandeó la linterna enérgicamente. “Mierda, las pilas…”, pensó. El vampiro soltó una molesta carcajada y se tiró sobre ella. Erika cerró los ojos pero no sucedió nada. Los abrió. Justo antes de tocarla, un lobo negro arremetió contra el vampiro, derribándolo. El animal le rajó el cuello de un zarpazo y la sangre comenzó a brotar, tiñendo el suelo de rojo. El lobo se giró y miró directamente a Erika con unos deslumbrantes ojos verdes. Poco a poco se fue irguiendo, las orejas haciéndose más pequeñas, el pelaje desapareciendo, los caninos encogiéndose y las garras volviéndose manos.
-          Erika, ¿estás bien? –dijo Eloy acercándose a ella.
-          ¿Lo de recargar las pilas te suena de algo? –vaciló aún consternada.
-          Esa es otra de las razones por la que nos vuelves locos, preciosa –le guiñó un ojo y después se volvió a sumergir en la pelea, en forma de lobo.
Erika se quedó  con cara confusa, pero no le dio tiempo a preguntar.
-          ¡Oye! ¿¡Y qué hago yo ahora!? –gritó son esperar respuesta.
La chica se volvió a poner en la esquina, deseando con todas sus fuerzas no ser atacada de nuevo. Lamentablemente, sus plegarias fueron ignoradas. Un joven de pelo castaño se acercó a ella sin disimulo. Erika le reconoció. Era Dustin ¿Qué querría de ella? ¿Y dónde estaba Kyle? El chico la sonrió mostrando sus blancos dientes afilados. Rápidamente y de un golpe la empotró bruscamente contra la pared, agarrándola por los brazos mientras le hundía las uñas en la carne.
Erika dio un grito de dolor y Dustin se rió de ella.
-          Sin el licántropo ya no eres tan valiente, ¿verdad? –dijo- Tranquila, te mataré rápido, no te dolerá… -dio una amarga carcajada- Qué mal miento. Te dolerá, preciosa, y espero que mucho.
-          No me llames preciosa –protestó Erika y después le escupió en la cara.
Aquel gesto pareció enfurecer al vampiro, pero este se limitó a seguir riendo. De un movimiento le destrozó la chaqueta que se le empezó a caer a trozos.
-          Puedo hacer eso mismo con tu cuerpo, querida –sonreía Dustin.
Alzó una mano y cogió a Erika por el cuello. La chica podía notar el tacto gélido de sus dedos y cómo sus uñas le atravesaban la piel haciéndole diversas heridas de las que comenzó a brotar sangre. Erika se llevó las manos al cuello, arañando la de Dustin en un desesperado intento de liberarse. El chico la levantó sobre él, dejándola sujeta sólo por su mano. La chica sentía cómo se iba quedando sin respiración y comenzó a agitar las piernas intentando golpear a Dustin. Consiguió darle una patada en la rodilla. El chico cedió un poco, pero luego volvió a alzar a Erika con más fuerza aún.
-          Estúpida zorra inútil –gruñó y a continuación la tiró hacia la otra pared.
La joven cayó al suelo en un estruendoso golpe. Se intentó levantar pero sus piernas no reaccionaban. Dustin se acercó tranquilamente y la dio un par de patadas en el estómago.
-          No entiendo por qué le importas tanto, sólo eres un inútil saco de huesos. Debería matarte ahora, pero dejaré que mueras lentamente, quiero ver cómo Kyle sufre, sufre terriblemente al igual que nosotros cuando matan a uno de los nuestros. Si tengo suerte, igual se suicida y todo –agregó Dustin entre risas.
A Erika le dolía todo y ya casi no podía respirar. Cuando se intentaba erguir, el vampiro la golpeaba con todas sus fuerzas, tumbándola de nuevo. No podía gritar, lo intentaba pero las palabras no acudían a su boca. De vez en cuando escupía sangre y Dustin se deleitaba con la imagen. Tenía el top blanco bañado en ella y los vaqueros teñidos de rojo. Por un momento, el vampiro pareció parar. Se había girado, quizás para asegurarse de que los demás seguían peleando y no habían reparado en él. Erika, en un acto reflejo, agarró la linterna y, con las fuerzas que le quedaban, la arrojó hacia la cabeza de Dustin. La esperanza pintó su rostro, para luego desaparecer. De un solo movimiento, el vampiro incrustó sus largos y afilados dedos en el aparato.
-          Grato error, preciosa, ahora estás desarmada y no tienes fuerzas –dijo tirando la linterna hacia un lado-. Levántate.
Erika no se movió y Dustin le propinó otra patada para hacerla entrar en razón. La joven obedeció al tercer golpe y se levantó torpemente. Tenía los brazos llenos de heridas abiertas, la cara manchada con motas rojas y un par de rajas en cada mejilla, la boca llena de sangre, el cuerpo bañado en ella y las piernas débiles y temblorosas. Pareció que Dustin se enorgullecía de aquella bonita estampa. Se acercó a ella y la cogió fuertemente por los hombros, provocándole nuevos daños. El vampiro sonrió y la besó levemente los labios, saboreando su sangre. Se quedó mirándola fijamente mientras se los relamía.
-          Será una pena matarte, tu sangre es una de las más sabrosas que he probado –susurró.
-          Prefiero cortarme las venas –espetó Erika.
-          Tampoco estaría mal –dijo Dustin entre risas.
El joven giró la cabeza lentamente y se aproximó al cuello de la chica. Erika cerró los ojos, despidiéndose en sus últimos pensamientos. Entonces, notó cómo las manos del vampiro la soltaban bruscamente y ya no tenía una sensación gélida en el cuello. Abrió los ojos. A su derecha se encontraba Dustin, tumbado en el suelo y, frente a ella, un lobo plateado. El animal la miró durante un segundo, escrutándola de arriba abajo con unos deslumbrantes y profundos ojos grises. Su mirada se entristeció durante un momento para luego enfurecerse. El lobo saltó sobre Dustin, pero Erika prefirió apartar la vista. “Ese lobo… yo le he visto antes”, pensaba, “Sí, lo sé… esa elegancia y delicadeza en sus movimientos, ese límpido pelaje plateado y… esos ojos grises. Una vez, de pequeña, hará diez años, yo estaba jugando fuera. Me salí del jardín y me puse en medio de la carretera. Un coche iba muy rápido por ella y no me veía. Me iba a atropellar. Mi madre adoptiva estaba en las escaleras, gritando mi nombre. Entonces, un lobo plateado golpeó al coche, parándolo a escasos centímetros de mí. Yo vi a ese animal, majestuoso en sus movimientos. Era pequeño, pero tenía gran fuerza y rapidez. El lobo me miró, como me ha mirado este ahora, y luego partió, escondiéndose entre la maleza. Le conté a mi madre lo sucedido, pero ella no había visto ningún animal, sólo contempló cómo el coche paraba en seco. Pero yo sí. Yo sí le vi, no fue mi imaginación…”. Tras este recuerdo, Erika se desmayó.




