Escalofríos Susurrados


Prólogo

¿Por qué me hacían esto? Yo no fui, yo no pegué a esa chica. ¡Por el amor de Dios! ¡Se rompió las dos piernas y un brazo, está claro que yo no pude ser! ¿Es que no lo entendían? Vale, sí que tenía ganas de haberlo hecho, me estaba provocando, pero eso no significaba que yo lo hiciera. Y ahora me llevaban a un internado, venga ya. ¿Es que mi madre no me creía? Estaba claro que no. Como la señora necesitaba tener un estatus social muy alto y un historial impecable, yo, como era una bárbara y una impotente, debía ir a un internado para que el resto del vecindario siguiera pensando que era una madre ejemplar. Si mi padre levantara cabeza… Él sí era bueno y no le importaba la opinión de los demás. Él era él mismo, no tenía nada que ver con la falsa de mi madre. Se revolvería en la tumba si supiese cómo se comportaba ella. Y si hubiera visto lo que yo vi… vi cómo esa chica se retorcía en el suelo, se doblaba sola, sin ayuda, hasta escuchar el crujido de sus huesos. Aún puedo escuchar sus agudos chillidos de dolor…




Capítulo 1
Estaba en el coche, con mi madre. Ella iba muy seria, mordiéndose el labio inferior pintado de rosa pastel sin darse cuenta. Siempre iba maquillada, hasta en ese momento, que íbamos de camino a un internado a cinco kilómetros de mi casa. Nadie la iba a reconocer porque allí nadie la conocía, ¿por qué tantos potingues y ropa de marca? Mi madre no tenía remedio. Yo iba en el asiento del copiloto, pensando en mis cosas con los cascos puestos para no escuchar la música que había en la radio. De vez en cuando suspiraba porque sabía que eso ponía de los nervios a mi madre, que clavaba sus uñas de porcelana con manicura francesa en el volante del vehículo. Llevaba el pelo recogido en un moño, rubio teñido por cierto, impecablemente peinado del que no salía ni un solo mechón. A veces se tomaba más molestias cuando bajaba a comprar el pan. Sus ojos verdes iban de un lado a otro constantemente, sin quedarse fijos en la carretera.
-          Mamá, o te relajas o acabaremos estrelladas contra la primera señal de stop.
-          ¿Qué te tengo dicho de llamarme así, Lucinda?
-          Madre, o se relaja o acabaremos estrelladas contra la primera señal de stop. ¿Contenta?
-          Como sigas con esa actitud, jovencita, pasarás más tiempo en el internado de lo que piensas.
Quizás sería mejor, pero no le iba a decir eso a mi madre. Sería demostrarla que me gustaba la idea y ella decidiría reconsiderarlo.
Mi madre y yo no nos parecíamos en nada, ni física ni psicológicamente. Ella era rubia, repito, teñida, llevaba el pelo largo, sus ojos eran enteramente verdes, era mucho más pálida que yo y siempre llevaba maquillaje. En cambio, yo era morena, de color negro natural, y  llevaba el pelo a media melena, con la raya a un lado y las puntas desiguales. Mis ojos eran marrones verdosos, mezcla del color de mi madre y el de mi padre, y era bastante pálida, pero lo mío no era maquillaje. Odiaba los potingues engaña bobos creados a partir de pigmentos de origen desconocido que se probaban en pobres animales indefensos. No era ecologista radical, pero lo del maquillaje era una atrocidad, aunque mi madre no podía vivir sin ellos. Había marcas fiables, que te afirmaban que no se probaban en animales y te daban un número para confirmarlo, pero las de mi madre no hacían nada de eso. Eran marcas caras y seguro que sí que las usaban con mamíferos. Algún día todo ese mundillo sería destruido y esperaba ese día con ansia. Mientras tanto, tendría que soportarlo.
Estaba pensando en ello cuando mi madre rompió el silencio. Con lo bien que estaba yo meditando tranquilamente y tuvo que sacar el maldito tema que pensé que habíamos dejado zanjado con un veredicto de culpable y una sentencia de internación.
-          Lucinda, ¿por qué pegaste a esa chica?
-          Otra vez mamá… -mi madre me miró fijamente- Madre, pensé que lo habíamos hablado ya… -corregí.
-          Pero no lo entiendo, una jovencita de familia prestigiosa no puede hacer estas cosas.
Me estaban dando arcadas. Aquel comentario era muy repelente, tanto como para hacer que me entrasen náuseas. Me quité los cascos en mitad de una de mis canciones favoritas.
-          ¿Cuántas veces te tengo que decir que yo no la pegué? –dije ya bastante harta.
-          Jovencita, baja ese tono.
-          Lo que tú digas –mascullé colocándome de nuevo los auriculares.
-          Lucinda Gray, ¿qué te tengo dicho de esa expresión?
Preferí callar y centrarme en mi música. ¿Por qué mi madre se comportaba de manera tan… estirada? Daba igual, era cuestión de minutos que llegásemos de una vez por todas al internado Coldheights.
Miraba por la ventana, viendo pasar casa tras casa. La verdad es que yo, que me había criado en el centro de Nueva Jersey, no sabía en qué zona nos encontrábamos ahora. Mi madre nunca me había llevado muy lejos del centro. Según ella, las familias de prestigio no salían del corazón de la ciudad.
Poco después noté cómo aminorábamos la velocidad y el motor se iba parando. Mi madre dejó el vehículo al ralentí y se giró hacia mí. Me miró fijamente, fulminante.
-          Ya hemos llegado.
-          ¿En serio? No lo había notado –dije arrogante-. Como has parado el coche frente a un edificio inmenso con el letrero de “Coldheights” pensé que ibas a repostar.
Mi madre me miró más firme aún, retándome con la mirada. Yo se la sostuve hasta que me cansé de jugar. Suspiré hondo y me quité el cinturón. Agarré mi bandolera verde con estrellas de colores de la parte de atrás del vehículo y abrí la puerta. Bajé de un salto del auto, cerrando de un portazo tras de mí. Dudé en rodear el coche por delante o por detrás. Siempre, por alguna razón, me daba miedo que el loco dueño del vehículo decidiera que quería ir marcha atrás o acelerar hacia delante cuando yo estaba pasando. Aunque, como se trataba de mi madre, creí que debía dar una vuelta más grande.
Una vez frente a la gran puerta de hierro negra, me di la vuelta para mirar a mi madre a la cara, que estaba bajando la ventanilla. Ella frunció el ceño y me dedicó una sonrisa torcida.
-          Adiós, cariño –dijo ya pisando el acelerador.
No la respondí. La sonrisa desapareció de su cara y subió la ventana. Me miró por última vez antes de desaparecer calle abajo, fundiéndose con la luz de la mañana.
Bostecé. Es lo que tenía tener que ir a un internado a cinco kilómetros de mi casa a las siete de la mañana. La bandolera se escurrió de mi hombro izquierdo, cayendo al suelo en un golpe sordo. La boca se me abrió contra mi voluntad. Comencé a subir la cabeza, intentando ayudar a mis ojos abarcar todo el edificio en mi campo de visión. Era inmenso. Alto y ancho. Tenía unas torres a los laterales que acababan en punta, retando al cielo con sus agujas, pinchando las nubes con fuerza. Parecía una catedral gótica, bueno, debía ser una catedral gótica ya que tenía un gran rosetón en el centro de la fachada. El edificio estaba precintado por una verja alta de hierro pintada de negro. La puerta, de unos dos metros y medio, tenía el nombre de la institución en lo más alto. Al lado derecho había una placa. Cogí mi mochila y me acerqué. Me puse a leer la inscripción que tenía:
“Internado Coldheights, 1986. Fundado por Lord Garrison Stone, millonario de la época. Financió el traslado de la catedral desde España.”
Interesante. Era una catedral verdadera, pero que fue llevada piedra a piedra desde la Península Ibérica hasta allí.
Entonces, el sonido de la verja chirriando me apartó de mis pensamientos para llevarme a la realidad. A mi derecha, un hombre con un mono de conserje estaba abriendo las puertas. Tenía poco pelo, y todo lleno de canas. Me sobresalté al verlo y me quedé mirándole fijamente hasta que este se percató de mi presencia.
-          Buenos días –me dijo.
-          Eh, buenos días, señor –respondí un poco parada.
-          Supongo que serás la joven que viene nueva al internado. ¿Me equivoco?
-          No. Soy Lucy… Lucinda Gray –corregí.
-          Steven Hoffgand, soy el conserje –me contestó el hombre con una sonrisa-. ¿No vinieron tus padres contigo?
-          Eh… –dudé en responder- Sí, mi madre vino, pero ya se fue. Tenía cosas que hacer.
-          Ah, bueno, pues supongo que puedes pasar ya. Iré a avisar a la directora, tú ven conmigo.
Steven se giró y comenzó a andar hacia la gran puerta del edificio. Al principio me quedé parada, pero luego, al darme cuenta de que el hombre ya había marchado, corrí tras él. Atravesamos un gran patio, perfectamente cortado. Pasábamos por un caminito de piedras que dividía el jardín en dos terrenos de césped idénticos. Había conjuntos de setos en algunas zonas y un parterre con rosas y caléndulas blancas pegado a la pared del edificio a cada lado de la puerta. Subimos una pequeña escalinata hasta llegar al gran portón. Steven lo abrió de un empujón y ambos pasamos al interior. El vestíbulo era inmensamente grande. El suelo de mármol blanco impecable reflejaba mi imagen como un espejo nuevo. Al fondo, había una gran escalera con una alfombra granate que ascendía para luego partirse en dos más que seguían subiendo, esta vez a cada lado, acabando en una puerta de apariencia firme. Adornando la pared había varios candelabros apagados y algunas armaduras antiguas. A cada costado se encontraban otro par de entradas cerradas. Me adentré más en la sala, empapándome de todo aquello. Steven cerró tras nosotros y me dio asiento en un sofá a mi derecha que antes había estado oculto por la puerta.
-          Señorita, voy a hablar con la directora para notificarle su presencia –dijo con un tono muy formal.
Asentí un poco incómoda ante tanta formalidad y me senté con las piernas juntas y mi mochila sobre ellas. Steven sonrió y luego desapareció por una de las puertas de la derecha.


* * *

Lucy estaba en su asiento dando pataditas al suelo al ritmo de una de sus canciones. Era evidente que estaba nerviosa o quizás incómoda. El silencio de la sala la inquietaba, por lo que intentaba relajarse escuchando el eco de sus pisadas. Aunque la verdad es que no funcionaba mucho. Estaba mirando fijamente su mochila cuando escuchó un crujido procedente de una armadura. Alzó la vista y dio un salto, poniéndose en pie instantáneamente.
-          ¿Hay… hay alguien ahí? –dijo tartamudeando.
Silencio. Tras sus palabras sólo hubo silencio. Comenzó a pensar que había sido su imaginación pero, cuando se fue a sentar, escuchó unas risitas por lo bajo.
-          No tiene gracia. ¿Quién está ahí? –dijo de nuevo, alzando la voz un poco cabreada.
Y, otra vez, esas molestas risas. Lucy comenzaba a impacientarse. Cruzó los brazos y se quedó de pie, esperando que las risitas cesasen. Una vez calladas, Lucy empezó a pasearse por la sala, buscando la procedencia de las voces que había escuchado. No encontraba nada. Se lo habría imaginado. Cuando iba a volver a su asiento comenzó a oír cuchicheos por lo bajo. Se giró bruscamente, escrutando cada rincón con la mirada.
-          Vale, me estoy hartando. Salid u os sacaré a la fuerza, y aviso que mis formas no son muy delicadas que digamos.
Cuando iba a aproximarse más a una armadura de la que parecían salir esas molestas voces, Steven apareció de nuevo por la puerta.
-          Señorita Gray, la directora quiere que pase a su despacho.
Lucy se dio la vuelta, sobresaltada. Se quedó mirándole fijamente, sin reaccionar. Las voces habían callado. Pareció volver a la realidad ya que asintió, corrió a coger su mochila, y siguió a Steven hacia la puerta por la que antes se había ido, mientras miraba desconcertada hacia atrás, pensando en las voces de antes.

* * *

El despacho de la directora era realmente sombrío. Ni un solo color adornaba las paredes. Parecía un cuarto de hospital, deprimente y gris. En el centro de la sala había una gran mesa de caoba y un par de asientos ante ella. Detrás la mesa se encontraba la directora, sentada en una silla negra bastante amplia. La directora tendría alrededor de los cincuenta años, aunque aparentaba más a la luz de la única ventana del despacho. Tenía el cabello castaño recogido en una cola de caballo salpicado con algunas canas. Sus ojos eran oscuros y su mirada penetrante. Llevaba puesto un traje de color grisáceo compuesto de una chaqueta y una falda hasta las rodillas. La directora le señaló un sillón delante de ella, dando a entender a Lucy que quería que se sentase. Steven salió de la sala, dejándolas solas.
-          Buenos días, Lucinda, soy la directora Wirfreyth.
-          Buenos días, señora.
-          Ya me dijeron por qué te encuentras aquí y me gustaría que ocultases esa información al resto de tus compañeros, deseo que te integres bien y eso quizás podría interferir en ello. Hay alumnos muy… especiales.
Lucy la miró fijamente y después de un rato asintió. La joven estaba muy inquieta y quería salir de ese cuarto cuanto antes.
-          Es normal que estés nerviosa, es tu primer día –comenzó a decir cuando vio que Lucy no paraba de mirar a todos lados-. Los demás alumnos deben estar ya en clase, por lo que ahora irás con ellos. Steven te acompañará.
Lucy asintió e hizo ademán de levantarse para salir de aquel lugar tan sombrío, pero la directora volvió a hablar.
-          Pensándolo mejor, sáltate la primera clase para ponerte el uniforme y echar un vistazo a tu cuarto –dijo mirando la camiseta de Lucy con el eslogan de “Las locas molamos”-. Steven te hará un justificante y lo entregarás mañana en esa misma clase. En tu habitación tienes el horario.
-          Gracias… -respondió de nuevo levantándose.
-          De nada, ya te llamaré para ver cómo llevas la integración. El señor Hoffgand te explicará todo lo demás.
Lucy la dirigió una sonrisa amistosa y, acto seguido, abrió la puerta y salió al encuentro del conserje. Fuera estaba el hombre sentado en un sofá del vestíbulo. Al verla se levantó y la miró fijamente.
-          ¿Qué la dijo? –preguntó cuando Lucy estuvo lo suficientemente cerca.
-          Que vaya a mi habitación a cambiarme, que me harías un justificante por saltarme la primera clase y que me explicarías más cosas sobre el funcionamiento del internado, supongo.
-          Me parece bien –respondió clavando los ojos, como directora,  en la camiseta de la chica.
Lucy profirió una pequeña risa, parecía que no conocían las nuevas modas. Steven sonrió y comenzó a subir las escaleras centrales del vestíbulo. La joven le siguió de cerca, observando de nuevo la sala en todo su esplendor.
-          La escalera de la derecha da al ala de los chicos y la de la izquierda, a la de las chicas. Al fondo de cada pasillo hay otra puerta que da a las salas comunes y las clases –dijo mientras nos encaminábamos hacia la entrada izquierda.
Al atravesarla, pasamos a un largo corredor lleno de puertas. Llegamos a una en la que ponía “Lucinda Gray y Cinthia Hayes” en el número 013. “Uy, mi número favorito”, pensó Lucy sonriente. Steven se giró hacia ella.
-          Esta es. Su compañera de habitación, la señorita Hayes, se encuentra en la misma clase que usted, por lo que el horario  es el mismo. Tome la llave –dijo tendiéndosela. Ella la cogió-. Pásese en el tiempo libre por conserjería, la puerta continua al despacho de la directora. Tendré preparado el justificante.
-          Eh, gracias.
-          En el horario de su cuarto se indica en qué clase se da cada asignatura. También hay un mapa del edificio. Espero que su estancia sea apacible, señorita Gray.
-          Gracias de nuevo –dijo cuando el hombre ya estaba a punto de irse.
-          De nada –respondió con una sonrisa, y, acto seguido, desapareció por la puerta principal.
Lucy introdujo su llave en la cerradura y la giró. Abrió la puerta con ansia, pero lo que se encontró la deprimió más que cualquier otra cosa. No, el cuarto no era sombrío ni gris, era todo lo contrario. La habitación era muy grande y amplia. Las paredes, pintadas de rosa, estaban decoradas con dibujos de árboles y flores. La lámpara blanca colgada del techo tenía una mariposa enganchada a ella. Había dos camas en cada lado, una con una colcha fucsia y otra vacía, sin ropa. A su derecha había una puertecita que debía dar al baño. Al fondo, entre las dos camas, bajo la ventana, había una mesa con un portátil rosa pálido y una cadena de música morada. Lucy rezó porque el baño no fuese igual que su cuarto. Se adentró más en él y dejó su mochila sobre la cama vacía. Se tiró sobre ella, sentándose a contemplar e intentar asimilar todo aquello. “Madre de Dios hermoso, donde me he ido a meter”, pensaba, “Esto parece la habitación de una muñeca”. Al lado de la cama de su compañera había un armarito de dos puertas. Lucy se levantó y se aproximó a él. Lo abrió de par en par y vio que la mitad izquierda estaba repleta de ropa, mientras que la derecha completamente vacía, salvo por un par de perchas y la vestimenta que parecía ser el uniforme. Lo sacó de allí y miró fijamente. Luego lo puso sobre su colchón, examinándolo. El uniforme constaba de varias piezas: una falda abullonada que parecía bastante corta, una chaqueta, unos calcetines largos y unos zapatos de charol negros, una blusa blanca, un chaleco gris. También había una capa de terciopelo negro con capucha que, a ojo de Lucy, parecía de una Caperucita Roja gótica. Decidió que no se iba a poner el chaleco, odiaba los chalecos. Cogió el resto de las cosas, dejando la capa y el chaleco colgados en la percha, y se metió en el baño a vestirse. Por suerte, el baño era color crema y bastante normalito. Se cambió rápido y dejó su camiseta y sus vaqueros doblados dentro del armario. La falda le quedaba, ciertamente, cortísima. ¿Por qué todos los uniformes tenían la manía de tener faldas micrométricas? Se desabrochó un par de botones del cuello de la blusa, se sentía encerrada. La chaqueta le iba bien y los calcetines le llegaban hasta la mitad superior de los muslos, dejando ver un pequeño trozo de pierna entre ellos y la falda. Los zapatos eran de su número. Se pasó un par de veces el peine que sacó de su mochila y luego buscó el horario. Estaba colocado en la pared contraria a la cabecera de la cama rosa. A segunda hora le tocaba biología.
-          Genial, esto mejora por momentos. Mi primer día y mi clase favorita –dijo arrogante.
Cogió el libro de biología que llevaba en su mochila, un cuaderno y su estuche. Dio un último vistazo a la habitación y salió, cerrando con llave tras ella. Se guardó la llave en el bolsillo de su chaqueta. Se giró y lo primero que vio fue una silueta borrosa.
-          ¡Ah! –gritó instintivamente- Oh, Steven, eres tú…
-          Siento haberla asustado señorita. La directora insistió en que fuese a ver si el uniforme era de su agrado.
-          Ah, pues creo que me va bien –respondió mirándose-. Aunque la falda es, quizás, demasiado corta. Bueno, tampoco estoy acostumbrada a llevarlas por lo que no sé mucho.
-          A la directora le gustan los uniformes femeninos con faldas cortas, es muy tradicional, aunque es cierto que esta le queda demasiado corta respecto al resto. Pediré que la arreglen cuando la lleve a la lavandería.
-          Déjelo, es lo mismo, no quiero causar molestias. Y me parece que me gusta más así.
-          Oh, entonces ningún problema. ¿Sabe dónde tiene la siguiente clase?
-          Biología en la 221. Lo miré en el horario.
-          Entonces buena suerte. Sólo debe ir al ala común e ir buscando el aula. Puede pedirle a su compañera, la señorita Hayes, que la acompañe luego para no perderse.
-          Lo haré –dijo Lucy a modo de despedida.
Steven se alejó por el pasillo y la joven miró el reloj que había en la pared. “Las ocho y veinticinco pasadas”, pensó, “Mierda, la clase es a y media, llegaré tarde”. Y con esto corrió en dirección opuesta a la puerta principal del corredor, no quería llegar tarde en su primer día.

* * *

Empecé a buscar mi clase. El ala común era inmensa, había muchísimas salas. Tras más o menos cinco minutos la localicé. Escuché ruidos desde fuera, parecía que el profesor estaba alzando la voz. No me resistí a poner la oreja en la puerta.
-          Señorita Hayes, ¿otra vez hablando con el señor Nhox? Cámbiese de sitio. Junto a la señorita Sheyla Price hay un asiento vacío precioso –decía el maestro.
-          Pero… -replicó una voz femenina.
-          No hay peros. Cámbiese.
Oí cómo arrastraban una silla, varias pisadas y más ruido de otra silla arrastrada.
-          Muy bien, sigamos. Estábamos en… -continuó el profesor.
Entonces, una mano se posó en mi hombro, provocándome millones de escalofríos. Pegué un salto y me dispuse a gritar, pero otra mano me tapó la boca.
-          Shhh, estamos en clase, no vayas a chillar ahora –dijo dulcemente el chico que tenía frente a mí, mientras me quitaba sus manos de encima suavemente.
El joven era bastante apuesto. Sus cabellos castaños alborotados delicadamente parecían estar peinados así expresamente. Sus ojos avellana me escrutaban de arriba abajo. Llevaba un uniforme negro como el mío, pero con el chaleco puesto. Era delgado y un poco más alto que yo. Tenía apariencia fuerte, aunque llevaba el uniforme con clase y formalidad. No me atreví a responder, me había quedado muda mirándole.
-          Bienvenida a Coldheights, señorita Gray. Soy William Thompson, un placer conocerla –dijo cogiendo mi mano y besándola suavemente.
Parece que recuperé el habla porque conseguí contestarle. Era un chico muy dulce y educado.
-          Hem… ¿Cómo sabes mi nombre? Bueno, apellido.
-          Todo el mundo sabe que iba a venir hoy, señorita.
-          Por favor, llámame Lucy.
-          Está bien, tú me puedes llamar Will. ¿La puedo tutear?
Reí ante esa pregunta.
-          Claro –respondí aún entre carcajadas.
Oímos cómo el profesor subía el tono desde dentro de la clase. Se me había olvidado por completo lo que hacía allí.
-          ¿No está el señor Thompson? –decía el maestro.
-          Creo que deberíamos entrar –comentó William.
Asentí torpemente sin poder quitar los ojos de encima del joven. Él extendió un brazo y tocó dos veces la puerta del aula. La voz del profesor se escuchó de nuevo por encima de todo el murmullo que se había formado.
-          Pase.
Will abrió la puerta y asomó la cabeza por ella.
-          Llega tarde, señor Thompson –dijo tajante.
-          Ah, sí señor, pero es que me encontré con la chica nueva y la acompañé, se había perdido –se exculpó guiñándome un ojo.
-          Está bien, siéntese.
William me dirigió una última mirada y luego sonrió. Entró en la clase dejándome allí, en la puerta. “¿Y qué hago yo ahora?”, pensé. Había servido de excusa a ese chico, me debía una. Ya se la cobraría en el momento más indicado. Reí ante la sarta de ideas disparatadas que me vinieron a la cabeza. En ese momento me di cuenta de que tenía otras cosas de las que preocuparme.
-          Señorita Gray, pase por favor –la voz del maestro me sacó de mis pensamientos.
Obedecí y entré en la sala. El hombre que me había llamado tenía el pelo casi blanco, era muy alto y vestía de traje. Me indicó que me pusiese a su lado.
-          Soy el señor Bulock, profesor de biología. Por favor, preséntese a sus compañeros.
¿¡Qué!? ¿¡Así, tal cual!? La última vez que me dirigí a un conjunto de diez personas acabé tartamudeando, sudando y con un dolor de cabeza para una semana. ¡Y ahora eran unas veinte! Tendría suerte si no me desmayaba en medio de la clase.
-          Ho… Hola –bien, por lo menos sabía decir hola-. Me llamo Lucy… Lucinda Gray –corregí.
-          Tranquila no estés nerviosa –me dijo el maestro-. Mejor será que los alumnos sean los que te pregunten.
Uf, menos mal. Por lo menos me había tocado un profesor comprensivo y observador. La calma recorrió mi cuerpo y dejé de clavarme las uñas en la palma de las manos. Un muchacho pelirrojo levantó la mano y fue el primero en preguntar:
-          ¿De dónde eres?
Puf, qué pregunta más complicada, el chico se había removido bien los sesos.
-          Soy de aquí, de Nueva Jersey.
El joven pareció satisfecho con mi modesta respuesta y una chica de cabellos castaños y mechas rubias alzó el brazo. Me miraba inquisitiva con unos enormes ojos grisáceos.
-          ¿Eres tú mi compañera de cuarto?
-          ¿Eres tú  Cinthia Hayes? –respondí con otra cuestión. La joven asintió- Entonces sí.
Cinthia esbozó una mueca. ¿Qué ocurría? ¿Le dolía el estómago? Me acababa de conocer y ya no me tragaba, empezábamos bien. El profesor me miró y sonrió.
-          Bueno, puedes sentarte junto a…
-          ¿Cuánto tiempo estarás aquí? –dijo una voz interrumpiendo la del señor Bulock.
Todas las miradas se dirigieron hacia un atractivo chico rubio de ojos verdes. El joven me miraba desafiante, primero evaluándome descaradamente de abajo a arriba.
-          ¿Qué quieres decir, Dylan? –preguntó Will.
-          Señor Nhox, explíquese –dijo el profesor.
-          Bueno, todos sabemos por qué está aquí –se defendió el chico rubio.
Le miré extrañada. La directora dijo que no contase por qué me encontraba allí, pero parece que ya lo sabían. Dylan captó mi mirada.
-          Aquí los rumores se propagan más rápido que en una reunión de ancianas, preciosa –me dijo.
¿Preciosa? ¿Me había llamado preciosa?  ¿Pero de qué iba ese idiota?
-          Le rompió las dos piernas y un brazo a una chica –continuó-. Aunque, la verdad, no esperaba que la temible Lucinda que hizo aquello pareciese tan… -se pensó la respuesta- delicada. Me esperaba un marimacho o algo por el estilo.
-          Señor Nhox, no sea maleducado, es el primer día de la joven.
-          Sólo digo lo que pienso –replicó.
-          Pues como siga así, deberá decir lo que piensa en el despacho de la directora –comentó el profesor, callando finalmente a Dylan.
¿Quién se creía que era ese niñato? Hablaba de mí como si no estuviese allí. Además, ¿qué sabía él de lo que pasó en realidad? Si hubiese estado allí seguro que habría salido corriendo, asustado. Ver cómo una chica se doblaba y retorcía hasta oír el crujido de sus huesos no era agradable, sobre todo sabiendo que era contra su voluntad. Y ahora me venía ese ignorante con pintas de chulo, lo que me faltaba.
-          Señorita Gray, siéntese junto al señor Nhox, a ver si así aprende a no juzgar a la gente antes de conocerla.
Mierda. Y ahora iba a encerrarme en la jaula con el tigre. Asentí y me encaminé al final de la clase. Todos me miraban y seguían mis pasos hacia lo que pronto, como murmuraban algunos, sería mi pesadilla. Dylan me miraba, escrutándome descaradamente otra vez. Lo mismo hice yo como respuesta. Sus cabellos dorados estaban alborotados, seguramente a propósito. Mechones rubios caían sobre su frente, haciendo resaltar sus grandes ojos verdes. Tenía unas largas pestañas y unos pómulos prominentes. Sus labios eran carnosos y rosados sobre su piel dorada. Llevaba la camisa blanca del uniforme pero sin el chaleco aquel que se ponía la mayoría. El cuello estaba bastante desabrochado, por lo que pude ver las finas pero firmes líneas de sus músculos y la forma que tomaba la prenda alrededor de su cuerpo me confirmaba que el muchacho era musculoso y fuerte.

* * *

¿Por qué me había tocado con ella? ¿No podía el profesor haberme colgado bocabajo en el tejado sólo con la ropa interior? Vale, debía reconocer que la chica era muy guapa y atrayente. Tenía el pelo negro azabache, a media melena, con la raya a un lado y las puntas desiguales. Algunos cabellos le caían despreocupadamente por la frente. Tenía unos enormes ojos color marrón verdoso que me miraban desafiantes. Sus labios, carnosos y de un rosa pálido, resaltaban junto a sus pómulos definidos sobre la palidez de la piel. Su cuerpo lleno de curvas era delgado, pero no dejaba de ser atractivo. Llevaba el uniforme del internado, pero sin el feo chaleco. El cuello de la blusa estaba un poco desabrochado y dejaba ver sus hundidas clavículas. La falda le quedaba realmente corta, más de lo normal, cosa que realzaba sus bonitas y finas piernas. Se acercó amenazante y se sentó a mi lado, soltando el cuaderno y el libro que llevaba en las manos. Colocó delicadamente el estuche en su pupitre  y me miró fijamente. El resto de la clase dejó de mirarnos y se centró en el profesor, que comenzaba ya la clase. Parece que a la chica no le había gustado mi anterior comentario, ya que me miraba fulminante con esos enormes y seductores ojos suyos.
-          Si durante mi estancia me resultas un problema te juro que necesitarás una silla de ruedas –me dijo.
-          ¡Wow! ¿Me harás lo mismo que le hiciste a aquella chica?
-          Yo no le hice nada, pero tendrás suerte si quedas como ella.
-          Oh, eso desilusionaría a muchas de las chicas de aquí, te perseguirían enfadadas hasta hacerte lo mismo, preciosa.
-          Correré el riesgo –me dijo ya girándose hacia su cuaderno-. Y como me vuelvas a llamar preciosa te tragas los dientes –y con eso y una sonrisa me ignoró y abrió su libro.
¡¡Pero qué agresiva y condenadamente sexy!! Dios, esa tía ya me estaba provocando, y mi provocación no era precisamente un cabreo. Esa chica me iba a dar mucha diversión. Ya estaba maquinando planes mientras ella, con su inocente y hermosa carita, miraba al profesor.

* * *

¿De qué iba ese ahora? Si se creía que me iba a dominar y mandar como a un sirviente lo llevaba claro. Yo no me dejaba amedrentar por un niñato de carita bonita. Y encima parecía que las chicas estaban locas por él ya que de vez en cuando una de ellas se giraba para mirarla hasta que Dylan le guiñaba el ojo y la joven se reía mientras se ocultaba tras sus cabellos. Cuanta ignorante y estúpida junta. Por lo menos Cinthia no hacía más que poner ojos de exasperación al ver la escena. Y así transcurrió la clase, los chicos a su rollo, las chicas hablando, Dylan coqueteando y yo sumida en mis pensamientos. Mientras atendía a la pizarra me quedé con la mirada fija, ya que no fue hasta que sonó el timbre cuando pestañeé y me di cuenta de que la mayor parte de la clase ya había salido del aula. Sólo quedaban el grupo de Dylan, compuesto por Cinthia, un muchacho castaño y él; unas cuantas chicas arremolinadas alrededor del joven rubio, Will y una desconocida que hablaba con él. William vio que le miraba y, junto a la muchacha, se acercó a mí.
-          Hola Lucy, te quería presentar a alguien –dijo señalando a la chica de pelo rubio-. Esta es Alissa, mi prima.
¿Con que su prima? Pues, sinceramente, una manzana y un gato  se parecían más que ellos. Alissa era muy bajita, casi le sacaba una cabeza, por lo que imagina su primo. La joven tenía el cabello color rubio platino con una mecha violeta en el lado derecho. Sus ojos eran lo más atrayente y misterioso de ella: eran violetas. Tenía unas pestañas negras larguísimas que se reflejaban en sus prominentes pómulos y su pálida piel. Era muy delgada, quizás demasiado, pero eso no impedía que tuviese curvas. Llevaba el uniforme con gran elegancia. La chica me tendió una mano en gesto de saludo.
-          Alissa Price, encantada –me dijo con una amplia sonrisa de dientes blancos.
Me levanté de la silla y acepté su gesto. Efectivamente, le sacaba una cabeza.
-          Lo mismo digo. Puedes llamarme Lucy.
-          Veo que te ha tocado compartir cuarto con la… -Will miró a su prima a modo de advertencia- arpía –pareció que iba a haber dicho algo más fuerte.
-          Sí, entré en el cuarto y por poco me da por tirar las paredes rosas a cabezazos –reí.
Se unieron a mí con carcajadas sonoras. Bueno, parecía que tenía dos amigos y dos enemigos, no pintaba tan mal. O eso quería creer. Entonces me percaté de que Dylan me observaba. Me giré bruscamente y entablé mirada con él. No me dio tiempo a interpretar de qué tipo de mirada se trataba, pues se volvió tan rápido como pudo. No le di importancia.
-          Pues espérate, que Cinthia es famosa entre las chicas por redecorar su cuarto cada mes –continuó Alissa, devolviéndome a la Tierra-. Septiembre es el mes rosa, como todos los años, y dentro de una semana o así, cuando llegue octubre, te despertarás en una habitación verde.
-          ¿Verde? –pregunté.
-          Sí, octubre es el mes verde, no me preguntes… -respondió la joven poniendo cara de complejidad.
-          ¿Qué tenemos ahora? –interrumpió Will.
-          Hem… -Alissa pensó mirando al techo- ¡Literatura!
-          Oíd, debo ir a por los libros a mi cuarto, decidme qué aula es y nos vemos allí –comentó Lucy.
-          112, ¡nos vemos! –dijo Will saliendo junto a su prima por la puerta.
Dylan y compañía ya no estaban por lo que tuve la suerte de no cruzarme con él de camino a mi habitación. Al principio me perdí un poco pero al final encontré la maldita sala rosa. Cogí mis cosas para literatura y salí rumbo a la clase 112.