Capítulo 4. Segunda parte:

El sol ya había salido y la mayoría de vampiros habían huido antes del alba. Los que no, habían muerto a manos de los licántropos o convertidos en ceniza.
Erika apretó los ojos ante la sensación de luz en sus párpados, despertándose.
-          ¡Erika!... Uf, qué susto, pensamos que habías… -decía Eloy convirtiéndose ya en humano.
La joven lo miró confusa. Intentó levantarse pero no pudo, le dolía todo.
-          ¿Dónde está Kyle? –dijo en otro intento de erguirse.
-          Buah, estará por ahí revisando la zona –contestó el chico ayudándola a sentarse.
Desde esa posición, Erika pudo ver cómo había quedado la escena. Aún había sangre por el suelo, cristales rotos, arañazos en las paredes, cenizas amontonadas en una esquina y cuerpos en otra. Había varios lobos y humanos por la sala, algunos transformándose y otros rebuscando por la sala. Y, finalmente, al fondo pudo ver a su lobo salvador. El animal de pelaje plateado la estaba mirando con esos brillantes ojos grises. El lobo comenzó a erguirse, transformándose en humano. A Erika esa imagen le podría resultar desagradable, pero en ese caso no. La elegancia y belleza de sus movimientos era agradable a su vista. El animal se convirtió en un joven rubio de ojos grises. Kyle. El chico corrió hacia ella y se arrodilló a su lado.
-          Erika, menos mal, ¿estás bien? –parecía realmente preocupado- Cuando vi a Dustin aquí, contigo entre sus garras…
El recuerdo del vampiro le asaltó a la mente como una ráfaga de viento congelado. Se acordó de sus blancos dientes, su mirada burlona, el tacto gélido en su cuello, la sangre por todas partes, el beso…
-          ¿Dónde está Dustin? –preguntó sin pensar.
-          Muerto –respondió Kyle-. Le golpeé muy fuerte y luego…
-          Ya… ¿Kyle? –dijo la joven, bajando la vista.
-          ¿Qué?
-          Gracias –Kyle la sonrió-. Y lo siento.
-          ¿Lo sientes? ¿Por qué lo sientes?
-          Por todo. Por molestar, por ser inútil, por preocuparte…
-          No molestas y no eres inútil. Si no fuese por ti, no habríamos encontrado la puerta –dijo entre risas. Puso su mano en la barbilla de la joven, haciéndola alzar la vista-. Y no tampoco te disculpes por preocuparme, a veces es agradable sentir que debes proteger a alguien y cuidarle… -decía mientras la acariciaba el pelo.
Kyle se aproximó más a ella. Erika podía sentir su corazón acelerarse ¿Por qué siempre que estaba cerca sentía una necesidad irrefrenable de besarle y fundirse con él en una sola persona?
-          Ejem… -carraspeó Eloy haciendo que ambos se separasen con desgana- ¿Y si salimos?
-          Esto… Sí, deberíamos irnos –respondió Kyle quitando difícilmente los ojos de Erika-, me han dicho que Juddy ya se fue a casa.
Kyle ofreció una mano a la joven, quien la aceptó. Se levantó torpemente, aún le dolía todo el cuerpo y estaba llena de heridas.
Salieron del edificio. En la calle se encontraban todos los demás, sentados en la acera y de pie, con apariencia agotada.
-          Bueno, ahora nos vamos a casa, necesito una ducha caliente –dijo Kyle mirando a Erika.
-          Dejad que os invite a tomar algo –comentó Eloy. Os podéis duchar en mi baño.
-          Sí, ya, tú lo que quieres es que Erika se duche en tu casa –espetó Kyle-. Mira, ya te dije que después de rescatar a mi hermana podías tirarle los tejos si querías.
-          ¿Qué parte de “estoy aquí y no soy sorda” no habéis entendido? –preguntó Erika.
-          Ah, sí, es cierto –respondió Eloy a Kyle, ignorando el comentario sarcástico de la joven-. Vale, tú lo has querido –se giró hacia Erika-. Con tu permiso…
El joven puso una mano en la espalda de la chica y la arrimó hacia sí. La miró durante escasos segundos y luego la besó tiernamente, colocando su otra mano en la cintura de la muchacha. Erika se sorprendió pero después cerró los ojos y se dejó llevar. Entonces, la mano de Eloy que estaba en su cintura comenzó un descarado descenso. La joven abrió los ojos de inmediato, separándose bruscamente de él y le dio un manotazo en la cara.
-          ¡Ay! ¿¡A qué ha venido eso!? –se quejó Eloy poniéndose una mano en la mejilla dolorida- Esto me va a dejar marca.
-          Así por lo menos el recuerdo de esta lección perdurará más en tu cara que en tu mente –contestó Erika.
Kyle reía sin parar detrás de ellos. La chica se giró hacia él, indicándole que se fueran ya.
-          ¿Esto significa que lo de venir a mi casa se suspende? –preguntó Eloy.
-          Adiós, Eloy –esa fue la única respuesta de Erika.
Kyle dejó de reírse momentáneamente y después se pasó todo el camino de vuelta a casa callado pero de vez en cuando soltando alguna risita por lo bajo. Una vez en la puerta de su casa, Kyle sacó la llave.
-          La verdad es que pensé que dejarías que Eloy siguiese –comentó Kyle.
-          ¿Por qué iba a dejarle?
-          Porque pensé que te gustaba –la expresión de Kyle era seria.
Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, cediéndole el paso a Erika. La chica pasó y esperó a que también lo hiciese Kyle.

      -          Eloy no me gusta, tenlo en mente –dijo Erika y a continuación subió las escaleras hacia su cuarto.



Capítulo 4. Tercera parte:

Kyle pasó a la cocina donde estaba Juddy, comiendo. La joven le saludó con un movimiento de cabeza. Estaba llena de heridas y cortes, pero parecía no importarle. Kyle se apoyó en la encimera, cogió una manzana y comenzó a jugar con ella.
-          ¿Por qué fuiste a ver a los vampiros? –preguntó el chico.
-          Tenía que saber si Erika era descendiente de ellos, no podía dejarlo estar –explicó mientras se comía otra galleta.
-          ¿Y lo es? –dijo Kyle.
-          No, claro que no. Pero he averiguado cosas sobre su marca bastante importantes. Me queda confirmarlo pero todo apunta a que sí. Si es cierto lo que sé, tendríamos a una chica peligrosa instalada en casa.
-          ¿Peligrosa? ¿Cómo va a ser Erika peligrosa? Hoy casi la matan en dos ocasiones.
-          No lo entiendes. Esa marca en su brazo quizás sea de la familia Bluelagoon –comentó la joven-. Los vampiros tienen una biblioteca enorme, ¿sabes? Y encima me sueltan ahí, como si no pudiese salir a golpes por la fuerza…
-          Espera, espera… ¿Bluelagoon? ¿Entonces ella…? –inquirió el chico.
-          Sí, y, además de eso, a lo mejor por sus venas corra sangre de Logan. Eso sería una explicación a lo de que pueda vernos.
-          Un momento, déjame intentar asimilarlo. Erika, una chica que ha crecido sin conocer a penas el mundo exterior y ni siquiera conoce a sus padres biológicos quizás tenga sangre de Logan y nos pueda controlar contra nuestra voluntad –Juddy asintió-. Vale, tienes razón, suena peligroso ¿Quieres que la llame?
-          Si no es mucho pedir… Necesitamos que nos cuente todo lo que recuerde de su niñez.
Kyle dejó de jugar con la manzana y la colocó sobre la encimera. Salió de la cocina y subió tranquilamente al segundo piso. La puerta del dormitorio de Erika estaba abierta. El joven dudó en llamar pero, finalmente, pasó. La habitación estaba patas arriba: la cama dada la vuelta contra la pared, la ropa que Juddy le había dado a Erika esparcida por el suelo, la ventana abierta de par en par y el armario abierto con la puerta medio rota. Kyle se adentró más en el cuarto. Al pisar por la sala, hizo algún ruido y algo se sobresaltó detrás de él. El joven se giró instintivamente. Ahí, ante él, rebuscando en el mueble se encontraba un chico de unos dieciséis años. El muchacho era castaño, alto, delgado, de tez blanquecina y sus ojos rojos como el rubí. “Un vampiro”, pensó Kyle, pero luego recapacitó: “Los vampiros no salen de día”. El chico llevaba unos vaqueros oscuros y una camisa blanca de botones. El desconocido miró a Kyle fijamente.
-          ¿Quién eres tú? –preguntó el joven de ojos rojos.
-          Te has colado por la ventana del segundo piso de mi casa y has destrozado el cuarto de invitados, ¿no debería ser yo quien hiciese las preguntas?
-          ¿Cuarto de invitados? ¿No es aquí donde se supone que se aloja la chica?
-          Veo que has ignorado por completo mi comentario sarcástico –comentó Kyle-. Creo que estás mal informado, por lo que o sales tú o te saco de aquí a mordiscos.
-          Ya veo, tú eres el hombre-lobo. Kyle creo que te llamabas… ¿no me recuerdas? Nos vimos hará unos diez años.
-          No, no te recuerdo. Sostengo mi anterior amenaza.
-          ¿De veras? Te refrescaré la memoria. Hace diez años, una noche, tú dormías ahí en tu cuarto, tranquilamente. Entonces, te despertaste bruscamente cuando alguien te intentó quitar el collar que llevas con la piedra azul –dijo señalando el cuello de Kyle-. Y mira que me esmeré para no hacer ruido, pero te levantaste y me atacaste. Me pillaste desprevenido y se me cayó el rubí. Por tu culpa me gané una buena bronca… ¿ahora me recuerdas?
Los recuerdos de aquella noche asaltaron la cabeza de Kyle. Recordó esos ojos rojos en la oscuridad, intentando arrancarle el cuello, literalmente. Él se liberó de sus garras y, una vez en forma de lobo, le arañó el pecho. Tenía sólo seis años cuando eso ocurrió, pero era tan fuerte como cualquier adulto. A su atacante se le cayó una piedra, un rubí que le era muy familiar: el rubí de su fallecida madre. Aquel rubí fue un regalo anónimo a su madre por su segundo embarazo. Tras su muerte, guardaron el rubí como un recuerdo, allí, en su casa de Londres. Tiempo después, lo robaron cuando no estaban en casa y se la destrozaron, por lo que se tuvieron que mudar a Manhattan, donde el desconocido de ojos rojos les atacó, pero, como él relató, perdió la piedra.
Al recordar todo aquello, una chispa de cólera pintó los ojos de Kyle.
-          Si lo que buscas es la piedra de Aiden, no la tenemos –dijo el joven.
-          ¿A, no? ¿Estás seguro? Mi tutor no opina lo mismo.
-          ¿Tu tutor? ¿De qué me estás hablando?
-          Nada, ahora no tengo tiempo para conversar... ¿dónde está la chica?
-          ¿Para qué quieres a la chica? Lo que estás buscando son las enaid graig, no entiendo para qué la quieres a ella.
-          No es asunto tuyo, ahora vete y déjame hacer mi trabajo.
Kyle se enfureció y saltó sobre el muchacho. Este se movió muy rápido, haciendo que el joven cayese dentro del armario. El chico de ojos rojos le empujó más adentro, cerró las puertas con fuerza y apoyó en ellas su peso mientras Kyle las golpeaba para salir. El joven murmuró algo por lo bajo y de las manos le comenzaron a salir chispas rojas flameantes. Pasó una de ellas sobre la cerradura del armario. En ese momento, Erika apareció en el cuarto, mojada y envuelta en una toalla. La joven se quedó parada, mirando al desconocido.