Capítulo 2

Lucy deambulaba por los pasillos buscando su siguiente clase. Por alguna razón, el aula 111 no estaba junto a la 112, en vez de eso saltaba directamente a la 200 en la esquina con el siguiente corredor. Paseaba ya tranquilamente, harta de correr y ponerse nerviosa. Tenía suerte de que en aquel internado hubiese diez minutos entre las asignaturas para coger los libros e ir a la clase correspondiente. Aunque, en aquellos momentos, casi habría preferido un mapa. Entonces, nada más pensarlo, vio uno a su derecha, colgado en la pared. Ya había pasado varias veces por ahí y no había visto ninguno. Bueno, daba igual, lo importante era llegar a tiempo. Se aproximó al papel y a la primera encontró su aula. Estaba bastante cerca. En ese momento sonó el timbre que marcaba el comienzo de su clase. Lucy profirió alguna palabrota y salió corriendo por el pasillo con los libros en mano. Cuando fue a doblar la esquina chocó con algo que la derribó haciéndola caer y soltando todo el material que llevaba.
-          Lo siento –dijo una voz que le era familiar.
Lucy levantó la vista y se topó con un alto joven rubio de ojos verdes. Era Dylan. La chica sintió cómo su persona se llenaba de rabia con sólo mirarle. El muchacho le ofreció su mano pero ella la rechazó, levantándose torpemente.
-          Dije que lo siento –repitió Dylan.
Lucy le miró fijamente clavando sus ojos como agujas en la piel del joven.
-          Y yo no te respondí –contestó mostrando todos los instintos asesinos que tenía contra él reflejados en su voz.
-          Madre mía, digo una frase y ya me saltas con las garras al cuello.
-          Tienes suerte de que eso no sea literal –comentó en un ademán de irse de allí.
-          Wow, esconde las uñas, gatita –se burló el joven impidiéndola el paso.
-          ¿Nunca te cansarás de usar esos apodos tan machistas, subnormal?
-          ¿Y tú nunca te cansarás de provocarme? –dijo el chico empotrando a Lucy contra la pared y cogiéndola por sorpresa.
Puso sus brazos firmemente apoyados en la pared, a modo de barrera, con la joven entre ellos. Los libros seguían en el suelo, pero eso no le importaba.

* * *

¿¡Pero qué hacía ese idiota!? ¡Primero me tiraba al suelo y luego eso! ¡Dios, ¿por qué era tan…?! ¡Uhg! Irritante, subnormal, estúpido, seductor… ¿¡Qué estaba diciendo!? El cambio de aires me estaba haciendo divagar. Escasos centímetros nos separaban y, por alguna extraña razón, quería eliminarlos. Lo que yo decía, me estaba volviendo loca. Dylan comenzó a arrimarse más a mí, poco a poco. Me miraba con esos enormes, profundos e insinuantes ojos verdes, atravesándome con ellos. Ya casi rozaba mis labios y yo tenía los párpados cerrados. Entonces los abrí, percatándome de la situación. ¿Iba a dejar que pensase que era otra de sus muñecas y podía hacer conmigo lo que quisiese? No, ni hablar. Me escurrí por la pared y pasé bajo su brazo. Recogí mi material del suelo y salí corriendo hacia el aula, dejando a Dylan plantado en la pared. ¡Ja! Lucy uno, Dylan cero.

* * *

Vale, no me pude resistir, la había seguido y ahora casi besado, ¡pero se estaba dejando! Tan cerca, tan cerca… Ninguna chica se había resistido a mí y no iba a dejar que ella fuese la primera. Quizás me había precipitado pero había que reconocer que estaba bien pensando y casi lo conseguí, aunque finalmente se escabulló. Se escapó bajo mi brazo y corrió hacia el aula. ¡Pero qué escurridiza! Bueno, ahora a ver qué le decía a la profesora… Entonces se me ocurrió algo, aunque no la hubiese besado me aprovecharía de ella. Fui tras Lucy y llegué antes de que llamase a la puerta.
-          Sabes, eres muy escurridiza.
-          ¿Debo tomarme eso como un piropo? –me contestó con su habitual tono de “Acércate y te arranco los dedos”.
Se me quedó mirando y, mientras lo hacía, llamé a la puerta de la clase. Me observó confusa, pero me limité a abrir y asomarme.
-          Siento llegar tarde, acompañé a la chica nueva hasta aquí, se había perdido –me excusé.
Will no era el único que podía beneficiarse de ella. Me miró con la boca abierta. Qué mona estaba así.
-          De acuerdo, pasa –contestó la profesora.
Me giré hacia la chica y le guiñé un ojo. Luego entré en la clase y me senté junto a Noah, el hermano de Cinthia. No podía ver a Lucy, pero sabía que estaba trinando de rabia.

* * *

¡Lo odio, lo odio, lo odio! ¡Agh! ¡Ese idiota de mierda me estaba poniendo mala! ¿¡Allí todos se aprovechaban de la nueva para llegar tarde a clase o qué!? Decidí no delatarle ante la profesora, ya ajustaría cuentas con él a mi modo: quizás mañana Dylan despertase en el césped del patio delantero en ropa interior de mujer.
-          Señorita Gray, pase por favor –la voz de la maestra me puso pies en tierra, interrumpiendo todos los pensamientos homicidas contra Dylan que se me pasaban por la cabeza y me estaban deleitando ampliamente.
Obedecí y me adentré en la clase. La profesora, una mujer de unos cuarenta, morena y de ojos avellana, me miró sonriendo.
-          Buenos días, Lucinda, soy la señorita Fellon, docente de literatura.
Le devolví la sonrisa.
-          Puede sentarse junto a la señorita Price –concluyó.
¡Bien! ¡Una buena noticia, al fin! Alissa me había caído estupendamente y así podría olvidarme del maldito Dylan. Me dirigí hacia el final del aula, donde Liss me esperaba feliz y sonriente.
-          Qué guay, Liss, me sientan contigo –le dije en un susurro mientras me ponía en la silla de su derecha.
-          Lo mismo digo –murmuró.
El resto de la clase la pasamos atendiendo a la profesora, cosa rara en mí. Rato después, un poco antes de finalizar la asignatura, la señorita Fellon nos dio tiempo para hacer deberes, que en nuestro idioma significaba “tiempo para hablar”. Liss se giró hacia mí y comenzamos a charlar y divagar sobre todo lo que se nos pasaba por la cabeza. A ella seguro que le habría gustado mi camiseta de “Las Locas Molamos”. Entonces, vi por el rabillo del ojo a Dylan, que me estaba observando. No me quitaba los ojos de encima.
-          Oye Lucy, no te gires pero Dylan no para de mirarte continuamente –me dijo Liss-. ¡Te está haciendo una pedazo de radiografía…!
-          Lo sé. Antes me ha intentado besar en el pasillo –comenté.
-          ¿¡Que ha intentado qué!? –preguntó alzando la voz.
-          Sssh, baja el tono. Lo que oyes, y ahora quiere que le mire para guiñarme el ojo como a todas esas estúpidas que le siguen.
-          Buah, es que Dylan es un…
En ese mismo momento, Will, que estaba sentado frente a Liss, se giró y la miró a los ojos acusatoriamente, a modo de advertencia.
-          ¡Esta vez iba a decir chulo! –se defendió ella.
-          Sí, ya, claro, esta vez –recalcó William entre risas.
La verdad es que él y Alissa se conocían perfectamente aunque eran primos. Yo con los míos me llevaba fatal y se podría decir que conocía más a fondo al gato de la suegra de mi ex vecino. Bueno, y respecto a Dylan, no me iba a girar aunque el mismísimo diablo me trajese un helado de tutifruti. De nuevo, la locura se estaba apoderando de mi mente. Conseguí ignorarle y seguí hablando con Liss hasta que sonó el timbre.
-          Ahora mates –dijo ella-. Permíteme que te acompañe a tu cuarto antes de que Dylan se me adelante, Lucy.
Asentí riendo. Nos levantamos y recogimos las cosas. Pasé junto a Dylan y, aunque no vi su cara, supe que estaba enfadado porque no le hubiese mirado. Salimos del aula entre carcajadas. Liss también se había percatado de la cara que había puesto Dylan. Entonces, un chico alto de pelo castaño claro pasó delante de nosotras. El joven era de piel dorada pálida y tenía unos enormes ojos azul cielo que eran abrumadores. Sus pestañas eran largas, sus pómulos prominentes y sus labios finos y rosados. Cabellos marrones le caían suavemente sobre la frente y tenía el pelo alborotado. ¿Todos los chicos de allí se peinaban igual? Llevaba el uniforme de la misma forma que Dylan: sin el chaleco. La camisa se le pegaba al cuerpo y permitía apreciar la firmeza de sus definidos músculos. El chico pasó frente a Liss y la saludó con la mano. Ella correspondió a su gesto y, una vez estaba lo suficientemente lejos, la pregunté por él.
-          Oye Liss, ¿quién era ese? –dije, pero no recibí respuesta.
La miré detenidamente. Tenía la mirada lejana y estaba realmente embobada.
-          Tierra llamando a Liss, tiene permiso para aterrizar. La verdad es que preferiría que lo hicieses –me burlé haciendo que volviese en sí.
Me miró fijamente y luego me dedicó una de sus bonitas sonrisas pícaras.
-          Eh… se llama Noah, es el hermano de Cinthia –respondió al fin.
-          Uh… Liss está por Noah, Liss está por Noah –canturreé.
-          ¡Sssh! ¡Calla! –me dijo poniéndose roja.
-          Bueno, querida, ¿qué tal tu viaje por el planeta Noah?
-          Pues bastante bien –contestó riendo.
Y seguimos andando hacia mi cuarto mientras, como buenas chicas, cotilleábamos sobre aquel bombón que tanto le gustaba a Liss.
Una vez llegamos al pasillo del ala de las chicas entré rápido en mi dormitorio, saqué el material para matemáticas y salí al pasillo, donde me esperaba Liss.
-          Hem… Lucy, ¿por qué no dejas  tus libros en las taquillas? –me preguntó.
-          ¿¡Qué hay taquillas!?
-          Pues claro, tonta, si no, no nos daría tiempo a ir a por las cosas.
-          Y yo estresada porque pensaba que llegaría tarde siempre, pues vaya.
-          Anda, vamos a dejar los libros en la tuya.
-          ¿Y cómo sé cuál es la mía?
-          Sólo tienes que encontrar una vacía y ponerle una clave. Casualmente, la taquilla que está junto a la mía no tiene dueño –dijo sonriente.
-          Pues creo que ya he encontrado la mía.
Regresé de nuevo a mi habitación y saqué todos los libros y el otro archivador. Partimos hacia el ala común y, una vez allí, bajamos al primer piso donde estaba el gimnasio, el patio, la sala de música, el salón de actos, las taquillas, el comedor, la biblioteca, los departamentos de los profesores y alguna que otra sala más. La taquilla de Liss era el número doce y, cómo no, la mía el número trece. Suerte que ese número fuese mi favorito y yo de supersticiosa no tuviese nada. La abrí, coloqué mis cosas y le puse una combinación. Una vez hecho eso, subimos otra vez al piso de las clases. Entramos en el aula correspondiente y nos sentamos juntas. Matemáticas se me daba genial aunque estando sentada con Liss era imposible atender. Me lo estaba pasando estupendamente, la verdad. El resto de la mañana transcurrió tranquilamente y sin ningún acontecimiento a resaltar. Conseguí sentarme junto a Liss en las siguientes clases y el recreo lo pasé con ella y Will, charlando.

* * *

Estaban junto a sus taquillas, hablando. Acababan de terminar la sexta clase y a continuación tenían que ir al comedor. Will miró su reloj.
-          Las tres, hora de comer, vamos rápido o nos quedaremos sin mesa.
Lucy y Liss asintieron. Los tres comenzaron a andar hacia las escaleras. Las dos chicas bajaron los escalones a saltos sincronizados y Will empezó a reírse.
-          Parecéis dos potros –comentó mientras las miraba saltar.
Liss se giró y le sacó la lengua.
-          Los potros no son tan guapos –contraatacó quitándose un mechón de la cara con un giro de cabeza.
-          No, la verdad es que no –respondió mirando a Lucy.
Ella se puso roja y siguió bajando rápidamente. Llegaron al comedor, una sala rectangular llena de mesas circulares con manteles blancos y seis sillas en cada una de ellas. Las paredes eran blancas, el suelo de mármol y al final había una puerta que debía conducir a la cocina. Liss miró en busca de sitios libres. No había ni uno. Cuando se iba a dar por vencida, vio una mesa medio vacía. Tres sillas estaban ocupadas, lo cual dejaba los asientos justos para ellos. Se fijó en quiénes estaban sentados: Cinthia, Dylan y Noah. Will puso mala cara pero a Liss se le iluminó al ver que al lado de Noah no había nadie. Se volvió hacia Lucy y le hizo un gesto de ruego y súplica. Ella dudó. Entonces, Dylan se percató de su presencia, le dedicó una gran sonrisa pícara y les señaló las sillas libres, indicándola que se sentasen. Lucy maldijo por lo bajo pero al final cedió.
-          Vale… -le dijo a Liss, que aún estaba rogándola.
Liss sonrió ampliamente y sus ojos se llenaron de luz.
-          ¡Te quiero! –comentó antes de correr a sentarse junto a Noah.
Lucy y Will se acercaron de mala gana. El chico se sentó junto a Cinthia y la chica entre Liss y él, frente a Dylan. Este puso una sonrisita de satisfacción y Lucy le miró amenazante.
-          Bonjour Mademoiselle. Aujourd’hui nous avons escargots pour manger –dijo el joven rubio.
-          Non, mercy, je ne veux pas te manger –contestó Lucy con una mirada de suficiencia.
Cinthia, Will, Noah y Liss casi se atragantaron de la risa. Lucy se les unió y, al final, Dylan también, viéndose obligado por la risa tonta que llenaba la sala. Los alumnos de las otras mesas se les quedaron mirando. Las chicas se dieron cuenta de ello y pararon, bajando la cabeza hacia el plato, ruborizadas. Los chicos fueron callando. Los demás seguían observándoles.
-          ¿¡Qué estáis mirando!? –exclamó Dylan al ver a las chicas avergonzadas.
Tras ese grito, el resto de personas volvió a centrarse en sus cosas.
-          A veces se porta como un caballero, aunque sea exclamando indirectas amenazantes –susurró Liss a Lucy.
 Ella asintió sonriente, parecía que ese idiota por fin se estaba portando.

* * *

Las camareras comenzaron a llevar la comida. Desde su posición, Lucy podía ver cómo personas no hacían más que entrar y salir por la puerta de la cocina. Tras una espera de unos cinco minutos, un par de chicas les trajeron sus platos. Macarrones gratinados, los preferidos de Lucy. Comenzaron a comer. Liss y Noah estaban dirigiéndose miradas descoordinadas y, cuando al fin se encontraban, ambos la apartaban inmediatamente, sonrojándose. Parecían dos enamorados secretos, aunque de lo de secretos no tenían nada ya que se veía de lejos. Will y Dylan no hacían más que observar a Lucy, cosa que hacía no pudiera saborear bien el plato. Sentía cómo dos pares de ojos estaban fijos y se clavaban en ella. Se estaba poniendo frenética. Cinthia, ante esta situación, lo único que podía hacer era callar y comer. Una vez hubieron terminado, cada uno se fue a su cuarto sin dirigirse una sola palabra. Lucy decidió tumbarse un rato ya que Liss tenía natación, pero no con el fin de dormirse, sino de ordenar sus pensamientos. Por alguna razón, no era muy dada a las siestas, nunca conseguía conciliar el sueño sabiendo que fuera aún brillaba el sol. Cinthia y ella entraron a la vez en el cuarto, cruzando las miradas. Lucy hizo la que tenía pensado, echarse en su cama gris que destacaba entre tanto rosa. Para sorpresa de esta, Cinthia se acercó a ella e inició una conversación.
-          Oye, no haces más que decir que no pegaste a esa chica, pero tampoco te explicas –comenzó a decir.
-          ¿De veras que te importa? –espetó Lucy.
-          Pues, por raro que te pueda parecer, sí –contestó asombrándola.
-          ¿Por qué tendría que contártelo?
-          Porque necesitas a alguien que al menos te escuche –esa respuesta había dado en el clavo.
-          Está bien, pero después déjame en paz. Es muy sencillo.
-          De acuerdo.
-          A ver, la chica esa era una chula y bueno, llevábamos un tiempo atacándonos verbalmente hasta que una tarde coincidimos. Siempre la he odiado. El caso es que ya había saltado insultándome cuando, sin comerlo ni beberlo, se cayó al suelo sin necesidad de ayuda y comenzó a retorcerse hasta oír el chasquido de sus propios huesos. Chillaba muchísimo. Entonces llegaron algunas personas que la habían escuchado y la vieron ahí, llorando y doliéndose. Evidentemente, yo me llevé las culpas. Me llevaron a un juzgado de menores y decidieron que era un peligro para la sociedad. Lo peor es que esa idiota testificó contra mí sabiendo perfectamente lo que ocurrió en realidad, pero parece que quería creer que fui yo con mis grandes y musculados brazos la que la retorció. Y aquí me ves –finalizó Lucy-. ¿Contenta? Ahora déjame tranquila como acordamos.
Cinthia no dijo una palabra y a continuación salió por la puerta.

* * *

Estaba yo tranquilamente en mi habitación charlando con Noah cuando ese memo de William apareció por la puerta sin llamar ni nada. Se veía que en aquel internado la educación era lo primero. Venía jadeando, parecía que había tardado en encontrarme, aunque la verdad es que era difícil no acabar haciéndolo ya que siempre había una loca espiándome o que sabía perfectamente dónde me encontraba.
-          Dylan, debo hablar contigo –dijo al llegar, intentando calmarse.
-          Muy bien, pues aquí me tienes –le contesté.
-          A solas –replicó mirando a Noah.
Noah profirió una risita, me sonrió divertido y salió del cuarto.
-          Pues ya está, estamos a solas –comenté. ¿No te me irás a declarar?
Will me miró iracundo y de repente me empotró contra la pared, sujetándome por los brazos. Le podía derribar pero nunca le había visto así y parecía algo importante.
-          Quiero que dejes a Lucy en paz, ni la hables ni la mires ni nada. Sé que te has fijado en ella pero no permitiré que la utilices y luego la tires como a un juguete –argumentó.
Ese idiota me estaba empezando cabreando. ¿Quién se creía que era para hablarme así? Le agarré y le empujé fuertemente. Will tropezó aunque no se cayó. Podría haberle hecho terminar en el suelo, pero ridiculizar a alguien cuando no hay nadie para reírse de él no merecía la pena.
-          ¿Y por qué iba yo a hacer eso? ¿Quién te dice que me guste o vaya a utilizarla? –objeté.
-          He visto cómo la miras, niega lo que quieras. Vas a hacer lo que te digo porque estoy yo aquí para que lo hagas.
-          ¡Ja! Buen chiste, Thompson. Haz el favor de salir de aquí antes de que me enfade de verdad.
-          No.
Aquella respuesta me pilló desprevenido. Era evidente que el William educado, obediente y tranquilo que yo conocía no era el que ahora tenía delante. Mientras pensaba una respuesta, me senté en la cama de Noah.
-          ¿Crees si quiera que tienes posibilidades con ella? –dije.
-          Más que tú, seguro.
-          Bueno, eso no lo veo tan claro. ¿Qué te parece una apuesta?
-          ¿Apuesta?
-          Sí, una apuesta. ¿No se suponía que tú eras el listo? El primero que la bese, gana.
-          Pero sin que el beso sea contra su voluntad.
Mierda, me había pillado. Daba igual, de todos modos iba a ganar.
-          Claro, eso se sobreentiende –disimulé-. Si gano yo, dejarás que haga lo que quiera y, por no ser muy cruel, te alejarás un día de ella.
-          Y si gano yo, no la mirarás, tocarás ni hablarás. ¿Trato?
-          Trato –acepté decidido, ese chico tenía todas las de perder.
En ese momento, alguien llamó a mi puerta.
-          ¿Quién es? –pregunté.
-          Soy yo, Cinthia. Dylan, tengo que hablar contigo.
Vaya, qué solicitado estaba aquel día. Miré a Will y este salió de mi cuarto, dejando entrar a Cinthia.
-          ¿Will? ¿Pero qué hacía ese aquí? –me dijo.
-          Nada, vino a charlar. Cuéntame rapidito, quiero ducharme y tengo prisa. ¿Sobre qué es?
Cinthia me miró seriamente y se sentó junto a mí en la cama de Noah.
-          Sobre lo que dice Lucy que pasó con aquella chica antes de que la internaran.

* * *

Liss me vino a buscar antes de cenar. Me había quedado en mi cuarto, pensando y haciendo los pocos deberes de literatura que tenía. Llamó a mi puerta, se asomó, me sonrió y me dijo que bajásemos a comer. Y, otra vez, nos tocó mesa compartida con Dylan y compañía. Parecía hecho así a propósito, pero, evidentemente, eso me lo callé. La cena era puré de patatas y ensalada. Odiaba el puré, de cualquier tipo, lo odiaba. En cambio amaba la lechuga, por lo que le pasé el puré a Liss y ella me dio su ensalada. Era increíble lo bien que nos compenetrábamos. Entonces, por romper el silencio entre nosotras, decidí comenzar una conversación.
-          Oye Liss, Will es tu primo pero, ¿tienes hermanos? –pregunté.
-          Sí, uno. ¿Y tú?
-          No, yo soy hija única, lamentablemente. Con la madre que tengo sería mejor que fuésemos dos, para compartir el suplicio.
-          ¿Y tu padre?
-          Muerto.
Aquella respuesta calló a Liss automáticamente, así que fui yo la que continuó.
-          No pasa nada –dije-, murió antes de que yo naciera, pero por lo que he oído de la marujas de mis vecinas, era un hombre estupendo, y que eso lo digan ellas es difícil.
-          ¿Cómo murió? –por fin consiguió responderme.
-          Me dijeron que en un accidente de coche.
-          Lo siento… -comenzó a decir.
-          Nada, tranquila. Ahora me toca a mí hacer las preguntas –contesté haciendo como si fuese un detective.
-          Adelante –comentó entre risas.
-          Está bien, tú lo has querido… ¿Tu hermano y tú os parecéis?
-          Para nada. Ni física ni psicológicamente. Yo soy rubia platino y él es rubio tostado con tonos castaños, yo soy pálida y él es un tono intermedio, y yo tengo los ojos violetas y él los tiene grises. Y psicológicamente, ya le conocerás.
-          ¿Cuándo? –quizás mostré demasiado interés.
-          Cuando vuelva del intercambio con Noruega.
-          Vaya, sí que se ha ido lejos. ¿Es mayor que tú?
-          Sí, un año mayor que nosotras, él tiene diecisiete.
-          Está bien, por ahora no tengo más preguntas.
Seguimos comiendo en silencio hasta que cada una se fue a su cuarto. Liss estaba en la habitación 002, por lo que nos dimos las buenas noches y ambas fuimos a dormir. Ya comenzaba a oscurecer. Sobre mi cama se encontraban algunas sábanas, las habían subido para que las colocase. Eran verdes y negras. Las puse en su sitio y me acerqué a mi mochila. Cogí mi camisón negro con encajes plateados y me metí en la cama. Aunque era una prenda corta, no tenía frío. Estábamos a finales de septiembre, pero allí no refrescaba siquiera de noche, uno podía ir en shorts y ni inmutarse. Cinthia se había ido con Noah, a lo mejor tenían algo de lo que hablar, así que ahora estaba sola. Las luces se apagaban a las doce y todos los alumnos debían estar en su cuarto a esa hora, aunque, como en todos los lugares, siempre habría alguno que se quedase de fiesta en otro dormitorio. Cerré los ojos e intenté dormirme. Aquel había sido mi primer día y había estado bastante bien, más de lo que esperaba, pero aún había cosas desconcertantes, como las voces de por la mañana o el mapa del pasillo, que seguían en mi mente, inquietándome.

* * *

Lucy abrió los ojos. Estaba sudando y su respiración era entrecortada. Había tenido una pesadilla. En su sueño había visto a Dylan y a un chico moreno de ojos azules. El desconocido era muy apuesto aunque pálido. Llevaba el pelo negro carbón despreocupadamente peinado. Algunos cabellos le caían sobre la frente, haciendo resaltar esos enormes, profundos y cautivadores ojos azules. Era de la altura de Dylan, más alto que la propia Lucy. También parecía fuerte y su cuerpo estaba musculado. Ambos la habían mirado y después habían desaparecido en una flameante llama negra. Después apareció Liss, en el suelo, gritando mientras su cuerpo ardía. Lucy había intentado alcanzarla y tocarla pero algo la había sujetado, impidiéndola acercarse a ella. Había sido una pesadilla horrible, nunca había soñado nada parecido. Decidió levantarse y salir a tomar el aire. Vio en el reloj de la mesa que eran las dos y media de la madrugada. Cinthia se encontraba en su cama, totalmente dormida. Cogió una chaquetilla fina y unas sandalias. Fuera, el pasillo estaba oscuro y desierto, daba hasta miedo. Comenzó a andar sin rumbo fijo hasta que llegó al ala común. Ese lugar parecía más iluminado. De algún sitio salía esa claridad fantasmal, por lo que se dispuso a buscarlo.  Giró una esquina y se encontró con unas escaleras que subían. De allí arriba era de donde llegaba la luz de la luna que inundaba aquel lugar. Decidió ascender por los escalones para ver dónde terminaban. Se acercó a ellos y comenzó a subir con paso firme, aunque en el fondo sabía que tenía miedo. Empezó a distinguir el cielo nocturno lleno de estrellas. Llegó hasta arriba. Miró a su alrededor, se encontraba en una parte del tejado. Al fondo había un muro bajo y, asomado a él, un chico. Un joven moreno, de torso fuerte y musculoso. No le veía la cara pues estaba de espaldas. Llevaba puesta una camisa negra muy amplia y la tela que le sobraba ondeaba al viento. También tenía unos pantalones negros e iba descalzo. Lucy dio un paso y el chico se giró bruscamente. Era pálido pero muy atractivo. Tenía unos grandes ojos azules que le eran familiares. “El chico de mi sueño”, pensó. El joven la miró con ternura y luego saltó sobre el muro, cayendo al vacío. Lucy se asustó y salió corriendo hacia allí. Se asomó al precipicio, intentando ver algo o, más bien, verle a él, pero no había nadie: el muchacho había desaparecido. Siendo aquel un segundo piso no podía haberse esfumado. Se frotó los ojos y pellizcó varias veces, quería creer que no había visto al chico de su pesadilla ni le había contemplado saltar al vacío, desapareciendo. Deseaba pensar que había sido su imaginación, así que volvió a su cuarto y se metió en la cama. Lo último que vio en su mente fue la mirada de aquel chico, que había sido tierna.

* * *

El reloj de Cinthia me despertó a las seis y media de la mañana. Me estiré perezosamente y, al ver la hora, me crispé. ¡La primera clase era a las siete y media! ¿¡Para qué necesitaba levantarse una hora antes!? Entre lo mal que había dormido y la hora que era me estaba poniendo de mala leche ya de mañana. Cinthia  estaba duchándose. Claro para eso necesitaba tanto tiempo. Di por perdida la ducha matutina, ya me la daría por la tarde. Me vestí deprisa y fui a secretaría en busca del justificante de la clase del día anterior: latín. Ayer había tenido suerte, pero hoy ya no me salvaba nadie. No es que no me gustase, amaba los idiomas, pero, como todo alumno que se precie, prefería perderme cuantas más clases mejor. Fui al vestíbulo y llamé a la puerta de secretaría, la sala junto al despacho de la directora Wirfreyth. Steven salió enseguida y me tendió el papel que venía a buscar.
-          Ya lo tenía preparado –dijo.
Sonreí ampliamente y le di las gracias. Me alejé de allí en dirección al cuarto de Liss. Toqué un par de veces y ella salió al instante, con el pelo mojado.
-          Hola –me saludó.
-          Hola. Oye, ¿quién es tu compañera?
-          Una chica que ahora se encuentra en la enfermería.
-          Ah…
-          Lucy, con las siete, ¿qué haces aquí?
-          Cinthia me despertó a las seis y media y se metió en la ducha. Aún sigue allí –comenté.
-          Pobrecita –dijo riendo, hizo una breve pausa y luego añadió-. ¿Quieres que te enseñe el patio trasero?
-          ¿Patio trasero? ¡Claro!
Sonrió y me cogió de la muñeca, tirando de mí.
-          La forma más rápida de llegar es atravesando el gimnasio –argumentó.
Fuimos hasta allí. El gimnasio tenía dos vestuarios y un almacén para el material. Al fondo había una puerta. La pasamos y el sol nos dio de lleno. A la derecha había algunos campos, pistas y una cancha de baloncesto. En cambio, a la izquierda se extendía un gran y bello jardín, lleno de árboles arbustos y flores. En el suelo, cubierto de reluciente césped, brillaban gotas de rocío. Un camino de piedras se perdía en él. Liss tiró más de mí y me internó en el jardín. En su centro había una gran zona pavimentada a medio adornar y con mesas, sillas y aparatos de música.
-          La semana que viene es el baile de otoño –me explicó.
Yo la sonreí. Nunca había estado en un baile y aquello prometía. Liss alzó el brazo y señaló al fondo.
-          Por allí hay más jardín, pero está descuidados –comenzó a decir-. Nadie entra ya. Dicen que está maldito, hay alumnos que han ido que afirman haber oído voces, ver cosas moverse, espíritus…
Vaya, parece que al final yo no era la única loca, pero, claro, eso no se lo iba a decir. Liss alzó la vista y miró el reloj que había colgado en un árbol a modo de adorno.
-          Y veinte. Vamos a clase –me dijo.
Asentí y ambas nos alejamos de allí. La verdad es que lo del jardín maldito me había dado muy mal rollo, pero también, saber que iba a haber un baile de otoño me había animado muchísimo.

* * *

Ya estaban en el piso superior. Habían cogido los libros e iban en dirección a la clase de latín. Entonces, Lucy recordó las escaleras de la noche anterior y se preguntó si le volvería a ver. Mientras Liss giraba a la derecha, ella fue por la izquierda, dobló una esquina y se encontró una pared vacía. Cuando Liss se percató de su ausencia, fue tras ella y se la encontró allí parada.
-          Lucy, ¿se puede saber qué haces? –preguntó al verla mirar hacia un hueco vacío.
-          A… anoche… aquí había unas escaleras… las subí y me encontré con un chico moreno de ojos azules que saltó del tejado y… desapareció sin dejar rastro –articuló dificultosamente.
-          Lucy, ayer era tu primer día y estabas cansada, lo soñaste –explicó mientras la arrastraba hacia el aula.
Ella no dijo nada, sólo se dejó llevar por Liss, con la imagen de aquellos ojos azules en su mente.
-          Y… ¿era guapo? –preguntó para ver si conseguía traerla a tierra.
-          Muchísimo, no te lo puedes ni imaginar –contestó Lucy con picardía mientras olvidaba lo que acababa de pasar.
-          Vaya, qué suerte, yo no suelo recordar los sueños…
-          Ya eso es lo que dices ahora, pero cuando sueñes con Noah ya me contarás.
-          No lo sabes tú bien –dijo Liss entre risas.
Entraron en la clase y Lucy se quedó de pie para entregar el justificante del día anterior.