-          Quién eres tú y qué haces en mi cuarto –dijo Erika, enfadada.
El joven de ojos color rubí se quedó paralizado, observándola de arriba a abajo. El chico se sonrojó, Erika iba prácticamente desnuda.
-          Responde o sales por la ventana, te aseguro que será un aterrizaje forzoso –comentó la joven.
-          Me llamo Gadiel –respondió a duras penas- ¿Tú eres Erika?
En ese momento, las puertas del armario comenzaron a retumbar con más fuerza, atrayendo la atención de la joven.
-          ¿¡Qué sucede ahí arriba!? –chillaba Juddy en el piso de abajo.
-          ¡¡Erika!! ¿¡Estás ahí!? –gritaba Kyle dentro del armario.
-          Pero, ¿Qué ocurre aquí? –dijo Erika, girándose hacia Gadiel.
El joven parecía confuso, indeciso. Pasó la mirada de Erika al armario, después a las escaleras por las que podría subir Juddy en cualquier momento, y luego de vuelta a la joven. Finalmente, murmuró una palabrota y salió por la ventana. Erika se asomó rápidamente por ella, pero no había rastro de Gadiel. Entonces, escuchó de nuevo la voz de Kyle, que golpeaba el armario intentando salir. La chica se acercó al mueble. La cerradura despedía chispas rojas, parecidas a fuego, pero no se extendían ni desprendían calor.
-          Ese tío era un hechicero fijo, veo las llamas por el agujero de la cerradura, además un hechicero de los buenos… -dijo Kyle golpeando de nuevo la puerta desde dentro- ¡Mierda! ¡No consigo salir! –gritó, cesando por un momento los golpes- Erika, no te acerques a las chispas, es un hechizo demoníaco, podría ser letal…
Kyle volvió a dar empujones cada vez más fuerte, pero la puerta no cedía. Erika fue a intentar ayudarle. Sin querer, tocó levemente la cerradura y las chispas rojas desaparecieron de repente. El chico, que seguía golpeando con todas sus fuerzas, dio un último empujón que hizo que la puerta se abriese bruscamente y él cayese al suelo derribando a Erika, ahora debajo de él. Kyle tenía sus brazos firmemente apoyados en el suelo, al lado de los hombros de la chica. Las piernas de Erika se encontraban juntas, entre las de él. Sus miradas se cruzaron y ambos se sonrojaron levemente.
-          Sabes, esta escena se podría malinterpretar debido a la poca ropa que llevas –comentó Kyle.
La respiración de Erika era irregular y su corazón latía a una velocidad vertiginosa, pero trató de que su voz sonase firme cuando le contestó:
-          Cállate, que tú has salido del armario –se burló la joven.
Sus labios estaban relativamente cerca y Kyle no apartaba sus ojos de los de ella. El joven se fue acercando poco a poco, como pidiéndola permiso para hacerlo. Erika le miraba, quieta y sin quitarle la vista de encima. El cuerpo de Kyle rozaba levemente las piernas desnudas de la joven y el dorso cubierto por la toalla. Cuando ya estaban muy cerca, ambos cerraron los ojos.
En ese momento llegó Juddy corriendo y, al ver la escena, se quedó paralizada en la puerta.
-          ¡Pero, ¿se puede saber qué estáis haciendo?! –gritó desde su posición.
Kyle se levantó de un salto, como a un niño pequeño al que han pillado haciendo algo malo. Erika se irguió torpemente, sujetando la toalla con una mano.
-          Esto no es lo que parece –decía Kyle.
-          ¿¡Cómo que no es lo que parece!? –chilló Juddy aún consternada.
-          Juddy, tranquilízate. Bajemos a la cocina, acaba de suceder algo importante que deberías saber –respondió el chico.
-          Y que lo digas –comentó su hermana fulminándole con la mirada.
Los dos salieron del cuarto, cerrando tras de sí para que Erika se pudiese vestir.




Capítulo 5. Primera parte:

Erika se quedó sola en el cuarto. El suelo estaba mojado, pero por suerte la ropa no. La recogió y la amontonó sobre la silla de la esquina, que por suerte no había sufrido daños. Cogió una camiseta de tirantes roja y uno vaqueros blancos, junto a unas converses rojas. “Es cierto, tiene de todos los colores”, pensó. Se vistió de prisa y entró en el baño. El pelo ya lo tenía casi seco y, por no haberse peinado, se le estaba enmarañando. Se pasó un poco el peine y a continuación bajó a la cocina. Allí se encontraban Kyle y Juddy, esta última estaba bastante cabreada. Erika se sentó junto al chico.
-          Y está, ahora explicaciones –dijo Juddy-. Necesito explicaciones para saber qué estabais haciendo si no es lo que parece.
-          Tranquila, déjame contártelo –contestó Kyle-. Mira, yo fui a por Erika como tú me dijiste, pero cuando llegué, su cuarto estaba patas arriba y ella creo que estaba en la ducha –dijo mirando a la joven, quien asintió-. Quien estaba allí era el chico de ojos rojos, aquel que robó el rubí de Aiden en Londres y luego, cuando intentó robarme el zafiro de Logan, se le cayó. Estuvimos hablando, tiene un tutor que debe ser el que va tras las enaid graig. Luego se marchó por la ventana.
-          Gadiel –comentó Erika-. Se llamaba Gadiel. Oye, no me estoy enterando de nada, ¿quiénes son Aiden y Logan?
-          Ah, bueno, es una leyenda subterránea, aunque sea cierta, es normal que no sepas de que hablamos. Aiden y Logan eran hermanos gemelos, los primeros hechiceros del mundo. Pelearon por el poder total, pero nunca ganaba nadie. Decidieron repartirse los poderes, pero Aiden los quería para él. Planeó matar a Logan y este, antes de morir, encerró sus poderes en un zafiro y los de su hermano en un rubí y los respondió. Tras siglos y siglos de búsqueda, los descendientes de Aiden encontraron la piedra e intentaron activarla pero, sin ambas piedras, no pueden utilizar su poder –explicó Juddy.
-          ¿Y dónde está la piedra azul? –preguntó Erika tras asimilarlo todo.