* * *

Una profesora muy pálida y pelirroja se acercó a mí.
-          Tú debes ser Lucinda Gray, ¿cierto? –preguntó.
-          Sí. Lamento haber faltado ayer, la directora me dijo que no viniese para que me instalase en mi cuarto.
-          De acuerdo, deja el justificante en mi mesa.
Me pareció raro que la profesora no cogiese el justificante estando a pocos centímetros de mí, pero asentí y lo dejé en su mesa. Cuando me giré vi que Noah se había sentado junto a Liss. Pude apreciar que el chico estaba nervioso, ya que le temblaban las manos, y muy ruborizado. La voz de la maestra y el pitido del timbre me devolvieron al mundo.
-          Puede sentarse con el señor Nhox –dijo-. Parece que hoy, su compañera, la señorita Hayes, no está.
Maldije por lo bajo y me dirigí hacia Dylan, como siempre en una de las últimas filas. El chico tampoco había puesto muy buena cara. “Pobrecito, hoy su novia no ha venido”, pensé. Llegué junto a él y me senté. Dylan me ignoró y se centró en su libro.
-          Hola, ¿eh? –dije con retintín.
-          Pues hola –esa fue la única respuesta que me dio.
-          ¿Qué? ¿Cómo no está tu novia te vas a portar como un cabrón conmigo?
-          Uno, Cinthia no es ni será mi novia, ella está por Jack, el hermano de Liss… Aunque ha de reconocer que se siente atraída por mí –comentó Dylan-. Dos, yo no me porto como un cabrón, soy un cabrón. Y tres… ¿Desde cuándo te importa? ¿A caso estás celosa? –finalizó.
Entonces me di cuenta de que me miraba con esos profundos, seductores, insinuantes y cautivadores ojos verde esmeralda. ¿Cuándo se había girado? Sentía que me derretía bajo sus pupilas, pero me esmeré porque no lo notase. Aún podía escuchar el eco de su última pregunta en mi cabeza. ¿Era cierto? ¿Estaba celosa? Me quedé muda y Dylan volvió a su libro. ¿Qué? Lucy, la chica con respuesta para todo, arrogante y sarcástica, la que callaba a los demás con una frase ingeniosa… ¿Esa Lucy se había quedado sin palabras? No podía ser, ¿cómo hacía para hacerme estar en silencio? Durante toda la clase de latín estuve dándole vueltas a eso, no conseguí concentrarme. Sólo me llamó la atención que la profesora nunca escribía en la pizarra, sino que mandaba a un alumno hacerlo por ella. O tenía alergia al papel, tiza y toda clase de cosas materiales, o era muy pija por tocarlas. Decidí decantarme por lo segundo.
* * *

Vaya, Lucy parecía celosa, interesante. Y encima conseguí dejarla sin argumentos, mejoraba por momentos. Me estaba haciendo el misterioso y duro, y estaba funcionando, la había crispado con mi respuesta. No es que no la quisiese hacer caso, planeaba algo totalmente distinto, pero como estaba centrado en otra cosa, me salió así, sin más, aunque al final resultó ser mejor que lo que se me había ocurrido. Noté que Will nos miraba continuamente, retándome. Le había molestado que Lucy estuviese a mi lado, menudo estúpido. La clase transcurrió en silencio, cada uno a lo suyo. También me fijé en que Noah estaba nervioso y sonrojado por algo, al igual que Liss. Estaban hablando. Entonces, ella se ruborizó más todavía y asintió con cuidado. Noah esbozó una gran sonrisa y la dio un beso en la mejilla. Y todo eso sin que la profesora Hewitt se diese cuenta. En ese momento, sonó el timbre y, sin dirigirle una palabra a Lucy, fui hacia él para enterarme de qué habían estado charlando.
* * *

¡Y de nuevo se largaba sin decirme nada! Osado imbécil… Se estaba haciendo el interesante, pensaba que no lo había notado, pero claro que lo hice… ¡Y aún así funcionaba! Me estaba cabreando y a la vez atrayendo. Maldito idiota. Bueno, pero debía calmarme y que no se me notase, así que cuando Liss vino hacia mí la presté atención.
-          Tengo que contarte algo –me dijo.
-          Pues aquí me tienes.
-           No, pero aquí no.
Me llevó hasta el vestuario del gimnasio, ya que después teníamos educación física, y mientras nos cambiábamos me lo contó.
-          Noah me ha invitado a ir con él al baile de otoño.
Solté un grito de alegría, al que se sumó el de Liss. La di un fuerte abrazo y nos quedamos riendo.
-          ¡Felicidades Liss! Me alegro muchísimo por ti, cielo –le decía.
Nos terminamos de vestir rápido ya que ya comenzaban a entrar las otras chicas. El chándal constaba de cuatro piezas: unos pantalones negros largos, una camiseta gris de tirantes, unas deportivas blancas y una chaqueta negra. Era lo mismo para todos, chicos y chicas, aunque en esa época, nadie se ponía la chaqueta daba mucho calor. Cuando estábamos a punto de salir, algo me desconcertó: Cinthia había venido.

* * *

Chicos y chicas entraron en el gimnasio y el profesor les mandó a la cancha de baloncesto. Una vez todos allí, el maestro y algunos alumnos trajeron una bolsa llena de balones. Como todos estaban hablando, el hombre tocó el molesto silbato de todos los profesores de educación física.
-          ¡A ver, venid aquí! –gritó mientras se agrupaban a su alrededor-. Hoy vamos a hacer un partido de chicos contra chicas. Sois la única clase donde lo puedo hacer ya que sois el mismo número de personas de ambos sexos. Ahora elegid capitanes –anunció.
Y, tan rápido como oyeron la palabra “capitanes”, los chicos señalaron instantáneamente a Dylan. En cambio, el grupo de las chicas estaba dividido en dos: las que elegían a Cinthia y las que se negaban. Entonces, ella comentó algo a sus compañeras y estas asintieron.
-          ¿Qué os parece si nuestra líder es Lucy? –dijo Cinthia.
Todas aceptaron de buena gana.
-          Vaya, parece que ya quieren fastidiarte porque eres la nueva, son como pirañas –le susurró Liss.
Lucy se agobió un poco.
-          De acuerdo, Nhox y Gray –declaró el profesor-. Tú eres la nueva, ¿no?
Ella asintió. El maestro pareció satisfecho con su modesta respuesta y continuó:
-          Capitanes, acercaos.
Dylan y Lucy se aproximaron y cruzaron miradas. El chico sonreía pícaramente, cosa que la crispaba, y él lo sabía.
-          Daos la mano y comenzaremos el partido –comentó el profesor.
Ella vaciló y fue el joven quien alzó la mano y se la tendió. La chica le observó detenidamente mientras él mantenía la sonrisa en su rostro. Finalmente, la aceptó. Esperaba que Dylan la apartase rápidamente como en esos gestos tontos de juegos de niños para ridiculizarla, pero no lo hizo, es más, pareció que no quería soltarla. Tras recuperar su mano, Lucy se quedó mirándole fijamente. El maestro puso un balón entre ellos dos.
-          Comencemos –dijo y, acto seguido, lo lanzó hacia arriba.
Lucy saltó, pero Dylan se apoyó en su hombro para impulsarse sobre ella, alcanzando la pelota. La chica se guardó el insulto que iba a haberle gritado y corrió tras él. El joven se dedicó a vacilarla yendo de un lado a otro botando sin pasar. Cuando se disponía a ello, Lucy apareció como una exhalación, interceptando el balón en su vuelo. Él se quedó mirándola. Noah salió corriendo junto a los demás chicos para defender, le dio un suave puñetazo en el hombro y Dylan volvió en sí. Las chicas empezaron a pasarse el balón, avanzando hacia la canasta contraria. Lucy lo recibió ya bastante cerca y la gritaron que tirase. Ella asintió y lanzó la pelota con una mano. El balón fue directo al aro y comenzó a dar vueltas en él. El equipo femenino estaba a punto de celebrarlo cuando Dylan saltó, dio un golpe a la pelota y la hizo caer fuera. Los chicos la recogieron y uno de ellos se dispuso a sacar. Dylan pasó delante de Lucy y le guiñó un ojo. Ella le respondió sacándole la lengua con picardía y ambos se centraron de nuevo en el partido. Empezaron a avanzar hacia la otra parte de la cancha. Cinthia consiguió robarles un par de veces el balón, al igual que Liss, pero al final los chicos siempre lo recuperaban. Muchas de las chicas tenían asumido ser unas negadas, por lo que ni siquiera lo intentaban. Liss jugaba con desventaja ya que cada vez que era Noah el que pasaba frente a ella se quedaba petrificada. Dylan llegó a la canasta e hizo un mate. Las idiotas de sus admiradoras le aplaudieron, haciendo crecer su ego más de lo que estaba, cosa  ya difícil. El joven se giró, alzando los brazos como signo de victoria. De nuevo pasó frente a Lucy y le dedicó una sonrisa socarrona. Ella enarcó las cejas, divertida, y salió corriendo. Dylan se volvió, ya habían comenzado la siguiente jugada y él iba rezagado. Tras algunos pases, el balón llegó a manos de Lucy y probó a tirar otra vez. Ya que Dylan estaba muy atrás, la pelota entró en el aro en un lanzamiento limpio. Lucy se giró y sonrió al chico con una expresión de suficiencia y satisfacción. Dylan también sonrió, le gustaban los juegos reñidos. Entonces, cuando ella volvía a su campo, alguien le puso la zancadilla y cayó al suelo. O eso le pareció a ella, ya que nadie estaba a su lado, todos estaban demasiado lejos como para que la hubiesen tirado, pero había notado como si lo hiciesen. Se dio un buen golpe en la rodilla derecha, raspándosela contra el pavimento. Intentó levantarse pero su pierna cedió a su peso y la hizo caer de nuevo. Dylan y el profesor llegaron enseguida junto a ella, seguidos por todos los demás alumnos. El chico se quedó mirando a la nada, murmuró algo y luego se agachó frente a Lucy.
-          ¿Estás bien? –preguntó sentándose a su lado.
-          Sí, tranquilo, estoy tirada en el suelo porque desde aquí hay muy buenas vistas –dijo arrogante.
-          De acuerdo, Gray, veamos que te has hecho –respondió él levantándole la pernera derecha.
Lucy miró su rodilla, tenía una fea y supurante herida roja. La visión de aquello no era muy agradable.
-          Wow, eso no tiene buena pinta –comentó de nuevo mirando a la nada acusatoriamente, como si algo allí hubiese sido el culpable.
Lucy pensó que ese chico se estaba volviendo loco.
-          Que alguien la lleve a la enfermería –dijo el profesor a los demás alumnos.
-          Ya la llevo yo –contestó Dylan.
Antes de que pudiese replicar, el chico la alzó en sus brazos, arrimándola a él. Lucy se agarró a su hombro, sintiendo la tensión y fuerza de sus músculos.
-          Está bien, Nhox, seguiremos con el partido mientras tanto. Thompson y Hayes, sois los capitanes –anunció el maestro.
William se quedó mirando a Dylan con furia y luego volvió al campo. El chico sonrió y comenzó a andar hacia el edificio con Lucy en sus brazos.

* * *

Ay madre, me iba a dar algo. Tenía el corazón a mil por hora, se me iba a salir del pecho de un momento a otro. Sentía el latir de Dylan en mí, su respiración regular, su esencia… Las manos me sudaban de lo nerviosa que estaba, había olvidado completamente la herida que tenía en la pierna. Notaba sus fuertes y firmes músculos de los brazos en mis muslos y espalda. Iba agarrada a su hombro desnudo, que me provocaba millones de descargas. No podía quitarle la vista de encima. La profundidad de sus brillantes ojos, la definición de sus facciones, la tensión de su cuerpo… Me iba a dar un sofocón, debía dejar de pensar en él, pero el problema era que me era imposible. Entonces, me percaté de que me estaba observando. De nuevo, no me había dado cuenta de que lo hacía. Me observaba con esa mirada tierna y seductora, pero con un destello de diversión en ella.
-          Si quieres te regalo una foto –me dijo sonriendo.
Mis mejillas se tiñeron de rosa y aparté los ojos rápidamente. Ya estábamos en el pasillo, cerca de la enfermería. Entramos en ella y Dylan me dejó suavemente sobre la camilla. La sala era rectangular y una grande cortina verde la separaba en dos. Supuse que tras ella se encontrarían los alumnos enfermos que tenían que permanecer allí la noche, como la compañera de Liss.
-          Lo siento si te he pesado mucho –me disculpé.
-          Tranquila, no lo has hecho –respondió apartándome un mechón del rostro.
Entonces, estropeando el momento, la enfermera entró en la habitación. Me sonrió ampliamente cogió el botiquín y se aproximó a mí.
-          Oh, Dylan, qué galán, la has traído hasta aquí en brazos –comentó mientras se agachaba y me aplicaba un algodón con agua oxigenada en la herida.
Dios, cómo escocía esa cosa. Era como el jugo de limón en un ojo, doloroso y ardiente.
-          Ya ves, uno, que tiene sus momentos –respondió él, examinándose las uñas con chulería.
La enfermera me puso una gasa y dio por finalizado el trabajo.
-          Será mejor que vayas a tu cuarto a relajar la pierna -me dijo.
Yo asentí y, cuando estaba a punto de levantarme, Dylan me volvió a coger en brazos. Di un grito suave de asombro y me zafé a su hombro. Él me miró y sonrió. Salimos por la puerta y nos dirigimos a mi habitación. Esta vez no me quedé mirándole, aunque en ocasiones lo hacía sin poderme resistir. Pronto llegamos a nuestro destino y Dylan me colocó delicadamente sobre mi cama, pero era evidente que no quería hacerlo. Intenté interpretar su mirada. Reflejaba muchos sentimientos y emociones, pero sobre todo… ¿deseo? Antes de que pudiese decir nada, él empezó a arrimarse más a mí, poco a poco, como pidiéndome permiso. Ambos cerramos los ojos. Nuestros labios estaban muy próximos. En ese justo momento, escuchamos una voz.
-          Dylan, el profesor te está esp… -se interrumpió.
El chico dio un respingo y se apartó de mí bruscamente. Allí se encontraba Cinthia, con el ceño fruncido.
-          El profesor te está esperando –finalizó.
-          Eh… ya voy –contestó poniéndose una mano en la nuca.
Cinthia entró en el cuarto, cogió a Dylan por la muñeca y, literalmente, le sacó a rastras de allí.

* * *

Lucy se encontraba en su cama, tumbada. En aquellos momentos lo único que podía hacer era maldecir por lo bajo. “Si Cinthia no hubiese llegado…”, pensaba una parte de ella. “¿¡Pero qué estás diciendo!? Tú no amas a Dylan, nunca has sabido amar a nadie, y no pienso crear el grupo de las excepciones…”, le contestaba la otra, enfurecida. “Siempre hay una primera vez para todo”, se defendía, “Pero en el amor no hay primera vez para ti”, se replicaba a sí misma. Lucy estaba en mitad de una batalla interior cuando notó una presencia. Se sentó inmediatamente, haciendo caer la gasa de su pierna al suelo, y pudo ver, allí frente a ella, al muchacho moreno de ojos azules de la noche anterior. La chica se quedó paralizada.
-          Hola –saludó el joven.
Lucy seguía callada, aquello le daba mal rollo. La puerta estaba cerrada, no recordaba haber oído que la abrían ni nada parecido.
-          ¿Eres de poco hablar? Nunca lo habría dicho –rió él.
La joven reaccionó y se cruzó de brazos. Eso era muy raro. No iba a dejar que un niñato se burlase de ella. Bueno, ahí se estaba contradiciendo ya que Dylan también era un niñato.
-          Quién eres y qué haces en mi cuarto –consiguió decir.
El chico se sentó junto a ella en la cama y la contempló con una mirada que le era familiar.
-          Soy Drake -respondió.
-          Y ahora la segunda pregunta –comentó ella.
-          Tranquila Lucy, habrá tiempo para todo –argumentó.
-          ¿Y tú cómo sabes mi nombre?
-          Destacas demasiado como para no saberlo.
Aquella respuesta la trastocó un poco. Quiso contestarle con una frase ingeniosa de las suyas, pero decidió irse por lo seguro.
-          Anoche saltaste al vacío y te esfumaste –dijo Lucy-. Llegué a pensar que eras un suicida, pero al asomarme al precipicio no había nadie.
-          Hombre, es evidente, un fantasma no puede suicidarse.
¿Fantasma? ¿Había dicho fantasma? Debería haberse decantado por la frase ingeniosa, estaba claro que aquel chico la tomaba el pelo. Le miró directamente a los ojos y un leve escalofrío recorrió su espalda. Su mirada era fría, seria y gélida, no aparentaba estar riéndose de ella.
-          Quizás solté la información con mucha brusquedad –empezó a decir.
-          ¿Tú crees? –comentó arrogante- Me estás diciendo que eres un fantasma, ¿me lo creo o llamo a un manicomio? Creo que me decanto por la segunda opción.
-          Creo que me gustabas más antes, cuando no sabías qué decir.
Eso ya enfureció a Lucy, que señaló la puerta cerrada con firmeza. Drake le dedicó una sonrisa socarrona, se levantó y se dirigió hacia la salida. Antes de alcanzarla, se volvió y la miró de nuevo. Se acercó a ella con prudencia. La chica se había quedado absorta en sus ojos, su mirada… Drake aproximó su cara a la de Lucy. Su boca estaba a pocos centímetros de su oreja. La joven podía notar la fría respiración en su oído, que le provocaba sensación de inquietud y le congelaba los sentidos.
-          Ya nos veremos –susurró con suavidad, haciendo que varios escalofríos le recorriesen el cuerpo.
El chico le dio un beso en la mejilla y se alejó de ella tranquilamente. Lucy aún sentía el tacto gélido de sus labios contra su piel. Se quedó quieta, mirándole. Él le dirigió un último vistazo y a continuación atravesó la puerta. ¿¡La había atravesado!? ¡Pero si estaba cerrada! Aquello dejó en estado de shock a Lucy, que se tumbó en la cama y cerró los ojos. Quería olvidar lo que había visto, sufría alucinaciones, eso quería pensar. Aunque se convenció de que había sido producto de su imaginación, aquella figura fantasmal no dejó de rondarle por la cabeza.



 
Capítulo 3
Rayos de sol se colaban entre las cortinas de la ventana e iban a parar a mi rostro. Poco a poco, la luz en mis párpados cerrados me fue despertando, obligándome finalmente a abrirlos. Me había quedado profundamente dormida. Me incorporé y un pinchazo en la rodilla me recordó lo que había sucedido horas antes. Mi caída involuntaria de gimnasia, el viaje a la enfermería en brazos de Dylan, la interrupción de Cinthia, a Drake… Un escalofrío me recorrió toda la espalda al pensar en ese chico. Me decía que era un fantasma, pero parecía tan vivo… Me levanté con cuidado. Eran las cuatro y media, me había saltado la comida. Alguien había subido mi uniforme a la habitación, que ahora descansaba sobre la mesa. Lo cogí y me vestí deprisa. Me dirigí al cuarto de baño con intención de peinarme, seguro que tenía unos pelos horribles. Luego buscaría a Liss y bueno, quizás le contara lo de Drake. Mientras pasaba por la puerta me di un golpe con el marco en el pie. Solté un par de palabrotas. Empezaba bien, ya me había levantado mosqueada. Me miré al espejo. Lo que vi me asustó muchísimo y di un grito. Mis ojos estaban rojos. Tras el chillido, mi iris se volvió gris. Vale, estaba soñando de nuevo, sólo era una pesadilla. Cerré los párpados y comencé a contar hasta diez mientras me pellizcaba suavemente. Uno, dos, tres… Mi respiración ya era regular. Cinco, seis, siete… El corazón me palpitaba a velocidad normal. Diez. Abrí los ojos.
-          ¡¡AH!! –grité otra vez saliendo del baño.
Mi iris estaba azul, azul del mar calmado, y de nuevo, después del susto, se tornó grisáceo. Me senté en la cama e intenté tranquilizarme. “Lucy, no pasa nada, son imaginaciones tuyas, estás estresada”, me decía a mí misma, pero cuanto más lo repetía, menos me lo creía. Cogí mi móvil de la mesa, donde lo había dejado el día anterior. Me hice una foto rápida y recé porque mis ojos fuesen marrón verdoso. Giré el teléfono con cuidado, las manos me temblaban. Miré la pantalla. Unos grandes ojos grises brillaban en mi rostro. Acto seguido, me desmayé y caí al suelo.

* * *

Había ido con Will a dar una vuelta por el jardín. Vimos cómo preparaban el baile de otoño, algunas bellísimas flores que aguantaban gracias al poco frío que hacía… El problema era que Lucy seguía en cama y mi primo estaba preocupado. No la habíamos visto en toda la tarde desde el incidente del partido de baloncesto, y que Dylan fuese el que se la llevó en brazos no calmaba a Will, sino todo lo contrario. Dylan y él tenían un pique desde hace tiempo, y ahora mi primo estaba celoso. Los chicos eran un enigma. Yo al único que comprendía y sabía cómo pensaba y reaccionaba era mi hermano. Esos dos tenían suerte de que Jack no estuviese por allí, porque a él sí que no se le resistía ninguna y cuando se obsesionaba con una era imposible quitársela de la cabeza. Era como un camaleón, sabía adaptarse a los gustos de todo tipo de chicas y seducirlas. En eso sí se parecía a Dylan, jugaba con una, se cansaba y buscaba otra. Miles de veces le había regañado y enfadado con él por ello, pero mi hermano era un Casanova, un caso perdido. Y conociendo a Lucy y su orgullo, Jack se lo tomaría como un verdadero reto y esos dos la llevarían clara.
Pasamos la mayoría del paseo en silencio. Will estaba absorto en sus pensamientos, dándole vueltas a algo.
-          Oye Liss, ¿crees que habrá despertado ya? –me preguntó por cuarta vez.
-          Lamento tener que repetirte que no tengo instaladas cámaras en su cuarto –respondí.
-          Liss… -me miró seriamente.
-          Quizás Lucy y Dylan se estén liando ahora mismo por lo que estará despierta –bromeé.
-          ¡Liss! ¡Deja ya de burlarte, para mí esto es serio! –espetó.
-          Wow, tranquilo, sólo digo lo que me parece más probable.
Will me contempló con los ojos desorbitados. No pude remediar las ganas de reír y acabé en el suelo ahogándome entre carcajadas.
-          Deberías haberte visto la cara –comenté levantándome y secándome las lágrimas de risa mientras él me dirigía una mirada fulminante.
-          Te pareces mucho a tu hermano –me dijo.
-          ¿Te refieres a que él sabe tomarte el pelo tan bien como yo? Lo dudo. Además, no nos parecemos. Por ejemplo, él es muy enamoradizo y yo…
-          Y tú estás loca por Noah –finalizó él.
Mis mejillas se tiñeron rosas al instante y giré la cara intentando que no se diese cuenta.
-          Veo que he acertado, ¿eh? La venganza se sirve fría, prima –argumentó Will.
-          Si mañana despiertas vestido de princesa en medio del jardín, no te asustes, no haces travestismo sonámbulo, fui yo –le contesté.
-          Muy graciosa Liss –dijo dándome un suave golpe en el hombro.
-          Lo sé –respondí sacándole la lengua-. Venga, vamos a verla.
Will me sonrió ampliamente y asintió. Nos dirigimos al edificio con paso rápido, bueno, yo a mi ritmo y él tres metros por delante. Subimos al ala de las chicas y nos encontramos a Dylan, que había entrado por la otra parte. Él y mi primo intercambiaron una mirada fulminante y luego se ignoraron. Puse ojos de exasperación y me acerqué a la puerta de Lucy a la vez que Dylan.
-          Veo que tú también vienes a ver qué tal está –me dijo.
-          Vaya, Will, parece que me equivoqué y no se han liado –le comenté a mi primo.
-          Si me hubiese liado con ella, ahora mismo no estaría aquí fuera con vosotros, creedme. Además, se lo estaría restregando por la cara, por lo que se entiende que aún no lo he hecho –explicó Dylan.
-          ¿Aún? Vaya, veo que tu ego sube por momentos –espeté.
-          Ya ves –y llamó a la puerta del dormitorio.
Will seguía callado tras mí. Nadie contestó desde dentro del cuarto, por lo que Dylan volvió a tocar un par de veces, sin recibir respuesta. Al final abrió la puerta y pasó. Yo miré a mi primo, que tenía el semblante serio. Entonces oímos a Dylan gritar en la habitación.
-          ¡¡Lucy!! ¡¡Lucy, despierta!! –decía.
Entramos corriendo y nos encontramos a Lucy en brazos de Dylan. Will frunció el ceño.
-          ¿¡Qué ha pasado!? –pregunté asustada.
-          ¡¡Y yo qué sé!! ¡Cuando pasé ella estaba desmayada en el suelo, ¿cómo quieres que lo sepa?!
-          Vale, tranquilo, me estás quitando el papel de histérica.
-          Liss, con esto no bromees.
Era la primera vez que veía a Dylan tan serio. Comenzamos a andar hacia el ala común. La cabeza de Lucy daba en su brazo. Will tenía cara preocupada pero de vez en cuando le lanzaba miradas asesinas a Dylan. La llevamos a la enfermería de nuevo, todos asustados. Él la puso sobre la camilla, tumbada. El rostro de Lucy estaba pálido e inexpresivo. La enfermera llegó poco después, corriendo.
-          ¿Qué ha sucedido? –nos preguntó.
-          Nos la encontramos en el suelo. La intenté despertar pero no funcionó –respondió Dylan.
-          Está bien, podéis iros, yo me ocupo –dijo.
Cuando estaba a punto de replicar, la enfermera me miró con firmeza.
-          Será mejor que os vayáis, a veces esto resulta poco agradable y angustioso. No sé si es algo grave, creo que no. Os avisaré si se producen cambios en su estado –me comentó.
Asentí y, muy a nuestro pesar, dejamos a Lucy allí.

* * *

Lucy abrió los ojos. En seguida se incorporó, observando el cuarto donde se encontraba. La última vez estaba en su dormitorio, pero aquello era la enfermería. La habitación estaba sumida en la oscuridad y la luz de la luna era la única fuente de luminosidad. Se volvió a tumbar en la camilla, frotándose la frente con la mano. No recordaba nada que la pudiese indicar qué hacía allí. Le dolía mucho el estómago.
-          Vaya, por fin la Bella Durmiente ha despertado –dijo una voz-. ¿Quién te dio el beso que te liberó de tu letargo?
Lucy se sentó inmediatamente, mirando a su alrededor en una desesperada búsqueda del dueño de aquellas palabras. Una figura fantasmal emergió de las sombras: Drake. La chica se tumbó de nuevo.
-          Lo siento, pero soy la princesa del príncipe que nunca apareció –replicó ella sin ganas.
-          Que frase tan bonita, ¿nunca apareció?
-          No. No apareció, no aparece y no aparecerá.
-          Vaya, ¿y eso por qué?
-          Porque yo no sé amar, mi persona no fue creada para eso, nunca he amado y no pienso hacerlo.
-          El amor es el sentimiento más puro y vivo que los humanos pueden tener, ¿por qué tú no lo tienes?
-          Porque al final siempre te rompen el corazón y no voy a correr ese riesgo, amar te vuelve débil y vulnerable… -Lucy se interrumpió de repente, incorporándose- Un momento, ¿por qué estoy hablando de esto contigo? Estás muerto, no sientes.
-          Si yo te contara… Anda, veo que por fin asimilaste mi condición de fantasma.
-          Bueno, te he visto desaparecer y atravesar una puerta, es eso o ingresar en un psiquiátrico.
-          Tendrás que acostumbrarte, no soy el único espíritu.
-          ¿¡Hay más!?
-          Por supuesto. La señorita Hewitt, su hija…
-          ¿La profesora de latín?
-          Claro. Por eso no toca nada material, es un fantasma sin formación, por lo que carece de eso poderes. En cambio, su hija Scarlett sí que puede hacerlo ya que ha sido enseñada. De ahí tu caída en gimnasia.
-          ¿Me tiró ella? Eso explicaría la sensación de que alguien me ponía la zancadilla, pero… ¿por qué lo hizo?
-          Está enamorada de… Dylan. Y cuando vio que intercambiabais miradas se puso celosa. También le gusto yo, así que, querida, estás en constante peligro.
-          Vaya con la chica… Como la pille… -masculló Lucy- Ni que me gustara Dylan –añadió arrogante.
-          Ah… ¿No te gusta?
-          Bueno… no sé… Ya te he dicho que yo no amo a nadie ni lo haré, no entiendo por qué lo preguntas, ni que te importase.
-          Cierto… no me importa –coincidió Drake apartando la vista.
-          Por cierto, ¿qué haces aquí? –cortó Lucy.
-          Vine a ver qué te pasó. Tras mi última visita no te he visto en estos días, por lo que me preocupé.
-          ¿¡Estos días!? ¿¡Qué hora es!?
-          Las dos de la madrugada del sábado. Has estado desmayada la tarde del jueves y el viernes entero.
-          ¿¡Tanto!? Así que tengo tanta hambre –espetó poniéndose una mano en el estómago.
-          Ten, bebe esto, te sentará bien –dijo tendiéndole un vaso.
Lucy vaciló, pero luego aceptó el recipiente. Le echó un vistazo, contenía un líquido blancuzco. Dudó en beberlo o no, pero al final su hambre venció sus dudas. Algo en Drake la suscitaba confianza. Se lo tomó rápidamente y el chico esbozó una sonrisa.
-          Es un caldo típico entre los fantasmas. Está hecho con todo tipo de raíces y productos del Más Allá.
Lucy se atragantó al oírle y comenzó a toser fuertemente.
-          ¿¡Que es qué!? –preguntó con dificultad.
-          Era broma –dijo Drake-. ¿De veras pensaste que lo decía en serio? Es una simple infusión de hierbas medicinales.
La chica le miró fulminante y luego puso una sonrisa torcida pero divertida.
-          Lucy… tus ojos… están dorados –se sorprendió él.
Entonces ella recordó. Antes de desmayarse, su iris estaba cambiando de color continuamente.
-          Y ahora los tienes grises –añadió.
La joven se levantó y se miró al espejo de la pared. Era cierto, sus ojos estaban pintados de un color grisáceo.
-          Pero… ¿¡Qué me está pasando!? –dijo volviéndose hacia Drake- ¡Esto comenzó tras tu última visita!
El joven se acercó y puso sus manos en las mejillas de la chica, examinándola detenidamente. Lucy sintió el tacto gélido de sus dedos contra su piel. Drake asintió y la soltó.
-          Los humanos no pueden ver a los fantasmas –empezó a explicar él-, a no ser que esos espíritus tengan los poderes necesarios para ello y quieran ser vistos. Es lo primero que te enseñan al ser fantasma. Cuando un humano corriente tiene contacto con uno que sí ha recibido la formación necesaria, se le concede la visión. La visión permite ver a todos los espíritus, con poderes y sin ellos, los que quieren ser vistos y los que no.
-          ¿Contacto? ¿A qué te refieres? –interrumpió Lucy.
-          Pues, por ejemplo, el beso que te di.
-          ¿¡Y por qué lo hiciste si se puede saber!? ¿¡Por qué me querías otorgar la visión!? ¿¡Qué ganas tú con esto!?
-          ¿Yo? Nada de nada. No te la quería dar, fue más… un impulso.
-          ¿Impulso? Lo que me faltaba. Tienes suerte de que no esté de humor, sino te llevabas una buena…
-          Sssh, no digas palabrotas –cortó Drake-. Soy un fantasma, ¿qué crees que me puedes hacer?
-          Si quieres voy a por una aspiradora y lo probamos –dijo arrogante-. Además, si pudiste darme el beso es porque tienes poderes suficientes para poderme tocar, por lo que yo también a ti.
-          Vaya, una chica que utiliza el cerebro.
-          Sí, lo utilizo, no como otros, que seguro que lo tienes en alquiler.
-          Wow, tranquilita, ¿eh? Que yo no te he hecho nada.
-          ¿¡Y lo de mis ojos te parece poco!? ¿¡Me pasa esto sólo porque me diste un beso!? –espetó señalándose las retinas, mientras estas se volvían rojas.
-          En cada persona, el proceso por el que se desarrolla la visión es distinto. Algunos no sienten nada, otros tienen sueños, sarpullidos… Aunque ciertamente, nunca había visto nada parecido a lo tuyo. A no ser que… -se interrumpió.
-          ¿A no ser qué?
-          Nada, estaba recordando una antigua leyenda del Más Allá. Tendré que investigar sobre ello… -al ver que Lucy ya iba a hacer más preguntas, continuó- Parece que tus ojos cambian según tu estado anímico. Si es gris estás preocupada, azul si estás calmada, rojo si estás enfurecida, morado cuando tienes miedo, verde pálido cuando estás triste y dorado cuando sientes alegría.
-          ¿Voy a estar así mucho tiempo? Digo lo del cambio de color.
-          No, por la mañana ya los tendrás bien. Aunque te quedarán secuelas, por lo que no te recomiendo enfadarte mucho en público.
Entonces escucharon un ruido de tacones en el pasillo que se aproximaba a ellos.
-          La enfermera, será mejor que te vayas –dijo Lucy corriendo a su cama.
-          Está bien tú hazte la dormida –respondió.
La chica asintió y Drake desapareció de nuevo en la oscuridad.