-          Aquí –respondió Kyle señalando el zafiro que llevaba en el cuello-. Mi familia es descendiente de Logan y la guardiana de su poder. En cambio, la roja fue escondida. La piedra azul fue bendecida y el rubí, todo lo contrario. Cuando alguien sin sangre de Aiden se lo pone, muere al poco tiempo. Eso fue lo que le pasó a mi madre, se lo regalaron como presente por su segundo embarazo. Cuando me tuvo me dio el zafiro y, poco después, falleció.
-          ¿De veras? ¿Y qué pasó con el rubí?
-          Lo guardamos como recuerdo en la casa de Londres –contestó Juddy-. Un día, mientras Kyle y yo estábamos en el colegio, el tal Gadiel ese apareció en casa, se llevó el rubí y la destrozó hasta los cimientos.
-          Y después nos mudamos aquí –continuó Kyle-. Una noche, apareció a por mi piedra y al muy tonto se le cayó el rubí –dijo riendo-. Pensé que no volvería por aquí, pero por alguna razón lo ha hecho… y también te buscaba a ti, Erika.
-          Ahora que lo dices… sabía mi nombre, pero cuando me vio ni me atacó ni nada –comentó la joven.
-          Pues claro –dijo Kyle riendo a carcajadas-. Te recuerdo que acababas de salir de la ducha y no estabas vestida, tonta.
Erika le dirigió una mirada asesina de advertencia. A Kyle se le borró la sonrisa de la cara y se hizo el serio.
-          Ejem… no sabemos por qué te busca, aunque yo tengo una corazonada –continuó-. Explícale lo que hablamos, Juddy.
-          Está bien –dijo esta-. Erika, ¿recuerdas algo, aunque sea muy poco, de tu familia biológica? –la joven negó con la cabeza- Vaya… pues es que quizás sepamos quienes pueden ser tus padres.
-          ¿¡Qué!? ¿¡Mis padres, los de verdad!? –preguntó sorprendida.
-          Sí, puede que así sea –le contestó Kyle-. Tenemos el presentimiento de que eres descendiente de Logan y quizás una Bluelagoon…
-          ¿Bluelagoon? ¿Qué es eso?
-          Es el apellido de la otra rama de descendientes de Logan. Los Bluelagoon se quedaron con una esencia mágica de su antecesor. Son expertos en la magia del control y autocontrol, son capaces de controlar a los subterráneos, al igual que a ellos mismos, completamente. La marca de esa familia es una gota de agua –explicó Juddy señalando la muñeca de la joven.
Hubo un largo silencio que ninguno de ellos tuvo intención de romper. Juddy miraba fijamente a Erika mientras esta intentaba asimilar toda esa información que había recibido de golpe. Todo comenzaba a cuadrar cuando Kyle habló:
-          Hay algo que no me termina de convencer. A ver… el Gadiel ese me encerró en el armario con un hechizo demoníaco… pero los aprendices no saben hacerlos y los maestros casi no los pueden controlar… y además se desvaneció al poco rato, los conjuros de ese tipo no se desvanecen tan fácilmente, eran como llamas rojizas sobre la cerradura.
-          Bueno, los únicos que sabían controlarlos eran los descendientes de Aiden. Quizás el tal Gadiel sea uno de ellos, al igual que su tutor… -respondió Juddy-. Eso explicaría algunas cosas, pero lo que no cuadra ahora es por qué se desvaneció ese hechizo cuando el chico ya se había ido, debería haber perdurado.
-          Esto… perdón por la interrupción pero… -decía Erika- Sin querer toqué las llamas rojas…
-          ¿¡Qué!? ¡Ya veo el caso que me haces! ¿¡Qué parte de “no te acerques a las chispas” no entendiste cuando te hablé!? –replicó Kyle.
-          Sí, bueno, te oía pero no te escuchaba –objetó Erika-. Lo que quiero decir es que, al tocarlas, se consumieron.
-          ¿Se consumieron? ¿No te hicieron daño cuando las rozaste? –dijo Juddy anonadada- Eso es muy extraño…
Otro silencio prolongado inundó la sala. Erika ahora estaba confusa y Kyle parecía estar pensando. Esta vez fue Juddy quien lo rompió:
-          Habrá que meditarlo e informarse –dijo finalmente-. Pero…
-          ¿Pero qué? –preguntó Kyle.
-          ¡¡No me habéis aún justificado lo de cómo os encontré en la habitación!! –gritó nuevamente cabreada.
-          ¡Tranquilízate, mujer! El armario estaba cerrado con el hechizo y yo le estaba dando golpes para salir. Entonces fue cuando Erika, sin hacerme caso –dijo Kyle mirando a la joven-, se acercó y tocó la cerradura. Yo golpeé de nuevo la puerta, se abrió y caí sobre ella… ¿Ves? No era nada malo. Pero… no habría pasado nada si hubiese sido lo que pensabas, Juddy, tengo dieciséis años, ¡asúmelo!
-          Sí, tienes dieciséis años, pero ella tiene quince y tú eres un irresponsable… -replicó Juddy.
-          ¡Deja de hacerme de madre! –protestó el chico.
-          Te haré de madre esta que papá vuelva, mientras tanto, estás a mi cargo.
Kyle la miró fulminante, pero Juddy pareció rechazar su reto. Se levantó y cogió unas galletas del armario de la cocina.
-          Las madres dan de comer. Si no soy tu madre, entonces, tú no comes.
A Kyle se le borró la mala cara de repente.
-          ¡Querida madre! –dijo el chico sonriente.
-          Sí, vale, comed rápido. Os recuerdo que a las ocho, Erika tiene que ir a su trabajo ¿No querrás llegar tarde el primer día?
Erika negó con la cabeza y sonrió. Juddy se puso a preparar tortitas mientras Kyle se comía el paquete entero de galletas.
A las siete y media estaban ya desayunados y saliendo de casa. Juddy decidió quedarse en casa con la escusa de que estaba realmente cansada. Kyle iba protestando de camino a la calle Ámsterdam.
-          ¿¡Qué está cansada!? ¡¡Nosotros sí que estamos cansados!! ¡¡Fuimos a rescatarla porque la muy estúpida se fue a verlos y no dormimos nada por su culpa!! –gritaba mientras andaban.