* * *

Al día siguiente Lucy se levantó pronto. Había dormido mucho y ahora estaba llena de energía. Se fue a mirar al espejo. Por fin sus ojos estaban normales. Se asomó a la cortina que dividía la sala. Una chica descansaba en una cama. “Esta debe de ser la compañera de Liss, espero que no oyese nada anoche”, pensó. Miró uno de los relojes de la sala. Eran las nueve. Si iba a ver a Liss probablemente la mataría, estaban a sábado y no tenían que madrugar. Salió al pasillo y vio a la enfermera.
-          ¿Ya te has levantado? –preguntó.
-          Sí, sí… -Lucy hizo ademán de irse.
-          Has dormido todo el jueves y el viernes. Hoy no hay clase.
-          Ya lo suponía –susurró-. ¿Hay alguien más despierto? Esto parece desierto.
-          Lo más seguro es que todos estén en la cama, pero igual te encuentras con alguien.
-          Ah, gracias.
Lucy siguió andando. Decidió salir al patio, a ver si tenía suerte. Pasó por delante de su cuarto y se le ocurrió que era hora de su venganza. Entró en silencio. Cinthia estaba dormida. Se cambió de uniforme ya que el suyo estaba muy arrugado y lo dejó en una cesta del cuarto. La habían explicado que la ropa se dejaba allí para los domingos bajar a la lavandería. Cogió el despertador de la mesa y puso la alarma a las nueve y cuarto. Lo colocó junto a la oreja de Cinthia y salió del dormitorio. Fue al ala común dando un tranquilo paseo. Entonces, al llegar allí, se llevó otro shock de los suyos. Varios espíritus vagaban por el comedor, unos hablando y otros corriendo. Podían haber pasado por alumnos vivos, pero sus cuerpos eran translúcidos. Algunos se la quedaban mirando y otros la ignoraban. Una chica pelirroja se acercó a ella y empezó a hacerle burla.
-          Eh, tú, que te veo –dijo Lucy cuando comenzó a enredarle el pelo.
-          ¿¡Qué!? –ahora fue ella la que se llevó el shock.
-          Que te estoy viendo, deja de tocarme o te la cargas.
-          ¿¡Pero cómo puedes verme!? –exclamó.
-          Tú debes ser Scarlett, ¿verdad?
-          ¿¡Cómo sabes mi nombre!?
-          Una, que tiene sus contactos.
Scarlett era una chica muy guapa. Su pelo rizado rojo escarlata le caía hasta la mitad de la espalda. Tenía unos grandes ojos negros y unos labios finos. Era de altura media, delgadísima pero con curvas. Como todo fantasma, era muy pálida. La verdad es que Lucy no comprendía cómo un espíritu podía enamorarse de un humano.
-          ¿Tienes la visión? –la voz de Scarlett la trajo de vuelta a la tierra.
-          A ver, ¿qué parte de “te estoy viendo” no entendiste?
-          Vale… Me llamo Scarlett Hewitt.
-          Lo sé, la hija de la profesora de latín.
-          Por favor, no me lo recuerdes. Tú eres Lucinda Gray, ¿no?
-          Lucy –corrigió-. Soy Lucy, no Lucinda. Si me perdonas, debo irme –hizo ademán de salir de allí.
-          ¿Irte? ¿Por qué? Con lo bien que lo estoy pasando.
-          Ya, hasta que vuelvas a intentar matarme.
-          Sólo fue una caída… ¿También sabes eso?
-          Sí. Por mí puedes quedarte con Dylan.
-          ¿Así, sin más? ¿Es que no te gusta?
-          ¿Por qué todos me preguntáis lo mismo?
-          Porque lo parece…
-          Oye, ¿y cómo es que me puedes tocar?
-          Mis estudios están lo suficientemente avanzados como para poder hacerlo -explicó Scarlett-. En cambio mi madre no puede, ella prefería seguir con sus clases, vive para su trabajo, bueno, si se puede decir “vive”. La directora le deja seguir mientras no provoque trastornos a los alumnos.
-          ¿¡La directora!? –Lucy se sorprendió.
-          Sí, ella sabe lo de los fantasmas, posee la visión.
-          Vaya, no me lo esperaba. ¿Y cómo moristeis tú y tu madre?
-          Mi padre se volvió loco e incendió la casa con nosotras dentro hace unos tres años. Fue horrible. Tenía problemas mentales y no lo quería aceptar.
-          ¿Aquella noticia de una vivienda quemada cerca de Central Park con dos cuerpos calcinados?
-          Diste en el clavo. Perdona no me gusta hablar de ello –comentó poniéndose una mano en la nuca.
-          No pasa nada –Lucy se fijó en los demás espíritus- ¿El internado es también uno para los fantasmas?
-          Bueno, en realidad no. Este es un mundo paralelo al nuestro, en el Más Allá también existe este edificio. Aquí venimos a probar nuestros poderes o a dar una vuelta y escapar de la rutina.
-          Es como para nosotros viajar a otro país, ¿no?
-          Sí, más o menos, sólo que no se nos permite tener contacto con personas de nuestra antigua vida a no ser que sean caza-fantasmas. En este terreno hay un portal que comunica los dos mundos, es el único sitio por donde podemos pasar, aunque no todos. Los Espíritus Oscuros tienen prohibida la entrada.
-          ¿Caza-fantasmas? ¿Espíritus Oscuros? No me estoy enterando de nada.
-          Los Espíritus Oscuros son espíritus que han muerto haciendo malas obras y no han recibido ningún perdón, por lo que están malditos y encerrados en calabozos en nuestro mundo. Aunque de vez en cuando se escapa alguno e intenta acabar con la tierra de los vivos, causar destrozos o matar o poseer a un humano para conseguir poder. Tienen una especie de secta que intenta cumplir una profecía la mar de rara.
-          ¿Y los caza-fantasmas son los que dan caza a esos espíritus?
-          Sí, tienen poderes y herramientas hechas en el Más Allá que les permiten “matarlos”. Una vez que les dan caza en este mundo, son enviados directamente a los calabozos del nuestro.
-          Ah… Oye, que me voy, ya hablaremos sobre esto, es que tengo prisa –Lucy quería buscar a alguien vivo para tranquilizarse, no hacía más que recibir escalofríos cuando miraba los ojos de la chica.
-          Está bien, encantada de conocerte al fin –se despidió.
Lucy empezó a andar. Cuando comenzaba a pensar que Scarlett no era una chica tan mala, un pie se interpuso en su camino, haciéndola caer al suelo. La joven miró a la fantasma acusatoriamente.
-          Eres muy torpe, deberías mirar por dónde vas –comentó riendo antes de irse.
Lucy se levantó furiosa y se fue. Vale, rechazaba todo pensamiento anterior, aquella chica era una zorra. Atravesó el gimnasio, donde un equipo de voleibol masculino de fantasmas estaba jugando un partido. Uno de los espíritus le guiñó un ojo y ella se ruborizó. Fuera había más fantasmas, pocos, pero había. Lucy comenzó a pasearse por el jardín, en busca de alguien conocido. No encontró a nadie, así que se sentó en un banco a descansar. Aquello era de locos, aún no sabía si creérselo o no. El jardín estaba bañado de colores pálidos de las flores que aún aguantaban. Entonces escuchó una voz que le era familiar.
-          ¿Lucy? –decía.
Ella se giró y vio a Will corriendo hacia ella.
-          ¡Lucy! ¡Estás despierta! –exclamó al sentarse a su lado.
-          Aquí me tienes –respondió feliz de ver a una persona viva.
-          Estaba preocupado –comentó mirándola con ternura.
Will le apartó un par de mechones del rostro y acarició su mejilla con el dorso de la mano. Lucy alzó la suya y la puso sobre la de él. Al contacto de sus dedos, Will apartó su mano instantáneamente, sonrojado.
-          William… -comenzó a decir ella.
-          Oye Lucy… ¿A ti te gusta Dylan?
-          ¿Dylan? ¿Por qué os dado a todos con lo mismo?
-          ¿Todos? ¿Quién más te lo preguntó?
-          Ah, nadie. No, no me gusta, ¿vale? –la mente de Lucy dijo eso, pero su corazón dudaba.
-          Es que me preguntaba si… ¿Te gustaría ir al baile de otoño conmigo?
Lucy calló. Había sido muy brusco y su cerebro había entrado en estado de parálisis. Will la miró con tristeza, se levantó y comenzó a marcharse. Entonces ella reaccionó, se puso en pie y corrió tras él. Consiguió alcanzarle y le cogió del brazo.
-          Will, claro que quiero ir contigo –respondió.
Ambos cruzaron miradas.
-          Pensé que ya te lo había pedido Dylan –comentó.
Ella negó con la cabeza. Will sonrió y la dio un abrazo. Lucy sintió el palpitar de su corazón acelerado mientras el chico hundía la cabeza en su pelo. Se separaron y miraron con dulzura. En ese momento apareció Cinthia.
-          ¡¡LUCY!! –gritó furiosa.
Ella se sorprendió y apartó de Will. Cinthia se acercó a Lucy y la contempló fulminante.
-          ¿¡POR QUÉ MI RELOJ SONÓ A LAS NUEVE Y CUARTO JUNTO A MI OÍDO!? –exclamó de nuevo.
Lucy comenzó a reír, atragantándose con las carcajadas.
-          Venganza –eso fue lo único que dijo cuando marchó hacia el edificio, dejando a Cinthia con la palabra en la boca.

* * *

Estaba paseándome por el ala de las chicas cuando me topé con Liss. Iba vestida y con el pelo mojado. Eso me recordó que al fin me podía duchar ya que Cinthia no estaba.
-          ¡Lucy, despertaste! –dijo abrazándome.
-          Liss, son las nueve y media, ¿qué haces levantada?
-          Cinthia me despertó con sus gritos.
-          Vaya, sí que la molestó mi pequeña broma.
-          ¿Fuiste tú? Pues estaba bien furiosa –comentó riendo.
-          Qué bien –contesté sonriente-. Oye, que me voy a la ducha.
-          ¿Por fin puedes ducharte con Cinthia fuera?
-          Sí –y di por finalizada la conversación.
Entré en mi cuarto y agarré una toalla. Mi cama estaba hecha, pero la de mi compañera no. Pasé al baño. Comprobé que el agua salía caliente, me desnudé y me metí en la ducha. Mi cuerpo agradeció el descanso de mis músculos. Entonces, escuché el ruido de la puerta al abrirse.
-          ¿Cinthia? –pregunté.
-          No, Scarlett –respondió una voz femenina.
Tras la contestación oí el sonido del tirar de la cadena y risas que se iban apagando con un golpe de puerta. El agua comenzó a salir muy fría y salí de la ducha congelada hasta los huesos. “Maldita Scarlett… Cuando la pille va a necesitar una silla de ruedas fantasmal…”, pensaba. Cogí la toalla y me enrollé en ella. Me quedaba corta pero era mejor que nada. Abrí la puerta del baño con intención de salir corriendo tras Scarlett pero me di contra algo. Corrijo: alguien. Me separé de esa persona instantáneamente y la miré a la cara. Era Dylan.
-          ¿Cómo haces siempre para chocar contra mí? –preguntó.
-          ¿Cómo haces siempre para crisparme con una sola frase? –contraataqué.
-          No sé… ¿Talento innato?
Le dediqué una sonrisa torcida y luego recordé que yo iba en busca de Scarlett.
-          Oye, ¿no habrás visto a una chica pelirroja salir de aquí? –pregunté.
Dylan dudó un momento.
-          No. ¿Por qué lo dices?
-          Por nada… -o sea que Scarlett no se había dejado ver por Dylan, vaya, que astuta que era- Oye, por cierto, ¿qué estás haciendo aquí?
-          Pues fui a verte a la enfermería y no estabas. Luego Cinthia me dijo que habías entrado en el edificio y Liss ya me indicó dónde te encontrabas… Aunque creo que llegué en mal momento –añadió examinándome de arriba abajo.
Me di cuenta de que sólo llevaba una toalla corta puesta y me sonrojé un poco.
-          Sí, llegas en mal momento. Ahora lárgate y deja de molestar de una vez –dije intentando salir.
Dylan se interpuso en mi camino, impidiéndome pasar. Le miré a los ojos y le empujé lo suficientemente fuerte para que retrocediese topando con la pared opuesta. Lo malo era que le pillé por sorpresa, se agarró a mí y caí sobre él. Me rodeó con sus brazos y apoyó su cabeza sobre la mía suavemente. Después la bajó un poco, dejando su boca a la altura de mi oído. Yo tenía mis manos sobre su dorso.
-          ¿Cómo consigues siempre provocarme así? –susurró.
Mi corazón latía a una velocidad vertiginosa y podía sentir el latido del suyo en mis palmas, transmitiéndolo a todo mi cuerpo. Me apretó más contra él. Me ruboricé un poco pero, gracias a que tenía mi rostro en su pecho, Dylan no lo notó. Aflojó su agarre, permitiéndome desasirme. Me aparté poco a poco, concienciándome de la ropa que llevaba. Sus ojos se clavaron en los míos.
-          Sé que quizás es muy brusco… –dijo rascándose la nuca- Nunca he sido el que ha hecho esto y se me hace complicado pero… ¿Tienes ya pareja para el baile?
Vale, sí, el corazón se me iba a salir del pecho definitivamente, pero… Will ya me lo había pedido y le había dicho que sí. Mierda, ¿por qué todo me salía mal? Le tenía que decir que no a Dylan, estaba acostumbrada decir no a las propuestas y no me costaba, ¿por qué ahora sí? Dylan no me gustaba, yo no estaba enamorada de nadie. Nadie. Lucy era una persona carente del sentimiento llamado “amor” y no iba a aprenderlo ahora, ¿por qué entonces se me hacía tan difícil?
-          Lo siento, voy a ir con Will –las palabras se me hicieron amargas.
El rostro de Dylan se apagó de repente, me dirigió una última mirada y se fue. Corrí tras él, llamándole, pero me ignoró. Le vi alejarse por el pasillo, parecía tan distante… Entré en mi cuarto y di un portazo.

* * *

Mierda, mierda y mierda. La había fastidiado, llegué tarde, se me adelantó. Mi corazón estaba a mil por hora y luego se paró en un instante. Nunca había sido yo el que había pedido a nadie, siempre era al revés. Y ahora también me habían dado calabazas por primera vez. “¿Pero qué es lo que estás haciendo mal, Dylan?”, me preguntaba a mí mismo. Lo peor de todo era que no me había enfadado, me había entristecido. Yo nunca me ponía triste por una chica, nunca. Estaba… ¿enamorado? ¡No, ni hablar! Dylan Nhox no sabía amar, Dylan Nhox era un cabrón sin corazón que coqueteaba con una chica y al día siguiente estaba con otra. Ese era el verdadero Dylan. ¿En qué me estaba convirtiendo? Parecía Will, por el amor de Dios, debía comportarme. Si dejaba que alguien me viese así sería vulnerable, estaría débil e indefenso, y eso no lo podía consentir. Lo arreglaría a mi estilo: buscándome pareja para ponerla celosa. Además, Will era bastante parado, así que esperaría al final de la velada para besarla, por lo que tendría oportunidades. La apuesta la tenía ganada.