Erika no hablaba, estaba demasiado absorta en sus pensamientos para poder calmar a Kyle, que iba dando patadas a todo lo que pillaba de por medio. Al poco rato llegaron al restaurante, y Erika saludó a Sussi.
-          Hola Sussi, ¿llego a tiempo?
-          Sí, pero por los pelos. Ve a cambiarte al cuarto trasero. Y date prisa.
Erika asintió y entró en la sala. Ese era su primer día de trabajo en su nueva vida.




Capítulo 5. Segunda parte:

Erika introdujo la clave en su taquilla y la abrió. Se vistió rápido, no quería enfadar a Sussi. Se asomó por la puerta de la sala, intentando ver si Kyle se había marchado. No, ahí estaba, sentado en una mesa con el menú abierto, tapándole el rostro. Parecía estar escondiéndose… ¿se escondería de ella? Cuando fue a dar un paso hacia fuera, el chico la miró. Le hizo un gesto disimulado, señalando hacia la derecha con la cabeza. Erika siguió la dirección hasta encontrar a Sussi ¿Qué tenía de malo Sussi? Pero entonces se fijó mejor. Estaba hablando con unas personas que le tendían un par de carteles. Enfocó más la vista y pudo ver que los carteles eran de búsqueda, con la foto de alguien pegada… la suya. Esos eran sus padres adoptivos.
Erika dio un traspié hacia atrás y se encerró en el cuarto. Se puso de puntillas intentando ver algo por la pequeña ventana de la puerta. Podía verlos, ahí, charlando. Sussi asintió y agarró los carteles, despidiéndose de ellos rápidamente. Tras hacerlos salir por la puerta, cerró y puso el letrero de “Cerrado”. Kyle se levantó y, junto a Sussi, se acercó al cuarto en el que estaba Erika. Entraron y cerraron tras ellos. Sussi le tendió los carteles.
-          Eran tus padres. Al parecer han colgado estos carteles por todo Manhattan –dijo Sussi.
-          Mierda… -respondió Erika, arrugándolos- Un momento… ¿cómo sabes tú que son mis padres?
-          ¿No se lo has dicho, Kyle? –preguntó ella al joven. Este negó con la cabeza- Bueno, entonces me re-presento. Me llamo Beth, tengo dieciséis años y soy una vampira.
-          ¿¡Una vampira!? Pero… ¡si estás bajo la luz! –objetó Erika- Mira, soy nueva en esto, pero no soy tan tonta.
-          Veo que Kyle tampoco te ha explicado nada de eso –dijo riendo-. Soy un… cruce extraño. Mi madre era un hada de la luz y mi padre un vampiro. Puedo permanecer bajo el sol, pero sólo días en los que no pega muy fuerte. Me quemo con facilidad, por lo que no salgo mucho. Los ventanales del edificio frenan un poco la luz. Vivo en el piso superior al restaurante.
-          ¿Un cruce? ¿Hada y vampiro? Eso sí que es raro… -contestó Erika.
-          Sí, bueno, el caso es que conozco a Kyle desde pequeña, y entonces, su hermana decidió que trabajases aquí para estar segura –comentó Beth mirando al chico.
-          Sí, hem… ahora deberías pensar qué vamos a hacer –dijo este-. Tus padres te están buscando y han avisado a las autoridades… esto es serio.
-          Cierto, la policía ya estará yendo de casa en casa buscándote… -comentó Beth.
Entonces, oyeron el sonido de una sirena acercándose a ellos. El sonido cesó y escucharon toques en la puerta principal.
-          ¡¡Mierda!! ¡¡No debería haberme escapado!! –gritó Erika, tapándose la cara con las manos- ¡¡Esto va a acabar mal, muy mal!!...
-          Erika… tranquilízate… tranquila, todo saldrá bien –decía Kyle con su habitual tono tranquilizador que siempre funcionaba con ella.
-          ¡¡No!! ¡¡Esta vez no va a salir bien!! –chilló entre sollozos- ¡¡Y tú acabarás en la cárcel por secuestro, mis padres se asegurarán de ello!!
Estaba claro que no quería escucharle, no podía. Se agarraba el pelo con fuerza, tirando de él. Comenzó a llorar y se sentó en una esquina. Kyle alargó una mano en un ademán de calmarla, pero ella la rechazó con un golpe. El joven pareció herido por su reacción, pero indicó a Beth que saliese a ver que querían. La chica obedeció y salió por la puerta, dejándolos solos.
-          Erika… -comenzó a decir Kyle.
-          ¡¡No quiero escucharte!! –gritaba ocultando sus lágrimas con las manos.
-          Erika, escucha…
-          ¡¡No quiero!! ¡¡Déjame en paz!! –chilló ella alzando la cabeza.
Le miraba fulminantemente a los ojos, con firmeza. Su respiración era ajetreada y jadeante. El pecho le subía rápidamente junto a la fuerza de su aspiración. Por sus ojos caían lágrimas a raudales, haciendo que su mirada fuese más dura. En su mirada estaba pintada la cólera e ira que tenía contenida. En ese momento, su expresión se endulzó y le dejó de mirar con rabia. Se llevó las manos a la cara, ocultando la desesperación que ahora mostraba. Comenzó a llorar con los ojos enterrados en las palmas y el pelo tapando su rostro.
-          Kyle… por favor… yo sólo quiero ser feliz, aunque sea sólo un poco –decía entre sollozos-. He estado dos días contigo solamente, pero han sido los mejores días de toda mi vida. Y ahora se ha acabado ¿Por qué tiene que ser todo tan injusto?
Kyle la miraba callado. Sólo verla así le dolía interiormente, era como punzadas en el corazón.
-          Erika, yo… -dijo Kyle acercándose a ella.
Entonces entró Beth por la puerta. Se les quedó mirando. Erika estaba aún en la esquina, llorando, y Kyle la miraba con el puño cerrado.
-          ¿Interrumpo algo?
-          No, tranquila –contestó el chico abriendo su mano-. Estábamos hablando ¿Qué te han dicho?
-          Nada, que si la conocía, la había visto últimamente y cosas por el estilo.
-          Bueno, eso significa que no sospechan dónde puede estar…
-          Erika, tómate el día libre. Iros a casa, ¿vale? Ya hablaremos –dijo Beth mirando a Erika.
La joven asintió y se levantó torpemente, rechazando la mano que le había tendido Kyle. Beth y él la dejaron para que se cambiase. Erika cogió su ropa de la taquilla y se vistió rápidamente. Salió del cuarto, fuera estaban hablando.
-          ¿Ya? –preguntó Beth- Hoy tendré cerrado, no tengo ganas de atender…
Kyle sonrió y cogió a Erika de la mano, haciéndola salir por la puerta. Hizo un gesto de despedida a la joven y ambos se fueron calle abajo.
Entonces, en una esquina, vieron a la familia de ella colgando carteles en un poste. Erika se tapó el rostro con la mano y Kyle giró su cabeza, haciendo como que hablaba con la joven. Una niña pequeña se separó del grupo y se acercó a ellos. El joven giró en redondo, tapando completamente a Erika. La niña siguió andando, contemplando a la joven de arriba a abajo.
-          ¿Por qué llora? –preguntó la niña a Kyle.
El chico se quedó sorprendido, aunque era normal, después de todo era una niña pequeña ¿Quién no ha hablado con extraños o ha ido diciendo hola a todo el mundo cuando es muy joven?
-          Hem… se ha… hecho daño –respondió improvisando.
-          Ah, ¿cómo se ha hecho daño?
-          Se ha… caído –dijo avergonzado del bajo nivel de su mentira.
-          Pobrecita… ¿estás bien? –preguntó la niña directamente a Erika.
La chica giró más su cabeza, intentando que no la viese, pero la niña se puso delante de ella. Contempló su cara con la boca abierta y Erika pudo ver que se trataba de la pequeña Salome. La niña hizo ademán de gritar y Kyle la intentó callar. Salome le miró fulminante y luego se volvió hacia sus padres.
-          ¡¡PAPÁ!! ¡¡ERIKA ESTÁ AQUÍ!! –gritó con su voz aguda.
Toda la familia se dio la vuelta enseguida y se quedó mirando a la joven fijamente. Kyle cogió a Erika de la muñeca y tiró de ella fuertemente, haciéndola correr. Sus padres les siguieron con la vista un momento y luego salieron tras ellos. Por alguna extraña razón, sus padres eran más rápidos que Kyle y ya estaban a pocos metros de la pareja.
-          ¿¡Pero por qué van tan deprisa!? –gritaba el chico.
Entonces se cansó y paró en una esquina.
-          Habrá que correr el riesgo –dijo jadeando.
Comenzó a encorvarse. En un momento ya estaba transformado en lobo. El animal aulló y subió a Erika a su lomo. Los padres de la joven ya estaban casi a su lado y no se habían sorprendido al ver a un lobo en lugar de un chico. Comenzaron a correr de nuevo, cada vez más rápido. El hombre murmuró algo por lo bajo y de sus manos comenzaron a salir chispas verdes. Lanzó un par de bolas flameantes hacia ellos, una de ellas alcanzó a Kyle en una pata. El lobo flaqueó y entró en un jardín, ocultándose en unos arbustos.
-          Erika… quédate aquí, yo los distraeré… en cuanto puedas ve a casa de Beth… -dijo jadeando.
Erika asintió confusa y Kyle salió corriendo de nuevo, tras él los padres de la joven.




Capítulo 5. Tercera parte:
 
Erika vio cómo sus padres se alejaban corriendo detrás de Kyle. La joven se levantó torpemente una vez toda la familia había desaparecido calle abajo. Miró a los dos lados, asegurándose de que no hubiese nadie mientras las lágrimas bañaban su rostro. Tenían suerte de que en esa época del verano todo el mundo se hubiese ido de vacaciones o estuviese encerrado en su casa a causa del calor. Dio un paso hacia adelante y le flaqueó la rodilla. Intentó dar otro, pero esta vez cayó al suelo. Se miró la pierna. Tenía un agujero enorme en el pantalón donde se había hecho una herida de la que brotaba sangre. Se debía haber clavado alguna espina al caer. Posó una mano en el césped y se levantó de nuevo. Cojeó hasta el bar de Beth que no quedaba muy lejos. En el interior del local no había nadie. El cartel de “Cerrado” seguía colgado y no había rastro de la joven. Erika dio un par de toques en la puerta, esperanzada de que alguien abriese, pero no sucedió nada. No podía ir a casa de Juddy, quedaba muy lejos y Kyle la dijo que fuese con Beth. Se apoyó en el marco de la puerta y se escurrió hasta sentarse en el suelo. Entonces, alzó la vista y vio un telefonillo. “¿Por qué no se me ocurrió antes?”, pensó irguiéndose y tocando el timbre. Al poco rato una voz asomó por lo que parecía un altavoz escondido en una esquina, oxidado y con pintura cayéndose a trozos. “Hoy no estoy muy centrada”, pensaba.
-          ¿Sí? –dijo una voz femenina bastante dulce.
-          Hola… soy Erika –contestó tímidamente-. ¿Está Beth?
-          Beth, es para ti –se oyó decir por lo bajo a aquella voz.
Hubo una breve pausa en la que Erika pensó que habían colgado, pero al rato escuchó la voz de Beth.
-          ¿Erika? Pensé que te habías ido con Kyle.
-          Sí, bueno… él me dijo que volviese aquí. ¿Puedo pasar? No es buena idea contarte lo que ha sucedido así.
-          Ah… vale, sube.
A continuación la puerta se abrió y Erika pasó al interior del local. Entonces se dio cuenta de que no sabía cómo subir a casa de Beth, no había ninguna escalera ni ascensor. Con eso en mente comenzó a dar vueltas por la sala, fijándose en los detalles de la decoración mientras esperaba ver algo que la indicase qué hacer. En ello estaba cuando oyó un ruido proveniente de la sala de empleados. Dudó en pasar o no, pero decidió entrar en el cuarto, ¿qué podía perder? Antes de poner la mano sobre el picaporte, la puerta se abrió bruscamente y apareció Beth.
-          Hola… ¿Por qué tardabas tanto? –preguntó la joven que acababa de llegar.