* * *

Lucy caminaba a la deriva. Estaba de capa caída tras lo ocurrido con Dylan. Andaba mirando el suelo y no se había dado cuenta de que se alejaba mucho del edificio y se estaba internando en la parte abandonada del jardín. Eran ya las ocho y media y el sol se estaba ocultando, regalándola los últimos rayos de luz que tenía guardados. No podía dejar de darle vueltas al tema, por su cabeza pasaban imágenes de Dylan y Will constantemente. Su mente le decía que lo dejase estar, que a Dylan ya se le pasaría o encontraría una chica que la sustituyese, pero su corazón le negaba todos esos pensamientos. “Lucy, si no amas a Dylan, ¿por qué te preocupas por él? Sólo es un cabrón, mañana se estará morreando con otra tipa y te habrá olvidado”, se decía, “Te estás volviendo débil, Lucy, ¿ves por qué el amor es un veneno para ti? Más te vale que nadie te vea así, sobre todo Dylan”. Entonces, un ruido a sus espaldas la sacó de sus pensamientos, haciéndola dar un salto. Se giró bruscamente. Se encontraba en un claro rodeado de árboles y matorrales. La oscuridad había engullido ya aquella zona, aunque Lucy desconocía en qué parte del jardín se encontraba. Había hierbas salvajes por el suelo, cardos y césped alto. La neblina tapaba algunas partes del suelo. Pensó que el ruido que había escuchado era sólo producto de su imaginación y estrés, pero lo oyó otra vez tras ella. Se volvió de nuevo, mirando a todos lados en un desesperado intento de encontrar la procedencia del sonido. Cada vez que lo escuchaba, estaba más cerca de ella. Entonces vio unos ojos en la oscuridad. Unos ojos rojos sangre, inquietantes, que la miraban fijamente, examinando cada uno de sus movimientos. Intentó gritar pero las palabras se atragantaron en su boca. La sombra propietaria de aquellos ojos se fue acercando poco a poco a ella hasta salir de la oscuridad. Entonces lo pudo ver. Era un joven de altura media, pelirrojo, pálido y… translúcido. “Un fantasma”, pensó. Esta vez sí pudo gritar. Lanzó un agudo chillido de terror mientras sus ojos se volvían de un morado oscuro, y retrocedió hasta topar con el tronco de un árbol. La figura iba hacia a ella con paso vacilante y burlón. De sus manos comenzaron a salir llamas de color rojo pálido. Alzó una mano sobre la cabeza de Lucy, sonriendo ampliamente. La chica cerró los ojos. Lo siguiente que escuchó fue un golpe, bueno, el golpe que se dio ella contra el suelo.
Al cabo de un rato, Lucy abrió los ojos. Lo primero que vio fue el cielo nocturno lleno de flameantes estrellas y la luna, que lo coronaba en un lado de su campo de visión. Se intentó incorporar pero al apoyar un brazo en el suelo para levantarse, sus músculos cedieron y volvió a caer. Le ardía el hombro muchísimo. Miró a su alrededor. Seguía en el claro, pero aquello estaba mucho más oscuro. En una esquina distinguió dos figuras borrosas. Enfocó la vista y por fin pudo identificarlas. En el suelo se encontraba el muchacho de ojos rojos que la había atacado. De pie frente a él había otro chico, de pelo negro como el carbón, pálido y fornido. Este último llevaba una camisa negra amplia y unos pantalones también negros, pero no tenía zapatos. Entonces, Lucy lo reconoció, era Drake. El joven tenía un puñal del que salían llamas azules apuntando al pecho del fantasma. Lucy pudo escuchar algunas palabras de su conversación.
-          ¿Qué haces aquí, John? –decía Drake con tono serio.
-          Lo mismo te podría decir a ti. ¿Cómo me encontraste? –replicaba el otro chico jadeando.
-          Pensé que eras más inteligente y evitabas que tus víctimas gritasen, es fácil localizarlas así –comentó.
-          Ya, bueno, sabes que me divierto aterrorizándolas.
-          ¿Por qué te volviste a escapar de la prisión?
-          Soy un Espíritu Oscuro, ¿qué esperabas que hiciese?
-          ¿No te era suficiente con que Cinthia, Noah y yo te desterrásemos allí por cuarta vez?
-          Ya ves que no –el tal John tosió un poco, pero Lucy pudo ver que lo que tosía era sangre-. Sigo sin comprender por qué si somos fantasmas tenemos que ser desterrados de una forma que casi parece que nos habéis matado –alegó mirando la sangre que había escupido.
-          Enigmas de la vida, amigo mío, nos vemos al otro lado.
A continuación, Drake levantó el brazo con el puñal y lo incrustó en el pecho de John hasta donde la hoja le permitía. Comenzó a brotar líquido rojo de la herida, manchando las ropas de ambos. El fantasma tenía la palabra “dolor” pintada en el rostro mientras su cuerpo se desvanecía. Cuando hubo desaparecido, Drake se dio la vuelta y miró a Lucy. Abrió el puño donde tenía el arma y esta se evaporó. El joven se acercó a ella poco a poco y se arrodilló a su lado. De su mano comenzaron a salir llamas azuladas, las pasó por su hombro y ella soltó un gemido. El chico levantó los dedos que había puesto sobre la chica, estaban manchados de sangre. Lucy se miró el brazo. Tenía una serie de grandes y profundos arañazos de donde salía ese líquido escarlata.
-          Tranquila, ahora se arregla –comentó Drake viendo la expresión de la chica-. He utilizado poderes curativos cuando te he tocado, pero te quedará la cicatriz.
Lucy no comprendía nada. El chico la ayudó a incorporarse y la apoyó en el tronco del árbol que tenía detrás.
-          ¿Quién… quién era ese? –preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
-          ¿John? Era un Espíritu Oscuro… Sabes lo que es, ¿no? Me dijo Scarlett que ya había estado hablando contigo.
-          Sí, me lo contó. ¿Por qué me atacó?
-          Los Espíritus Oscuros ganan poder cuando se adueñan de un alma. A veces utilizan el cuerpo inerte de esa persona como disfraz para seguir consiguiendo poder. Otras, poseen a los humanos. El caso es que necesitan alimentarse de esencias vivas para utilizar sus poderes.
-          Oye Drake… ¿Por qué le has dicho algo sobre Cinthia, Noah y tú?
-          Vaya, veo que no estabas tan dormida como pensé. Noah y Cinthia son caza-fantasmas, como yo. Por eso el otro día ella faltó a clase, habíamos recibido señal de actividad fantasmal. Steven y la señorita Wirfreyth tienen la visión y saben lo que somos, así que les hacen justificantes para encubrir su ausencia.
¿¡Caza-fantasmas!? ¿¡Había dicho caza-fantasmas!? Demasiada información dada bruscamente.
-          No te me vayas a desmayar ahora, ¿eh? –comentó Drake riendo- Siento que hayas tenido que presenciar algo tan desagradable, ver morir a alguien no es placentero, aunque técnicamente no ha muerto.
-          Otra cosa de las que no entiendo –Lucy consiguió hablar-. ¿Cómo que no ha muerto?
-          Ya te lo explicó Scarlett, cuando los Espíritus Oscuros son desterrados de este mundo van a los calabozos del Más Allá. Sólo se les puede matar con poderes fantasmales como las chispas rojas que le salían de las manos o el brillo azul de mi puñal.
La imagen de John con su brazo levantado sobre ella la vino a la cabeza. La sonrisa burlona, la mirada penetrante y las llamas escarlatas que amenazaban con cortarla en cachitos.
-          Lo malo es que cuando destierras a un fantasma es como si lo matases, y hemos tenido confusiones con la policía por ello –siguió diciendo Drake-. Aunque a los testigos los acaban dando por locos y caso cerrado –rió.
-          Pero… ¿Cómo entran aquí?
-          Por un portal que se encuentra en esta parte del terreno –explicó-. Lord Garrison Stone, fundador de Coldheights, sabía lo de los fantasmas, es una historia muy larga… ¿Tienes tiempo? –Lucy asintió- Está bien.
>> Lord Garrison Stone y su mujer Emma eran muy ricos y  habían ido a España. A ella le había encantado el arte gótico por lo que por su aniversario, Garrison quiso regalarle una vivienda con aspecto de catedral gótica. Financió el traslado de una desde España y comenzaron las obras. Quisieron tener un hijo ya que amaban a los niños, pero resultó que Emma era estéril. Entonces, ella tuvo depresión y murió antes de que finalizaran Coldheights. En el testamento, Emma decía que quería que su marido acabase la construcción del edificio para convertirlo en un internado. Así lo hizo Garrison.
>> Dos años después del fallecimiento de ella, su fantasma se le apareció. Le contó que el terreno que había comprado para crear Coldheights había sido en la antigüedad un cementerio. En un lugar del jardín se encontraba un portal al Más Allá hecho con un arco de piedra. Lord Stone dejó Coldheights a su sobrina, la actual directora, y se fue con Emma a la otra vida. Si un humano se encuentra en el mundo de los muertos cuando amanece, su alma se queda allí y su cuerpo inerte aparece en el jardín para que alguien lo encuentre y lo entierre.

Lucy seguía en estado de parálisis. Todo eso era mucho para unos pocos minutos. Minutos… Entonces recordó que había quedado para cenar con Liss y seguro que llegaba tarde.
-          Drake… Me tengo que ir –consiguió decir la chica.
-          Cierto, te deben estar echando de menos –coincidió él-. Venga, te acompaño hasta la entrada.
Ella asintió y Drake la ayudó a incorporarse. Se miró el hombro, ya no tenía la chaqueta rasgada. Ambos comenzaron a andar hacia el edificio mientras Lucy asimilaba toda la información que le era posible. Llegaron a la puerta del gimnasio y Drake se despidió.
-          ¿Ves por qué aquella zona está abandonada? –preguntó con tono de reproche- Te podría haber matado, Lucy.
-          No me di cuenta… -se exculpó bajando la vista.
-          Debes estar más atenta, mañana será otro día.
Drake se acercó más a ella, alzó su barbilla con la mano y la dio un beso en la mejilla. Después, el joven salió volando hacia el piso superior del edificio. Lucy se quedó mirando el cielo, como esperando que volviese a por ella.

* * *

Llegué justo a tiempo para postre. Cuando aparecí, Liss me recibió con cara de “Más te vale tener una buena excusa”. Me dio miedo hasta sentarme, parecía que me iba a clavar el tenedor a la primera de cambio. Me di cuenta de que Dylan no estaba. Cinthia y Noah comían tranquilamente. Tras la información que me había revelado Drake, ya no vería a esos dos igual que antes. Will me miraba con interés, con la pregunta “¿A dónde fuiste?” pintada en el rostro como un letrero de neón.
-          ¿Y Dylan? –pregunté evadiendo el futuro sermón de Liss.
-          Se encontraba mal y se quedó en su cuarto –respondió Noah.
El sentimiento de culpa inundó mi ser, hundiendo mis ánimos hasta el más bajo de los niveles. “Habrá comido algo que no le sentó bien”, pensé, pero en el fondo sabía que eran simples teorías baratas. Me moría de hambre así que pedí la cena. En poco me trajeron un trozo de pescado y patatas. Tenía que dar gracias porque fuese eso y no cualquier otra cosa sin sustento, llevaba sin comer desde la infusión de Drake la noche anterior.
-          ¿Dónde estabas? –me preguntó Liss con tono de reproche.
-          Dando una vuelta, necesitaba despejarme.
-          ¿Despejarte de qué? –me replicó.
Miré a Will que nos observaba con expectación, esperando una respuesta contundente.
-          Te lo digo luego –susurré y, al ver su cara, añadí-. Liss, no puedo decírtelo frente a tu primo.
Con eso lo entendió todo y calló. Cené deprisa y enseguida me arrastró a su cuarto. Me sentó en una cama y ella se puso en la otra, mirándome seriamente. Su cuarto era de color lila suave, su cama era morada y en la que yo estaba sentada la colcha era blanca. Recordé que la compañera de Liss estaba enferma.
-          Ya está, ahora desembucha –sentenció.
-          De acuerdo –me encogí de hombros-. Will me pidió ir al baile con él, le dije que sí, me fui a la ducha, cuando salí me encontré con Dylan que también me pidió ir y le rechacé.
-          ¿Vas con mi primo? ¿Pero a ti no te gusta Dylan?
-          Y otra con lo mismo… -suspiré negando con la cabeza-. ¿Cuándo os entrará en la cabeza que Lucy Gray es una chica carente del sentimiento al que denomináis “amor”?
-          ¿Y eso por qué, a ver?
-          Porque el amor duele, destroza familias, amistades, todo. Es peor que una bomba atómica, es peor que un cometa a quinientos kilómetros por hora yendo hacia la Tierra. Es el amor el sentimiento más traicionero del mundo, es un sentimiento que tengo la suerte de no haber probado, y no lo voy a hacer.
-          Chica, lo tuyo es un problema serio.
Me volví a encoger de hombros. No era tan difícil de comprender, ¿verdad?
-          Oye, Liss, tengo que irme, ¿vale? Estoy agotada.
-          De acuerdo, mañana nos vemos.
Me levanté y salí de su habitación. Llegué a mi cuarto y entré sin llamar. Cinthia estaba dentro, tirada en su cama con su portátil. Me acerqué a ella y la miré fijamente hasta que se percató de que lo hacía.
-          ¿Qué quieres? –me preguntó.
-          Sé lo que eres –fui al grano.
Cinthia dejó el ordenador a un lado y se sentó para mirarme a los ojos, confusa. Yo me puse sobre mi cama para poder hablar tranquilamente.
-          ¿A qué te refieres? –se estaba haciendo la sueca.
-          A que sé lo de tu hobbie de caza-fantasmas –dije sin más dilación.
Su cara se desfiguró en una expresión de asombro e incredulidad.
-          ¿Y cómo sabes tú eso? –no mostró la más intención de encubrirlo.
-          Tengo mis contactos –puse una sonrisa de suficiencia-. Y Noah también lo es, ¿verdad? –Cinthia asintió- Tengo la visión y he estado hablando con Scarlett, así que no tienes que explicarme nada.
-          Vaya… Pareces ya muy enterada… -dijo con cara de complicidad.
-          ¿Pasa algo?
-          Que como no tengas sangre de caza-fantasmas, el Inquisidor te hará una visita…
-          ¿El Inquisidor? Vale, eso sí que tienes que explicármelo.
-          El Inquisidor es uno de los que ocupan los cargos más cercanos a sus Majestades y uno de los que poseen más poder. Si un humano sabe demasiado sobre el Más Allá, recibe una visita suya para averiguar si tiene sangre de caza-fantasmas, o de lo contrario…
-          ¿Qué pasa?
Cinthia levantó un dedo y se lo pasó por el cuello, dándome a entender que mi preciosa cabecita corría un peligro inminente.
-          ¿¡Cómo puedo arreglarlo!? –se notaba la desesperación de mis palabras.
-          Bueno, sólo hay una excepción, pero… -comenzó a decir.
-          ¿¡Cuál es!? –la interrumpí histérica.
-          Estando casada con un caza-fantasmas, pero no tienes la pareja ni la edad.
-          Evidentemente –completé desplomándome en la cama.
Era de locos, sencillamente de locos. ¿Y si me mudaba a la China? No, allí seguro que también había fantasmas, era obvio. ¿Y si el Inquisidor no se enteraba? Mierda, entonces recordé a Scarlett, las llevaba claras.
-          ¿Sabes de alguien de tu familia con sangre de caza-fantasmas? –me preguntó.
-          ¿Cómo quieres que lo sepa? He obtenido la visión hace poco.
-          Vaya… Pues buena suerte, reza porque tengas su linaje –dijo encogiéndose de hombros y volviendo a su portátil.
¿Suerte? ¿Había dicho suerte? ¡Y se quedaba tan pancha! ¡Me iban a cortar el pescuezo, por favor! Me estaba mareando de sólo pensarlo… Ay madre, dónde me había ido a meter. Aquello era una pesadilla, una simple y desagradable pesadilla. Cerré los ojos, intentando calmarme, pero lo único que conseguí fue quedarme dormida.