-          Hem, no sé si te das cuenta pero no hay escaleras ni nada con lo que pueda subir siendo yo una humana que no puede convertirse en murciélago y mucho menos volar.
-          Vale, tu lado sarcástico es bastante acertado.
Cogió de la muñeca a Erika y tiró de ella hacia el interior de la habitación. Beth se paró ante su taquilla e introdujo su combinación. Abrió la puerta del armario y mostró a la joven su interior: unas escaleras de madera un tanto desgastadas por el tiempo y la humedad que ascendían hacia una puerta abierta en el fondo.
Beth cedió el paso a Erika con una sonrisa y ambas subieron los escalones, cerrando tras ellas. Una vez arriba, la chica cerró la puerta con llave y la invitó a sentarse en un sofá. Erika dio un vistazo rápido al cuarto. Era una salita de paredes verdes, no muy grande. Frente a ella había una puertecilla de color blanco que debía dar a las otras habitaciones. En el centro había una mesa de café caoba de tres patas con una bandeja de porcelana sobre la que descansaban una taza y una jarra de café. A Erika le extrañó que no fuese té. Había una ventana en la pared derecha, cerrada y con la persiana bajada, por lo que una lámpara en el techo erala fuente de luz de la sala. Alrededor de la mesa había dos sillones amplios de color verde oscuro. En uno de ellos se encontraba una joven desconocida. Era de tez pálida y tenía el pelo pelirrojo y bastante largo, hasta la cintura. Era muy delgada, pero no dejaba de ser atractiva. Llevaba un vestido sin mangas, verde con adornos morados, que marcaba las curvas de su cuerpo. Su rostro era suave a la vista. Tenía unos labios carnosos rosados y sus ojos verdes amarillentos la miraban fijamente mientras tomaba un sorbo de la taza de café que tenía entre las manos.
-          Erika, esta es Stella –dijo Beth.
Erika abrió más los ojos, sorprendida. A la joven pelirroja se le cayó la taza al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
-          ¿Erika? –preguntó la chica, poniéndose en pie- ¿Eres tú?
-          ¿Stella? –contestó Erika. La otra chica asintió- ¡¡Stella!!
Ambas se acercaron y se abrazaron fuertemente.
-          Pensé que te habías ido, ya sabes, nos dijiste que…
-          Sí, ya sé lo que os dije, pero Kyle me salvó –dijo Erika, apagando su voz-. Y ahora mis padres le están persiguiendo… parecen… hechiceros…
-          ¡Tu pelo! ¡Estás preciosa! –comentó Stella- ¡El pelirrojo te sienta genial!
-          No me estoy enterando de nada –replicó Beth-. ¿Podéis explicaros?
Stella y Erika rieron y se sentaron en un sofá. Beth tomó asiento en el otro y cogió una taza.
-          Beth… me he cargado tu taza… -dijo la chica cogiendo el asa rota del suelo y jugando con ella en el dedo índice.
-          Nada, tranquila. Ahora explicaos detenidamente.
-          Vale –Erika tomó la palabra-. Stella y yo nos conocíamos de antes. Es una de mis únicas amigas. La dije que me iba, ya sabes, que mis padres que me querían casar. Entonces llegó Kyle –continuó mirando esta vez a Stella- y me llevó con él. Antes mis padres adoptivos nos han visto y Kyle se ha… ido corriendo dejándome con vosotras mientras mis padres le lanzaban cosas que parecían hechizos o algo así.
-          O sea que tú ya sabes sobre el mundo mágico, ¿no? –preguntó Stella.
-          ¿Qué? Pensé que eras tú la que no sabía sobre eso –contestó Erika.
-          ¿Yo? –rió la joven- ¡Pues claro que no! Es evidente que lo conozco teniendo en cuenta que soy una bruja.
-          ¿¡Bruja!? Espera, en sentido interno o externo.
Stella la miró fulminante y Erika se echó hacia atrás ante la sensación de presión.
-          Bruja de las de hechizos, gatos negros, calderos con potingues putrefactos… -dijo Stella con resignación- Pero sin gatos negros, calderos con potingues putrefactos y verrugas en la cara. Sobre todo lo último –comentó tocándose la cara con la palma de la mano.
-          Eso ya lo veo… -contestó Erika con una sonrisa en la cara- Bueno, pues que Kyle se transformó en lobo y salió corriendo para distraer a mis padres y que yo pudiese llegar aquí.
-          ¿¡Lobo!? ¿¡Kyle es un hombre-lobo!? –preguntó Stella sorprendida.
-          Pensé que ya lo sabías…
-          ¿Kyle? ¿El rubio guapetón de ojos grises y mirada penetrante? –siguió Stella- ¿Ese Kyle?
-          Sí, el Kyle rubio guapetón de ojos grises y mirada penetrante. Ese Kyle –respondió Beth, exasperada.
Stella le hizo una mueca de suficiencia a Beth, y las tres chicas se rieron juntas.
-          ¿Quieres café, Erika? –preguntó la joven.
-          Si no es mucha molestia… -dijo ella.
-          Claro que no.
Beth se levantó y avanzó hacia la puerta del otro lado de la sala. Al pasar al lado de Erika la miró a la cara y sonrió. Entonces soltó un grito y se escondió tras la puerta.
-          ¡¡AH!! ¡¡SANGREEEEE!! –aulló tras la pared.
-          ¿¡Sangre!? –dijo Stella y se acercó a Erika- Sangre…
Erika miró su pantalón y vio la mancha roja seca que tenía en la rodilla. Se le había olvidado que Beth era un vampiro. Stella se levantó y se acercó a la joven.
-          Tranquila, está seca, quédate tras la puerta hasta que lo arregle.
La joven se acercó a Erika y la miró.
-          Es un vampiro vegetariano, pero aún así siente impulsos hacia la sangre.
Stella murmuró algo por lo bajo y de las manos le comenzaron a brotar llamas verdes amarillentas. Pasó una sobre el pantalón de Erika y, al quitarla, el agujero había desaparecido.
-          Gracias –dijo la joven.
-          De nada. Beth, quédate ahí un rato hasta que se te pase.
-          De acuerdo –oyeron desde el fondo.
Entonces, Stella se sentó junto a Erika y comenzaron a hablar de sus cosas, como en los viejos tiempos, olvidando todo cuanto les preocupaba.